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100% Instituto Furry / Chapter 41: Fuego

Chapitre 41: Fuego

Narra Dante

El viento frío golpeaba mi rostro mientras saltaba de un tejado a otro, sintiendo la adrenalina correr por mis venas. A mi lado, Alex se movía en perfecta sincronía conmigo, como siempre. La ciudad de Kamino se extendía bajo nosotros, sus luces parpadeando en el horizonte. Abajo, los motores rugían. Podía ver la camioneta negra y las dos motos corriendo a toda velocidad, tratando de escapar. Patético.

—Los tenemos —escuché a Alex decir con su tono usual, sereno pero firme. Como si esto fuera solo un juego más.

—Como siempre, andando —le respondí, esbozando una sonrisa bajo la máscara. Después de todo, tenía razón. Esto era nuestra especialidad: cazar, golpear, desaparecer.

Mi mirada estaba fija en una de las motos. El conductor zigzagueaba entre los autos estacionados, pero no importaba qué tan rápido intentara ir, no había escapatoria. Con un rápido salto, me deslicé por una cornisa y caí sobre el siguiente techo, mis pies apenas resonando en la estructura metálica. La distancia se acortaba, lo sentía.

—Voy por la moto de la izquierda —le dije a Alex, pero antes de que pudiera responder, ya estaba en el aire.

El viento silbó en mis oídos mientras descendía, calculando el momento exacto. Mi cuerpo aterrizó justo detrás del conductor. Su sorpresa fue evidente, pero solo duró un segundo. Le torcí la muñeca con un movimiento rápido, haciendo que soltara el manillar y perdiera el control. Ni siquiera tuvo tiempo de gritar antes de que lo arrojara al suelo. Su cuerpo rodó por el asfalto mientras yo tomaba el control de la moto, manteniéndola en curso.

Desde el rabillo del ojo, vi a Alex moverse hacia la camioneta. Su agilidad siempre me impresionaba, incluso después de todo este tiempo. Era como si el caos que lo rodeaba no le afectara. Lo vi saltar sobre un poste de luz y luego caer directamente sobre el techo de la camioneta. El conductor perdió el control por un segundo, pero Alex ya estaba ahí, impasible.

—¿Qué carajos fue eso? ¿Fantasmas? —escuché que uno de los yakuza dentro de la camioneta murmuraba. No pude evitar sonreír. No tenían ni idea.

Con un rápido giro, aceleré la moto, lanzándola contra la otra motocicleta. El impacto fue brutal. Ambos vehículos derraparon, chispas volaron, y los yakuza rodaron por el pavimento. Me lancé al suelo rodando, recuperando la compostura en cuestión de segundos. No había tiempo que perder.

La camioneta ya estaba detenida, y Alex, de pie sobre el capó, miraba con ojos fríos a los hombres dentro.

—Bajen, ahora —les ordenó. No había espacio para discutir; sabían que era una advertencia, no una petición.

Me acerqué lentamente, observando cómo los yakuza bajaban con las manos temblorosas. Eran solo peones, pero tenían información. Y eso era todo lo que necesitábamos.

—Sabemos que el líder está en prisión —dije, mis palabras cortando el aire como cuchillas— Así que, ¿quién está al mando ahora?

Uno de ellos, un tipo con tatuajes de dragón en el cuello, se atrevió a mirarme con desprecio.

—Idiotas, no tienen idea de en lo que te estás metiendo. Ni siquiera nosotros sabemos su nombre. Y aunque lo supiéramos, no se lo diríamos a un par de payasos con máscaras ridículas.

Intercambié una mirada con Alex. Esto no era lo que esperábamos, pero no me sorprendía. Habíamos estado siguiendo pistas durante semanas, y cada vez se volvía más complicado.

—Entonces —dijo Alex, acercándose al hombre, sus kunai brillando bajo la tenue luz— Vas a darnos un nombre, o esta noche será la última vez que veas el cielo nocturno de esta bella ciudad.

