La noche anterior, Soichi estaba en medio de un dilema. En un silencio incómodo, compartió el espacio con Lían. El peso de los errores resonaba en su mente, y cada recuerdo se convertía en un eco de autocrítica. ¿Seguía siendo un ser humano? Con pena encontró una sola respuesta.
No.
Su cerebro se balanceaba en la cuerda floja de la inestabilidad, transformándolo en un monstruo.
Con una mezcla de resignación, retornó su mirada al listado que había relegado por un breve lapso. Necesitaba confirmar ciertas cuestiones, encontrar alguna certeza en medio de este agotamiento mental. Al posar sus ojos sobre el papel, la realidad lo golpeó. Un nudo tenso se formó en su pecho, en un abrir y cerrar de ojos, lo que había estado pendiente, lo que creía que aún faltaba por hacer, ya se encontraba resuelto. "Ya solamente restaban dos", había dicho en ese momento. Porque en este preciso instante, estaba cumpliendo la octava.
Anoche, mientras cenaban, Lían le propuso conocer un lugar nuevo. Alejarse un poco de la capital
Soichi llegó a Argentina cuando tenía diez, y su radio de desplazamiento desde ese entonces eran las cuadras que caminaba hasta el colegio. Luego, cuando comenzó a trabajar, agregó tramos más largos. Pero eso es todo, no tenía intenciones de conocer espacios nuevos, ni ir a ningún sitio en particular.
Su vida fue siempre lineal.
De niño; casa, escuela, casa.
De adulto; trabajo, casa, trabajo.
No le interesaban las curiosidades de la infancia, ni lo cautivaba involucrarse en las relaciones hormonales de la adolescencia.
Era una flor hermosa, pero marchita.
◇◆◇
El miércoles avanza implacable, marcando el tiempo con la frialdad de sus horas; solo quedan cuatro días.
"El latir del reloj en mi corazón marca el inexorable paso del tiempo, que no espera y nos abandona a su antojo. ¿Será posible contemplar una y otra vez la misma escena? Anhelo afirmar que alcanzaremos juntos la vivacidad de la primavera. Sin embargo, los patrones tejidos en este mundo me han cerrado las puertas. El cielo se nubla mientras la helada noche se avecina. ¿Acaso vos también podes verlo?"
Un toque en el hombro lo saca de su ensimismamiento, proveniente del hombre a su lado, quien busca su atención. Sin perder tiempo, se quita los auriculares y cierra el cuaderno donde plasmaba sus pensamientos. Después de transitar entre subte, colectivo y tren, finalmente, están en su destino. Aunque son las once de la mañana, el lugar bulle con un animado tumulto de gente.
Al salir del recinto, se detiene para levantar la vista hacia el letrero que anuncia "Estación Tigre". No es diferente de lo que conoce, aunque es un poco más colorido que la fría y grisácea capital; hay un poco de verde, unas palmeras, una bandera celeste y blanca ondeante. No le resulta interesante, solo larga un ligero suspiro.
Por otro lado, Lían lo ama. Cierra los ojos e inhala el dulce aroma del río cercano. Él levanta la comisura de los labios, con ojos de media luna se acerca y toma la mano del joven.
—¡Vamos! ¡Vamos! Nos están esperando.
Con el rostro inexpresivo consulta:
—Esta persona, ¿quién es?, no entendí bien.
—Es un ex compañero de trabajo. Te va a caer bien, se mudó hace poco para acá.
Soichi, se detiene.
—Mmm.
El hombre se encuentra desconcertado ante el repentino cambio de actitud. Parece como si hubiera amanecido con la luna atravesada en el culo. El semblante del joven le recuerda a un niño hosco al que obligan a ir al colegio después de un ataque de rabietas y llanto. Suspira y se dispone a aclarar:
—Nada más le pedí que nos diera un recorrido río adentro, a la vuelta te llevó a visitar otros sitios.
Soichi no está conforme con esto, pero tampoco puede justificar el motivo. Prefiere cambiar de tema.
—¿Hablaste con Raúl?
—Sí, me dijo que el gatito estaba durmiendo. Tranquilo, va a dormir todo el día.
—Bueno —dice con desgano, mientras avanza unos pasos.
Caminan unas cuadras hasta llegar al punto de encuentro. A lo lejos, el hombre que los espera reconoce a su viejo amigo. Agita los brazos con desesperación, por si no llegaba a verlo.
—¡¡¡Li!!!
Unos segundos después, ya se está abalanzando sobre el hombre dorado. Con los ojos iluminados, comienza a gritar.
—¡¡¡Li!!! ¡¡¡Te extrañé!!! ¡¡¡Te extrañé!!!
