—¡Ah! —exclamó Basil Jaak, mientras dormía plácidamente y un grito agudo casi le revienta los tímpanos.
—¿Cómo llegaste a mi cama? —preguntó, asombrado al ver a Linda en pijama durmiendo en su cama.
—¡Claro, subí por mí misma! —respondió Linda con indiferencia—. Hermano, eres muy travieso, aprovechándote de mí mientras estoy dormida.
—¿Quién te pidió que vinieras a mi cama sin razón? Por cierto, recuerdo que cerré la puerta con llave anoche, ¿cómo entraste? —dijo Basil con molestia.
—Como si la cerradura de tu puerta pudiera detenerme, ¿no te das cuenta de quién soy! —dijo Linda con desdén, mientras se jactaba, alzando la nariz con orgullo—. Hermano, tu sentido de la vigilancia es muy débil ahora. He estado aquí tanto tiempo, y no te diste cuenta en absoluto. Si yo quisiera hacerte daño, ¿no estarías acabado?