Seb se sentó fuera del quirófano, con los ojos fuertemente cerrados. Incluso aquellos que simplemente pasaban por el corredor podían ver la malicia que emergía de él. No estaba solo preocupado por la persona dentro de la habitación. Estaba al límite. Su palpable aura de ira hirviente, apenas contenida bajo la superficie, preocupaba a cualquiera.
Cuando Erasmi quemó viva a Lara y a su amante, él había comprendido la razón detrás de ello, lo había apoyado incluso, pero no había comprendido el deseo. Admitió que más de una vez se había preguntado qué tipo de odio albergaba Erasmi para poder hacer algo tan cruel. Sin embargo, sentado aquí, esperando noticias sobre su esposa y niños, reconoció el deseo que ardía dentro de él. Matar. ¡Y matar de la manera que torturaría a esas dos mujeres!