Escuchando las preocupadas palabras de Yang Caidie en su oído, aunque Yang Chen se sintió molesto, su corazón se llenó de calidez, como si hubiera regresado a aquellos días iniciales en el Gran Desierto. En esa época, no tenía mucho, pero aún así, su hermana lo adoraba y lo amaba profundamente. Aquella cálida sensación fluía en su memoria, profundamente arraigada.
Era un tipo de afecto que, incluso sin lazos de sangre, todavía hacía que la gente sintiera un calor interminable.
Entonces, Yang Chen miró al Anciano Wu, quien vacilaba a su lado. El Anciano Wu tenía una expresión avergonzada y rió entre dientes:
—¡Es bueno que ustedes hermanos se hayan encontrado, es bueno!
El enojo de Yang Chen todavía era evidente, y condujo a Yang Caidie directamente hacia la habitación, dejando al Anciano Wu fuera.