La Señora Laura salió de la celda, donde los reclusos habían estado despejando los arbustos. Vio a Felicia sentada en un banco y se acercó a ella.
—¿Por qué no estás despejando ningún arbusto? —preguntó la Señora Laura.
Felicia se levantó rápidamente de su asiento y respondió,
—Estaba esperando a que vinieras para poder despejarlos juntas. Noté el tipo de miradas que tus lacayos me estaban dando y tenía miedo de hacerlo sin ti aquí. Podrían matarme si quisieran.
—Pero todavía estás viva y con energía, así que no tienen intención de matarte —dijo la Señora Laura.
Ella miró hacia atrás y vio a sus lacayos observándolas antes de continuar despejando los arbustos.
—Vamos —ordenó la Señora Laura, y Felicia asintió.
Todos comenzaron a despejar los arbustos, lo cual era bastante difícil ya que eran espesos, casi como un bosque, pero también debido a las grandes extensiones de terreno excedente donde crecían los arbustos.