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90.9% La Legión 101 / Chapter 40: Cicatrices del Alma

Chapitre 40: Cicatrices del Alma

 

Junior abrió los ojos, sintiendo cómo el aura morada de Frizt lo soltaba poco a poco. Su cuerpo se sentía pesado, como si estuviera arrastrando el peso de todo lo que había vivido. Miró a Frizt, quien permanecía a su lado con una sonrisa enigmática. Los ojos de Frizt, fríos pero curiosamente llenos de una extraña compasión, lo miraban con intensidad.

—¿Te has decidido ya, Junior? —preguntó Frizt, acercándose lentamente. Sus pasos resonaban en el suelo de metal, el eco sonaba como campanas distantes.

Junior aún no sabía qué decir. Sus pensamientos se arremolinaban en su mente, confundidos. Todo lo que había pasado, lo que había visto y lo que Frizt le había dicho… nada tenía sentido para él. ¿Cómo podría tomar una decisión en medio de tanta confusión?

Frizt se detuvo justo frente a él, extendiendo una mano.

—No hay prisa. —La voz de Frizt era un susurro, pero cada palabra parecía un golpe contra la pared que Junior había construido en su mente—. Todos llevamos nuestras cicatrices, ¿no es así? No tienes que decidir hoy si estarás de nuestro lado o si te quedarás con Rayber. Pero, tarde o temprano, tendrás que decidir.

Junior lo miró, tratando de desentrañar las intenciones de Frizt. ¿Qué ganaba él con todo esto? ¿Por qué alguien como Frizt, que tenía tanto poder, necesitaba de él? Frizt, como si hubiera leído sus pensamientos, esbozó una leve sonrisa.

—Tú aún no lo entiendes, ¿verdad? —dijo Frizt, inclinándose un poco hacia él—. Rayber te ha moldeado, te ha empujado a ser algo que no eres. Ha puesto en ti el peso de esta guerra, como si fuera tu responsabilidad. Pero no es tu lucha, Junior. Ni siquiera es la mía.

Junior entrecerró los ojos, molesto. ¿Qué sabía él sobre Rayber?

—Rayber me salvó la vida… —murmuró Junior, casi a modo de defensa.

—¿Te salvó? ¿O simplemente te utilizó? —Frizt retrocedió unos pasos, caminando en círculos—. Dime, ¿alguna vez te has preguntado por qué siempre terminas siendo la herramienta de otros? —La voz de Frizt bajó de tono, haciéndose más oscura—. Primero fue tu padre, luego Rayber… ¿Y ahora? ¿Qué te impide ser libre?

El nombre de su padre resonó en la mente de Junior como un golpe seco. Sus recuerdos comenzaron a revolverse. El pasado que tanto había intentado olvidar lo asaltó de nuevo.

—¡Junior! —La voz de su padre resonaba con furia—. ¿Crees que no defenderte te salvará? ¿Que quedarte quieto te mantendrá con vida? ¡Responde, maldito!

Junior, en su infancia, permanecía inmóvil, mirando a su padre con miedo. Su cuerpo temblaba, no porque fuera débil, sino porque el terror lo había paralizado.

—¡Te estoy hablando! —gritó su padre, sacudiéndolo violentamente.

El pequeño Junior no comprendía por qué su padre lo trataba así, hasta que recordó lo que había pasado esa mañana. Él y su hermana habían salido a buscar comida. Todo parecía tranquilo hasta que, sin previo aviso, se encontraron con un grupo de soldados enemigos.

Los recuerdos de ese día volvían como un torrente imparable.

Los soldados no eran humanos normales, sus rostros estaban desfigurados, y sus ojos brillaban con una maldad indescriptible. Uno de ellos se lanzó sobre su hermana, devorándola viva mientras ella gritaba por ayuda. Junior no pudo moverse, no pudo hacer nada. Sus piernas se negaban a obedecerle. Solo miraba, con los ojos desorbitados por el terror, mientras la vida de su hermana era arrancada brutalmente.

El sonido de los gritos de su hermana aún resonaba en su mente, como una melodía de pesadilla de la cual no podía escapar.

—Si no eres capaz de defenderte… entonces te condenas a morir. —La voz de su padre seguía viva en sus recuerdos, resonando con dureza.

Junior se sacudió de los pensamientos, respirando pesadamente. Sus puños se cerraron con fuerza mientras trataba de reprimir las lágrimas que amenazaban con desbordarse.

Frizt, que había estado observando en silencio, se acercó de nuevo, esta vez con una mirada más suave.

—Esa es tu herida, ¿no? —dijo con calma—. Todos cargamos una. Pero la pregunta es, ¿qué harás con ella? ¿Seguirás siendo prisionero de ese miedo, de esa culpa?

Junior no respondió, solo lo miró, con los ojos llenos de rabia y confusión.

—Deja que te saque de este infierno —dijo Frizt, extendiendo la mano de nuevo—. Puedo llevarte a un lugar donde tu destino será tuyo. No tendrás que pelear por otros, sino por ti mismo.

