—¿Será que estás ciego? —preguntó el enviado. No solo el enviado, incluso Callum y el Santo Caballero quedaron atónitos. A pesar de que las palabras de Gabriel sonaban insultantes, su voz y expresiones eran tan sinceras como si realmente lo estuviera preguntando. No sabían si reír o llorar.
—¡Tú! ¡Tú! ¿Me llamaste ciego? —El Enviado se puso de pie, atónito. Aunque no era claro, algunos podían vagamente ver que su rostro se tornaba rojo de ira.
¡Si no fuera porque temía ser asesinado por el Sumo Sacerdote más tarde, ya habría matado al hombre de un solo golpe!
—No es que te llamé ciego. Realmente estoy preguntando. Solo porque estoy de pie dices que estoy perfectamente bien. ¿Podría ser que no ves la sangre resbalando por mis labios? —preguntó Gabriel.
Fue solo entonces cuando el Enviado y los demás vieron una delgada línea de sangre que resbalaba por la comisura de los labios de Gabriel.