El hombre apuesto de metro ochenta mira al joven que se ha quedado unos cautelosos metros atrás. Da unos pasos para acercarse y con una fina sonrisa se presenta.
—Soy Sebastián. —Extiende su mano para un respetuoso saludo.
El joven que se pone su máscara habitual responde con indiferencia.
—Soichi —dice, estrechando la mano del otro.
Ambos no pierden la oportunidad y se ojean en silencio. En el ambiente se siente el rechazo y desprecio de esos dos muchachos. Es un breve pero justo escaneo.
Sebastián agudiza su mirada, pero solo ve a un niño al que ni siquiera se le asoma la barba.
¿Ya le habrán salido los bigotes?¿Se afeita?
No puede evitar reírse en su interior. Gira para mirar a Lían, quería transmitirle un mensaje telepática mente. ¡Amigo, perdiste la cabeza por esta criatura!
La actitud desagradable es evidente ante Soichi. Lo suelta y procede a ignorar ese juego de íntimas miradas. Confirma lo que ya sabe, Lían tiene un terrible mal gusto. El sujeto en cuestión es como la versión berreta del otro bastardo.
Esta situación es reconocible, una historia corta, fácil de contar. Básica y fundamental en el mundo animal.
Hay un perro hambriento aferrándose a un hueso. Lo lame y está feliz de creer que es solo para él. Pero cuando está extasiado clavando sus colmillos, otro perro se le acerca y quiere tomar lo que tiene. Ambos comienzan a mostrar los dientes, hay que ver quién ganará este delicioso manjar.
Después del primer contacto los lleva hacia la ribera donde está en reposo esperando una lancha. Como un buen transportista, toma la mano de Lían para subir a la pequeña bestia de seis metros.
Intenta hacer lo mismo con Soichi, pero recibe un seco:
—No, puedo solo.
Como un bebé en un Zamba, se tambalea por todos lados. Sebastián concluye que es un niño y encima estúpido. La vista le resulta entretenida, hasta que llega Lían por atrás a ayudarlo.
Revolea los ojos a los cielos, su amigo parece una pequeña enamorada revoloteando la falda corriendo atrás del otro.
El joven se recuesta sobre el asiento del costado derecho y el recorrido comienza. Sutiles salpicaduras, cálidos reflejos de sol, el aroma ligeramente húmedo.
¿Cómo el río amarronado, embravecido y de dudosa pureza despierta esta armonía casi irreconocible?
Silencio y soledad.
Aislamiento y armonía.
Un breve momento de paz.
Ignora a ese par que está poniéndose al día y disfruta de la buena vista por un tiempo.
Parece que se ha quedado dormido o no escucho cuando le hablaron. La lancha se detiene y está siendo amarrada.
¿Los planes han sido cambiados?
Paran en una hermosa cabaña; variedad de árboles cubren el amplio terreno. La brisa mueve las hojas ocres rojizas que contrastan con las que aún conservan destellos verdosos.
No está mal.
Lían extiende el brazo para ayudarlo a bajar.
—Vamos.
—¿Por qué paramos acá?
Un poco sorprendido el hombre le contesta:
—Pensé que me habías escuchado. Sebas nos invitó a almorzar.
—¡Hey! ¡Vamos! ¡Apúrense!—grita el sujeto en cuestión.
El joven se inclina y observa el delgado puente de madera. Cuando se quiere dar cuenta, ya está ingresando en la cabaña.
La decoración es simple y de buen gusto; a la derecha, un ventanal que cubre toda la pared, con unas finas cortinas de gasa blancas. En frente, un juego de sillones de tres cuerpos en negro, que combina con una alfombra beige y una chimenea sencilla. Todo va a juego con las paredes rústicas de madera color algarrobas.
Mira con desconcierto al supuesto dueño; el extravagante hombre lleva unos borceguís negros, un jean que no deja nada a la imaginación y un sobretodo mostaza.
—Mmm.
Está seguro, están invadiendo el hogar de otra persona.
—Pónganse cómodos ¡Mi casa es su casa!—exclama con alegría.
Cuando Soichi comienza a acomodarse, sacándose su campera de jean, el anfitrión vuelve de la cocina, deja unos bocadillos sobre la mesa y toma la mano de su amigo.
—Vayamos un minuto afuera, tengo algo que mostrarte.
—En un rato vamos, estoy cansado.
Sebastián presiona las rodillas de Lían, que está junto a Soichi.
—Dale, vamos... es importante, no seas así. Estuviste cuarenta minutos sentado. ¡Dale! ¡Arriba!
El joven levanta las cejas, entrecierra los ojos y analiza la situación. ¿Cómo se deja tocar así? ¿Pero qué clase de compañero es este? ¡Atrevido! ¡Desvergonzado!