El silencio reinó entre ambos, mientras el aura morada de Frizt envolvía lentamente a Junior, absorbiéndolo poco a poco. Junior sabía que estaba en la encrucijada más importante de su vida. ¿Debía confiar en Frizt y rebelarse contra Rayber? ¿O seguiría luchando para probarse a sí mismo que no era el cobarde que creía ser?

En la Tierra, el ambiente era completamente diferente. Los soldados y civiles celebraban con júbilo lo que parecía ser una victoria definitiva. Las calles estaban llenas de gritos de alegría, hogueras improvisadas y abrazos interminables entre quienes sobrevivieron. Las sombras que habían aterrorizado el mundo se habían disipado, y aunque el paisaje estaba devastado, la sensación de esperanza impregnaba el aire.

Sin embargo, mientras la población festejaba, en las sombras de esa misma celebración se encontraba la Legión, inquieta y en alerta. Rayber y los líderes de la Legión habían pasado horas recorriendo el terreno, buscando cualquier rastro de Junior. Su ausencia había comenzado a preocupar a todos, pero especialmente a Rayber. En medio de la búsqueda, Rayber confrontó a Axel, quien había sido el último en ver a Junior antes de la batalla.

Rayber, con el ceño fruncido y una tensión evidente en su voz, le preguntó a Axel:

—¿Dónde está Junior? No lo eh vuelto a ver desde que entre al portal. ¿Acaso no sabes nada de él?

Axel, con las manos apretadas en puños, le respondió con cierto tono de irritación:

—No lo vi desde que se fueron hacia el portal. Pensé que estaba contigo. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Dejar a los demás para buscarlo?

Rayber, molesto por la respuesta, replicó con un tono agresivo:

—¡¿Cómo piensas ser un líder si ni siquiera sabes dónde está tu equipo?! Axel, esto no es solo pelear. ¡Es responsabilidad! ¡No puedes simplemente concentrarte en las batallas y olvidar a tus compañeros!

La frustración de Axel explotó, su cuerpo se tensó, y respondió casi gritando:

—¡¿Y tú dónde diablos estabas, entonces?! ¡No puedes darme sermones cuando tú mismo desapareciste en medio de todo!

Rayber, controlando su rabia, pero con una voz cargada de resentimiento, gritó:

—¡Estaba salvando al maldito mundo, Axel! ¡Sin mí, ni siquiera estarías vivo ahora mismo!

Antes de que la situación escalara más, Elara, visiblemente afectada y con lágrimas en los ojos, entró al área donde discutían. Se interponía entre ambos, sus sollozos entrecortados. Sus ojos estaban hinchados por haber llorado durante mucho tiempo, y su voz temblaba mientras intentaba calmar a los dos:

—¡Basta, por favor! —dijo, secándose las lágrimas con el dorso de la mano—. He visto morir a tantos de nuestros compañeros… uno tras otro. ¿Y qué sentido tuvo? Todos… incluso Ravanok… No pude verlos pelear. No pude ver a un guerrero de verdad enfrentar su destino…

El silencio cayó como un manto pesado sobre Rayber y Axel. Las palabras de Elara hicieron que ambos bajaran la guardia, al menos por un momento. Rayber respiró hondo, bajando la mirada, sintiendo una mezcla de culpa y responsabilidad. Sabía que su búsqueda de Junior era importante, pero también reconocía que muchos habían sacrificado todo por la victoria, y él no había estado presente para ver esos sacrificios con sus propios ojos.

Axel, por otro lado, se cruzó de brazos, aún con el ceño fruncido, pero más relajado. Aunque seguía frustrado, la intervención de Elara lo obligaba a replantearse su enojo.

Elara, con la voz más calmada, pero aún dolorida, añadió:

—No estamos completos sin Junior… No podemos celebrar mientras uno de los nuestros sigue perdido. No importa si hemos ganado o no. No importa si el mundo está a salvo si no podemos salvar a quienes nos importan.

Rayber se mordió los labios, pensativo. Sabía que Elara tenía razón. No importaba cuántas victorias lograran si perdían a aquellos que luchaban a su lado. Con renovada determinación, colocó una mano en el hombro de Elara y habló con firmeza:

—Lo encontraremos. No lo dejaré atrás. Y tampoco a ninguno de ustedes.

Axel miró a Rayber, todavía molesto, pero también sabiendo que ahora más que nunca, necesitaban mantenerse unidos. Él también asintió, reconociendo que la discusión debía quedar en el pasado por el bien de la Legión.

—Tienes razón, —dijo Axel—. Vamos a buscar a Junior. Y a todos los demás.

Mientras la Legión comenzaba a movilizarse para continuar la búsqueda de Junior, la atmósfera de celebración en la Tierra continuaba, ajena al conflicto interno que aún quemaba en los corazones de quienes realmente habían luchado por la supervivencia del mundo.


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