—No está muerta —susurró Matteo con una voz ahogada por las lágrimas. A pesar de usar toda su fuerza para contener sus emociones, habían logrado salir de todas formas.
—Lo sé —respondió Remo solemnemente. Después de un rato, Matteo lo soltó, manteniendo su cabeza inclinada para ocultar su rostro. Remo, que se dio cuenta de lo que intentaba hacer, tocó su mandíbula suavemente. —No necesitas eso, soy tu hermano. Vamos, vamos —agregó, guiándolos a ambos al asiento en el que había estado antes cuando entró por primera vez.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que entró?
—Exactamente veinte minutos.
—¿Han salido ya los médicos?