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—En la caja había un inocente oso de peluche esponjoso... convertido en algo indeseable para un niño —el oso estaba atado con cuerdas apretadas, incluso amordazado, indicando su asfixia.
Resulta que su presentimiento era correcto todo el tiempo.
La mano del padre de Beatriz temblaba mientras miraba la carta que el oso también sostenía. Estaba pegada a su mano peluda, pero con suficiente presión, uno podría liberarla del juguete. Su mandíbula se tensó al oler el hierro seco en ella, con rastros de sangre en el pergamino de papel.
Dudó en abrirla, pero aun así se atrevió. —Esta es una manera de obtener pistas sobre quién está haciendo esto —amenazándolo, a su familia, a su hija.
El padre de Beatriz se angustiaba más con cada segundo. Con la vida de sus ojos lentamente convirtiéndose en miedo, se quedó petrificado y dejó caer la carta al suelo al leer lo que estaba escrito en sangre.
—¿Seguirá llamándote "papá" cuando sepa todo lo que has hecho?
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