El ánimo de Shen Hanxing se iluminó de repente. No pudo evitar darle un beso en la cara a Ji Yan. —Tienes razón. Es inútil creer en el destino. Solo se vive mejor cuando no se cree en el destino.
Al ver el ánimo mejorado de Shen Hanxing, Ji Yan pasó su brazo alrededor de su hombro, y una sonrisa cruzó su rostro. En ese momento, la puerta del cuarto privado se abrió. —¡Hermano Ji Yan! —Bai Youyou irrumpió. Ella, que siempre cuidaba su imagen, tenía el cabello desordenado y los ojos rojos. Estaba en un estado lamentablemente patético.
Interrumpido en este raro momento de soledad con Shen Hanxing, la expresión de Ji Yan se oscureció instantáneamente. —Señorita Bai, ¿cuántas veces necesita que se lo corrija antes de que recuerde cómo dirigirse a mí?