El yakuza tragó saliva, visiblemente asustado. Sabía que hablábamos en serio.

—Está bien… lo llaman "El Depredador". Nadie lo ha visto. Pero todos respondemos a él. Está en las sombras, moviendo los hilos.

Sentí un escalofrío. Esto era más grande de lo que habíamos pensado. Pero al mismo tiempo, tenía sentido. Kamino siempre había sido una ciudad de secretos.

—Eso era todo lo que necesitábamos saber— dije, mi voz más baja ahora, pero llena de determinación.

 

Nos desvanecimos en las sombras tan rápido como habíamos aparecido. Dejamos a los yakuza en el suelo, inconscientes, amarrados, derrotados, con el eco de nuestra presencia grabado en sus mentes, y las heridas y moretones de nuestros golpes presentes en sus cuerpos, espero los policías no se espanten demasiado. Alex y yo corríamos de nuevo por los tejados, en busca de nuestra siguiente pista. Esta ciudad aún tenía mucho que ocultar, pero nosotros éramos los Yoru no Kami. Y nadie podía escapar de nosotros.

 

 

Después de la persecución y la breve pero intensa interrogación, Alex y yo regresamos al cuartel. A pesar del cansancio que debería haber sentido, el subidón de adrenalina aún corría por mi cuerpo. El nombre que habíamos obtenido "El Depredador" no era solo una pista, era la clave para desentrañar el misterio que habíamos estado persiguiendo por semanas.

El lugar estaba vacío, como de costumbre a estas horas de la madrugada. Los otros miembros del clan solían estar en sus propias misiones o descansando. Pero para Alex y para mí, el trabajo nunca terminaba. Esta era la misión más difícil que habíamos tenido en nuestra carrera, sabíamos que había algo más grande detrás de todo esto, por lo mismo es que queríamos resolverlo a como diera lugar.

—Buen trabajo hoy —dije, mientras dejaba caer mi equipo sobre una mesa y me dejaba caer en una de las sillas de la sala común. A pesar de la formalidad en mis palabras, sabía que no necesitaba decírselo. Habíamos trabajado juntos durante tanto tiempo que ya era un ritual.

Alex, siempre tranquilo, asintió con una media sonrisa.

—Los tuvimos en nuestras manos desde el principio. Aunque este "Depredador" está resultando ser un problema más grande de lo que esperábamos.

—Sí… pero lo encontraremos —apreté los puños por un segundo, sintiendo el metal frío de mis kunai. Habíamos pasado por tanto juntos. Esto no iba a ser diferente.

Saqué una botella de sake que teníamos guardada para ocasiones especiales. No era que celebráramos a menudo, pero esta noche merecía un pequeño respiro. Vertí un poco en dos vasos y le tendí uno a Alex.

—Por otro día más sobreviviendo —brindé, levantando mi vaso.

Alex chocó su vaso contra el mío y bebimos en silencio durante unos segundos. Era raro ver a Alex relajarse, pero estos momentos, en los que no teníamos que mirar sobre nuestros hombros, eran los únicos en los que lo veía bajar un poco la guardia.

—¿Y después de todo esto? —preguntó Alex de repente, su voz apenas audible— ¿Qué harás cuando terminemos con esta misión? Digo… cuando "El Depredador" sea historia.

Me quedé en silencio por un momento, meditando su pregunta. No era algo en lo que hubiera pensado mucho últimamente. La misión, el dojo, el maestro Morita, este clan, lo habían sido todo, pero después de esto… ¿qué quedaba?

—Tal vez me tome un descanso —respondí, soltando un suspiro —Terminar mis estudios, seguir cuidando a mi madre, viajar un poco. ver algo más que el lado oscuro de Japón por una vez.

Alex dejó escapar una pequeña risa.

—¿Tú? ¿Descansar? No te imagino lejos de la acción por mucho tiempo.

