Anastasia se sonrojó porque era plenamente consciente de que la noche anterior él estaba desnudo debajo de ella y todavía lo estaba. Ella llevaba su camisa. —Lo prometo —dijo suavemente.
—Ven a mí —dijo él y la atrajo hacia sí para abrazarla. No contento con ese pequeño contacto, la levantó. Pasando sus dedos por su cabello, miró hacia el techo. Sus muslos rozaron su miembro y en poco tiempo su erección se hinchó. —Tiene vida propia —puso como excusa cuando ella se retorció.
Un golpe sonó en la puerta.
—¡Adelante! —gruñó él. Anastasia intentó levantarse pero él la atrajo a su regazo mientras se apoyaba contra las almohadas. La cobija estaba peligrosamente baja en su cintura.
—¡Dioses! Esto es inapropiado —exclamó ella con una voz entrecortada.
—Sí, lo sé, pero no me importa —dijo sin vergüenza y comenzó a acariciar su cabello.