Todas esas palabras se quedan atascadas en la garganta.
Con un tono de resignación, Lían suspira:
—Ya vuelvo.
El rostro se oscurece al ver a esos dos marchándose por la puerta.
¡Ay! ¡Ay! ¡Auuu!
Sebastián recibe un golpe a traición en la nuca. Lían, que lo ha golpeado con la punta de los dedos, reprocha:
—No llores, te conozco... que estás buscando.
El hombre se frota donde ha sido herido, mientras pone una expresión lamentable.
—No te enojes, quería hablar con vos en privado. ¿Qué tiene de malo? ¡Hace más de un año que no te veo!
—Bien, entonces de qué querías hablar.
El silencio se mantiene por unos minutos. Sebastián inclina la cabeza hacia abajo y suspira varias veces.
—Quería pedirte perdón.
Lían se cruza de brazos algo molesto. Esta conversación es siempre la misma, con el mismo resultado. ¿Por qué las personas no pueden soltar el pasado?
—Por esto es que no vengo a verte, cuantas veces lo hablamos.
—Li, fui un cobarde, no sabía qué hacer, yo...
El hombre guarda el mutismo durante unos largos minutos. Pero luego de haberse cruzado con Rodrigo hace unos días, ya venía experimentando cierta angustia. El desagradable recuerdo extiende sus raíces una vez más, afligiendo el pecho y descargando aquellas imágenes que siempre intenta borrar. Una persona envuelta en los fantasmas del pasado, un hombre al que no lo dejan respirar.
—Sabes, cuando abriste esa puerta y me viste ahí. Yo no... yo sé que no debí pedirte ayuda, fue la desesperación del momento.
—No, Li tendría que haber hecho algo, pero...
Con un sabor amargo en la boca y una ligera sonrisa, no puede ocultar el sonido angustioso en la voz.
—Pero solo cerraste esa puerta y me dejaste ahí, con ellos tres.
Sebastián está al borde de derrumbarse, los hombros caídos y la mirada perdida en esa sonrisa forzada lo hacen sentir una mierda.
Lucha por contener las lágrimas mientras la tristeza lo envuelve, siente como si un puño apretado le oprimiera el pecho.
Al notarlo, Lían se preocupa, se acerca despacio y trata de reconfortarlo. Coloca una mano en el hombro de Sebastián y eleva de nuevo la comisura de los labios.
Aunque por dentro esté destrozado, él siempre hará lo mismo. Se niega a dejar de hacerlo, sonríe para aquellas personas que atesora, porque no quiere que ellas noten su dolor.
Al menos, eso calma un poco su triste corazón. La vida ha sido siempre difícil para él, no quiere herir a quienes quiere. Él se esforzará siempre para mantener una sonrisa y una actitud positiva, para que los demás no vean cuán roto está por dentro.
—No importa eso ahora. No te culpe en ese momento. ¿Por qué lo haría ahora? ¿Qué podías hacer? Sebastián, no podías hacer nada, yo tampoco podía hacer nada. Eso no fue lo que nos distanció, después de ese día vos solo te alejaste.
—¡Me odié a mi mismo por no poder ayudarte! No sabía cómo verte a la cara, no podía seguir como si nada. Cuando te crucé unas horas después... —El hombre que tenía un nudo atravesado en la garganta logró sacar todo lo que lo atormentaba hace años—. ¡Oh Dios Li! ¡No pude! ¡Yo no pude! Te llevaban arrastrando y... ¡Mierda! ¿Por qué? ¡Por qué sonreíste!
—¿Y de qué servía llorar o gritar? ¡Nadie se detuvo cuando lo hacía!
Se calla por un instante, trata de relajar la tensión del rostro; muchas cosas en pocos días. Sebastián no tiene la culpa, no merece que descargue la ira y la frustración en él, intenta calmarse y baja un poco la voz.
—Fue un reflejo al verte, pensé que te quedarías tranquilo.
—¿Acaso eres estúpido? Como eso...
—Lo sé... lo sé, no te enojes. Qué sé yo... la cabeza me daba vueltas. Ya olvidemos esto, ¿cuántas veces lo discutimos? Eso ya pasó, no sirve que vivamos recordando ese pasado.
—Aún no puedo perdonarme.
—Aprende a hacerlo, al fin de cuentas... ¿No salimos de ahí? ¿No iniciaste una nueva vida?
El hombre deprimido lamenta.
—Es que con más razón, te debo tanto.
—¡Y así me pagas! ¡Recordando esa mierda! —Hace una pausa y cierra los ojos—. Ya, paremos con esto.
—Lo siento Li, en serio... lo siento tanto.
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