—Sí, tal vez no dure mucho— admití, sonriendo— Pero hay cosas que quiero ver. No sé… tal vez visitar algunos de los viejos lugares en Japón. Ver lo que queda de esa parte de mi vida. Visitar otros países, regresar a casa algún día, y quién sabe, encontrar el amor.

—Sigues siendo un romántico empedernido todavía, eh —cuestionó Alex— No tienes remedio jajaja.

—Supongo que no, igual, me preguntaste qué quería y soy sincero jaja, cuando acabemos con ese "Depredador" podré tener más tiempo libre.

—Si, me resulta curioso que se haga llamar así, sabes, me pregunto si será fan de las películas.

—¿Películas? —le pregunté.

—Demonios, Dante, la saga de Depredador, las películas que te dije que te vieras hace meses.

—Oye, no me ha quedado tiempo, no me las he visto —intenté excusarme.

—Ya, ni esas ni ninguna de las otras que te recomendé.

—Relájate, ¿sí? Mira, cuando acabemos con ese tipo también tendré tiempo libre para ponerme al día con todas esas películas viejas que quieres que mire ¿De acuerdo?

—Prométemelo, idiota —me dijo mientras me señalaba con su dedo índice.

—Lo prometo, imbécil —respondí mientras me carcajeaba.

—¿Y tú? —le pregunté, cambiando el tema— ¿Qué harás después de esto?

Alex giró el vaso entre sus dedos, pensativo.

—No lo sé. Siempre me he dejado llevar por lo que venga. Pero tal vez… —hizo una pausa, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras— Tal vez me retire. Encontrar algo más. Algo menos… mortal.

Lo miré de reojo, sorprendido.

—¿Retirarte? No sabía que eso era una opción para ti.

Alex me miró con esa expresión de media sonrisa que siempre tenía, pero esta vez había algo más detrás de sus ojos. Algo más cansado.

—Siempre hay una opción, Dante. Aunque nosotros no solemos verla.

Guardé silencio unos instantes, permitiendo que sus palabras flotaran en el aire. Alex siempre había sido un tipo pragmático, pero la idea de que se retirara del trabajo era algo que nunca había contemplado. El solo pensamiento de no tenerlo a mi lado en las misiones me resultaba extraño.

—Supongo que nadie puede hacer esto para siempre —dije al final, aceptando la verdad en sus palabras— Aunque es difícil imaginar un mundo en el que no estemos cazando.

—¿Y si ese mundo existe? —preguntó Alex, su tono más suave ahora— ¿Si hay algo más allá de las sombras y los tejados?

Terminé el sake y me incliné hacia atrás en la silla, dejando que sus palabras se asentaran. Podía haber algo más, algo lejos de las noches sin descanso y las vidas robadas. Pero, ¿estaba listo para ese mundo? ¿Estábamos listos para eso?

—Tal vez— murmuré, más para mí que para él.

Nos quedamos en silencio por un tiempo, ambos perdidos en nuestros pensamientos. Había algo casi reconfortante en esos momentos tranquilos entre las misiones, donde podíamos simplemente ser Dante y Alex, sin el peso del mundo sobre nuestros hombros. Pero sabía que la tranquilidad no duraría mucho.

El calor del sake aún recorría mi garganta cuando escuché el sonido del ascensor activarse. La puerta corrediza se abrió y, uno tras otro, los demás miembros del clan entraron en la sala común. Sus rostros mostraban el cansancio, pero también la satisfacción de las misiones bien cumplidas.

—¡Vaya, vaya! ¿Celebrando sin nosotros? —bromeó Ben, uno de los chicos del equipo, mientras se dejaba caer en una de las sillas. Sus ropas estaban empapadas por la nieve que caía afuera, y se quitó el abrigo mojado antes de arrojarlo en un rincón.

—Alguien tiene que darle vida a este lugar —le respondí, sonriendo de lado.

