—¿Puedes dejar de mirarme? —preguntó Marianne.
—¿Me hablas del beso?
—Primero cuéntame acerca de Sir Edward. ¿Por qué quería saber sobre la herida en tus rodillas?
Sus cejas se fruncieron mientras me miraba con confusión.
—¿Cómo iba a saber eso? ¡Mari, no trates de desviar mi atención del tema! Quiero saber todos los detalles del beso —exclamó su interlocutor.
—Por enésima vez, ¡no fue un beso! Fue solo un accidente —agregué mientras esperaba que terminara el viaje. Miré por la ventana mientras el vehículo se alejaba cada vez más del palacio y una sensación molesta llenaba mi corazón, temía que ella no estuviera bien allí.
Sacudí la cabeza para deshacerme de los pensamientos sombríos. Ella era una emperatriz, el emperador no podía rechazarla.
—¿Hay algo mal, Mari? —preguntó Roselia, poniéndose seria, pero mi boca estaba seca, el miedo de que la decapitaran me invadía, haciéndome sentir aún más inquieta.
—Señorita Roselia.
—Hemos llegado al palacio, su alteza.