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—¡Mira, ahí está! —Los guardias vieron a Basil Jaak de pie ahí, sin haberse ido.
—¡Declárolo, quien sea que lo capture, joder, le recompensaré con diez mil dólares! —Al oír las palabras del jefe, se parecieron inmediatamente a lobos acechando a un cordero, sus ojos resplandecientes con un avaricioso brillo verde mientras se abalanzaban hacia Basil Jaak.
—¡Hmph! —Basil Jaak sonrió con un dejo de arrogancia, esperando expectante mientras los veía correr hacia él como polillas a la llama.
Un montón de gente lo embistió, pisoteando las vides que Basil Jaak había colocado en el suelo.
Las vides brotaron instantáneamente del suelo, haciéndoles tropezar a los que iban por delante. Y conforme caían, tumbaban a otros tras de sí, sumiendo al grupo en un caótico pisoteo.
Con el camino ya peligroso, algunas personas cayeron directamente por el acantilado, probablemente para nunca volver a ver el sol.
Pero esto no era la totalidad de su pesadilla; era solo el principio.