—Gracias por eso, Kat —dijo Kamiko mientras se frotaba los ojos de nuevo.
—Sabes que no deberías hacer eso, ¿verdad? —respondió Kat, ya acostumbrada a los niños pequeños frotándose los ojos después de que les entra algo.
—Lo sé… Es solo que… No puedo dejarlo, supongo. Si mamá estuviera aquí, me regañaría por hacerlo. No tanto porque ya se hayan lavado, pero sé que aún así no debería —respondió Kamiko.
—Bueno, yo haré el informe de las burbujas, tú solo tómate un pequeño descanso —dijo Kat, sin querer que Kamiko intentara escribir mientras sus ojos aún estaban llorosos y claramente algo irritados a pesar del collar.
Mientras Kat hacía eso, Kamiko tomó asiento contra uno de los montones de cajas y presionó su cara contra sus rodillas con la esperanza de aliviar algo de la irritación en sus ojos. Aunque el amuleto estaba bloqueando el dolor, ella aún podía CASI sentirlo, y encontró la sensación mucho más molesta que solo el dolor.