—Niño, no me rechaces —dijo el rey con una voz que no admitía negativa. Su voz era áspera y fuerte, como la de un general dando órdenes a un ejército, sin embargo, sus ojos mostraban calidez mientras sostenía la mano de su esposa en la mesa—. Has hecho un gran servicio no solo al reino, sino también a nuestra familia. Nosotros, los Ivanov, normalmente no permitimos estar en deuda con nadie, pero valoramos la sinceridad y la amistad, qué más una gracia salvadora de vida. Habla, ¿qué deseas? En nombre del Rey de Megaris, te concederé cualquier cosa que desees mientras no sea pedir el trono o causar daño a este reino.
—Gracias, Vuestra Majestad, pero no deseo nada. Cuando salvé a la Reina, no lo hice por ninguna recompensa, ni tampoco la salvé porque es realeza. No fue mucho esfuerzo, y lo habría hecho por cualquier persona. No necesito recompensa —respondió Esther educadamente con la cabeza inclinada delante del Rey y la Reina.