Caminé rápidamente a través de los grandes corredores del palacio, el sonido de mis pasos resonando en los pisos de mármol. Iván seguía de cerca detrás de mí, su presencia añadiendo al peso de inquietud que se asentaba en el fondo de mi estómago.
Sintiendo su mirada quemándome la espalda, finalmente me giré para enfrentarlo, mis palabras precipitadas y urgentes. —Más te vale darme tu total apoyo y no respaldar sus argumentos —exigí, mi voz teñida con desesperación.
Pero la respuesta de Iván no fue lo que había esperado. Sus palabras cortaron la tensión como un cuchillo, su tono casual e indiferente. —No, esta te toca a ti solo. Manejálo tú mismo. No necesitabas mi ayuda cuando tomaste esa decisión, y seguro que ahora tampoco la necesitas.
Lo miré con incredulidad, el peso de sus palabras me golpearon como un golpe físico. Antes de que pudiera interrogarlo más, Iván empujó las pesadas puertas de la sala del trono, dejándome enfrentar las consecuencias de mis actos solo.