Con un jadeo, Esther cerró inmediatamente sus ojos y cubrió su rostro con sus manos. —¡Theron!
Él se rió de su reacción. —Después de toda una noche disfrutando de este cuerpo mío, ¿de repente mi dama lo ignora así? ¿No crees que es un poco irrespetuoso para con un cuerpo tan bueno?
Esther no se movió, sus manos aún cubriendo su rostro. —Por favor, vístete.
—Pero no quiero —ella lo escuchó decir—. Mi esposa está ignorando mi cuerpo.
—¡No lo estoy ignorando! —contraatacó Esther—. Yo... estoy un poco avergonzada.
Una carcajada fuerte le llegó a los oídos. —Creo que hemos cruzado los límites de la vergüenza anoche. ¿Deseas que te lo recuerde, mi querida esposa? Recuerdo cuando tus manos
—¡Para, para ya! —Cuando abrió sus ojos para fulminar con la mirada al pícaro pervertido, vio al Príncipe Theron ya vestido con su túnica y estaba atando el nudo de la cintura mientras la miraba con una sonrisa burlona. Sintió una extraña sensación de alivio y pesar.