Las chicas, Akari, Mei y Sora, se unieron a nosotros, hablando en voz baja sobre la misión que acababan de terminar. Mientras tanto, Jun, el más joven del grupo, se dirigió al pequeño bar improvisado para servir más bebidas. No éramos muchos, pero éramos efectivos. Cada uno de nosotros era más que simples vigilantes: éramos familia.

En el fondo de la sala, el Maestro Morita emergió de su oficina. Su presencia siempre imponía respeto, incluso después de todos estos años. Aunque las arrugas en su rostro se habían vuelto más pronunciadas, y las canas empezaban a aparecer esporádicamente, su mirada seguía siendo aguda como una hoja, tal vez en edad no, pero su espíritu seguía siendo joven. Se detuvo en la entrada y nos observó en silencio durante unos segundos, antes de esbozar una leve sonrisa.

—Bien hecho, chicos —dijo con su voz ronca pero autoritaria— Hemos avanzado más esta noche de lo que podría haber esperado. Este país está comenzando a mostrar signos de cambio gracias a ustedes.

Su felicitación era rara, pero cuando llegaba, era auténtica. Sentí un orgullo inesperado inflarse en mi pecho, igual que cuando era solo un aprendiz bajo su tutela. Miré a Alex de reojo, y él me devolvió la mirada con una sonrisa apenas perceptible. Todo parecía estar en orden… por un momento.

Entonces, un sonido que no debería haber estado allí: madera crujiendo.

Todos nos tensamos al mismo tiempo, como si hubiéramos escuchado un susurro en una sala vacía. El viento afilado de la montaña azotó el exterior del cuartel, y el ambiente cambió. Podía sentirlo en el aire, algo pesado, oscuro, que no pertenecía a esta noche. Mis sentidos se agudizaron y mis dedos rozaron instintivamente las empuñaduras de mis kunai.

—¿Escucharon eso? —preguntó Mei en voz baja, sus ojos recorriendo la habitación.

Antes de que pudiera responder, la puerta y las paredes externas del cuartel se rompieron en un estruendo. Hombres enmascarados, cubiertos con trapos oscuros que solo dejaban ver sus ojos, entraron en tropel. La sala común se llenó de caos en un segundo. Un destello de acero, armas de fuego alzándose en sus manos. Estábamos rodeados.

—¡No se muevan! —gritó uno de ellos, mientras otros apuntaban sus armas a nosotros. Sabían exactamente dónde golpearnos. Sabían quiénes éramos. Y estaban preparados.

El líder de los enmascarados dio un paso al frente, su voz fría y calculada cortó el aire.

—Sus días como vigilantes nocturnos se acabaron. Localizamos al resto de los suyos. Ya están muertos. Solo quedan ustedes siete.

Las palabras cayeron pesadas, como una sentencia. Mi corazón latía con furia, pero no podía dejar que el miedo tomara el control. Mantuve la mirada fija en el líder mientras continuaba.

—Decidimos dejar lo peor para el final —continuó, sus ojos recorriendo la sala— Ustedes. Los más peligrosos.

Ben apretó los puños, listo para lanzarse, pero el Maestro lo detuvo con un solo gesto. Él lo sabía. Sabía que no era el momento… aún.

El ambiente se tensaba cada vez más. La sensación de estar acorralado no me era ajena, pero esto era diferente. Nos habían superado en número, pero no en habilidad. No íbamos a caer sin luchar.

El Maestro Morita se movió con una rapidez que desafió su edad. Sin decir una palabra, tomó una de las tazas de la mesa y la lanzó con precisión letal hacia el interruptor de la luz. El cuartel quedó sumido en la oscuridad.

Era todo lo que necesitábamos.

El caos se desató en un instante. Disparos rompieron el silencio, y el fuego de las armas se convirtió en los únicos destellos de luz. Platos, botellas, tazas… todo volaba y se rompía. Pero nosotros éramos los Yoru no Kami. Habíamos entrenado para esto. En medio de los disparos, me moví con agilidad, neutralizando a los enmascarados uno por uno. A mi lado, Alex se desplazaba como una sombra, rápido y letal. Mis kunai volaban, golpeando carne y acero por igual.

