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Aina, quien había abierto los ojos, no mostró ni la más mínima reacción cuando Lux invocó a su Ejército No-Muerto.
Las cicatrices en su cuerpo se iluminaron, una por una, en una luz plateada, mostrando cuánto había sufrido en el pasado.
Un momento después, llamas blancas cubrieron su pecho y zona inferior, ocultando las cosas que no deben ser vistas tan casualmente en público.
Aparte de esos dos lugares, todo estaba al descubierto.
Su belleza que había captado la atención de muchos Enanos, tanto en Solais como en Elíseo, se había vuelto más exquisita después de convertirse en Ranker. Sin embargo, esta belleza surrealista albergaba un poder aterrador detrás de ella, un poder que devastaría todo a su alrededor.
Era como si ella fuera un ser divino recién nacido, cuyo principal propósito era destruir a aquellos sobre quienes posaba su mirada.
Y ahora mismo...
Sus ojos estaban fijos en el Semielfo, que no tenía intención de dejarla liberarse del dominio de Keoza.