—¿A qué te refieres? —preguntó Mary— y la Señora Laura desvió su mirada de Felicia para mirarla.
—Simplemente laven estas ropas si ambas desean que su estancia aquí en la prisión sea pacífica sin peleas ni discusiones, obedezcan mis órdenes y eso es todo —dijo la Señora Laura.
—No voy a hacer ninguna de esas cosas, estas son tus ropa, así que deberías ser tú quien las lave —objetó Felicia—. La Señora Laura miró a sus lacayos y ellos entendieron inmediatamente sus tareas.
Dos de los reclusos empujaron a Felicia, obligándola a arrodillarse mientras ella gritaba de dolor. Mary estaba a punto de ayudarla pero otros dos lacayos la retuvieron.
—Pareces ser una tozuda —comentó la señora Laura—. Pero no te preocupes, me aseguraré de enderezarte —añadió con una sonrisa malvada.
Un recluso sacó un recipiente redondo lleno de agua sucia cerca de la cara de Felicia. Cuando el olor del agua sucia llegó a la nariz de Felicia, abrió la boca y vomitó.