—¿Siempre serás una buena chica entonces? —él preguntó.
Sus manos estaban en mis caderas como frío hielo. Pero mi cuerpo aún no dejaba de estremecerse cada vez que sus dedos se movían, aunque fuera en lo más mínimo.
—Respóndeme, mi esposa —dijo seriamente.
Asentí rápidamente. —No, quiero escucharlo de tu boca —dijo.
—S-Sí...
Mi cuerpo estaba en llamas. Se estaba calentando desde adentro. Yo sólo podía mirarlo fijamente con ojos suplicantes para que me diera lo que yo quería.
—Bueno, entonces recuerda esto siempre —él dijo—. Eres mía. No dejaré que nadie te tenga. Si alguien intenta quitarte de mí, lo mataré. A alguien como yo no le gusta matar, ya sabes...
Él rió amargamente. Era un poco aterrador, pero por alguna razón, no sentía miedo. Mi mano salió a tocar su rostro que estaba levemente sudado.
—Te amo —dije mientras frotaba mi palma contra su mejilla—. No te dejaré, así que por favor prepárate para pasar el resto de tu vida conmigo.