—¡Protejan a Su Majestad! —ordenó el Santo Caballero a los Caballeros que avanzaron, levantando sus escudos para proteger a Gabriel.
Gabriel permaneció en silencio bajo la lluvia de piedras con la espalda hacia los ciudadanos. La sangre goteaba lentamente por su frente...
Un sentimiento incomprensible se apoderó de su corazón, llenándolo de algo que había sentido muchas veces antes. El mismo sentimiento que tuvo cuando la gente de su pueblo se volvió contra él, pidiendo su muerte.
Las demandas de la gente aquí eran ligeramente distintas que las de aquellas personas, pero en su corazón había el mismo dolor. ¿Estos eran los que había salvado? ¿Por estos había ofendido directamente a la Iglesia de las Llamas?
Tocó lentamente la sangre en su frente mientras murmuraba lentamente:
—Bien... Muy bien. Gracias por no dejarme olvidar...