Marissa echó un vistazo alrededor de su figura atlética y pensativa para mirar. Las damas que estaban allí ahora tenían una mirada de envidia en sus ojos.
—¡Dejen de mirar a mi hombre! —les advirtió con una mirada fulminante.
—Disculpa —una chica en sus veintitantos se acercó a ella con una sonrisa amistosa.
—Sí —Marissa asintió de buen humor.
—Soy nueva aquí y me encantaría conocerte —Marissa se encogió de hombros sin saber qué decir. Siempre había vivido en un capullo y nunca permitía que alguien se hiciera su amigo o se le acercara.
—Lo siento, como puedes ver, tengo mucho entre manos. Mis hijos ya están ocupados en otro rincón de la tienda —a la chica no pareció importarle—, claro. Tengo un niño y sé cómo los hijos les dan duros momentos a sus padres —dijo mirando detrás de Marissa.
—¿Quién es él? —A Marissa no le gustó cuando vio cómo la chica miraba a Rafael. Como si quisiera devorarlo. Tenía la audacia de lamerse los labios como si tuviera a Rafael entre ellos.