A pesar de la desventaja inicial, comenzábamos a ganar terreno. Pero entonces, todo cambió.

Uno de los enmascarados, acorralado, sacó un encendedor de su bolsillo. Lo encendió y, sin dudarlo, lo arrojó al suelo. El fuego comenzó a extenderse por las paredes de madera, lamiendo los muebles y las vigas.

—¡Fuego! —gritó alguien, pero era demasiado tarde. Las llamas avanzaban con una velocidad aterradora, devorando todo a su paso.

La batalla continuó. Podía escuchar los gritos de mis compañeros mientras uno a uno iban cayendo. El calor se volvía insoportable. Akari, Ben, Mei, Sora, Jun… todos ellos cayeron, uno tras otro, hasta que solo quedamos Alex, el Maestro y yo.

Nos reagrupamos, los tres de pie en medio del caos, respirando con dificultad. Aún quedaban enmascarados, pero el fuego ya había tomado el control. Estábamos atrapados.

—Maestro, no podemos quedarnos aquí —grité entre el ruido ensordecedor de las llamas.

Pero antes de que pudiera hacer algo, el Maestro Morita se lanzó hacia adelante, defendiéndonos de una ráfaga de balas. Su cuerpo fue alcanzado por varios disparos, y lo vi caer, su figura desplomándose lentamente. El tiempo pareció detenerse.

—¡No! —grité, corriendo hacia él, pero Alex me detuvo.

—Dante, no tenemos tiempo.

Me reincorporé, volteé a ver a los últimos bastardos que quedaban en pie.

—¡Pagarán por esto, hijos de puta!

Acabamos con los últimos enmascarados, pero el incendio ya era incontrolable. El calor era insoportable, y las vigas comenzaban a crujir sobre nuestras cabezas.

—Tenemos que salir —le dije a Alex, desesperado.

Pero Alex no respondió. Lo vi mirar las llamas, luego a mí, y supe lo que iba a hacer antes de que se moviera, total, aún en la situación más desfavorable, nuestra sinergia se mantenía firme, producto de años de luchar hombro a hombro, como hermanos.

—¡Alex, no! —grité, pero ya era demasiado tarde. Me tomó de mi uniforme, me tomó y me lanzó con fuerza fuera del cuartel.

Salí disparado, chocando contra la puerta y la pared que aún seguía relativamente en pie y luego fui rodando ligeramente por la ladera nevada de la montaña. Desde afuera, miré cómo el cuartel se desmoronaba. Vi a Alex, su silueta oscura frente a las llamas, levantando una mano para despedirse. El edificio se derrumbó sobre él, borrando por completo su imagen, pero yo no iba a quedarme de brazos cruzados, con mis últimas fuerzas tenía que hacer algo.

Intenté correr hacia él, pero una explosión me lanzó por los aires, estrellándome contra las rocas. El mundo giraba mientras caía pendiente abajo, hasta que mis manos se aferraron desesperadamente a un peñasco, en busca de sobrevivir.

Colgué ahí por un segundo, mis fuerzas desvaneciéndose. Miré hacia arriba, pero todo lo que vi fue el cuartel ardiendo, imaginar que todo estaba perfecto hace unos cuantos minutos, estábamos tranquilamente hablando de la vida, nuestros sueños, nuestros planes a futuro, y todo eso se quedó ahí, murió ahí. Luego, mis dedos cedieron, y caí.

La oscuridad del agua helada me envolvió al tocar el río. Ni así pude olvidar el fuego, las llamas a mi alrededor, no podía dejar de pensar en cómo ese infierno consumió a mis compañeros, a mis camaradas, a mi maestro, a mi mejor amigo, y no pude hacer nada para salvarlos, este era el final que me merecía, por haberles fallado de esta forma.


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