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Reece
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Sabía que hoy había sido duro para mi Pequeño Conejito. Tuvo que compartir algo extremadamente doloroso con su familia. El dolor era evidente en el rostro de todos, incluso en el mío. Pero ahora, tenía que ayudarla a sanarse a sí misma. Era mi responsabilidad ayudarla a seguir adelante.
Una vez que la puerta se cerró detrás de los invitados que se marchaban, tomé a mi pequeña compañera en mis brazos. Realmente era pequeña en comparación conmigo. Era totalmente como un gran lobo malo acechando a un pequeño conejito. Ese pensamiento siempre me hacía sonreír y a mi lobo jadear de deseo.
—Reece, ¿qué estás haciendo? —Ella gritó cuando la levanté de sus pies y la acuné contra mi pecho.
—¿No puedo abrazarte? —ronroneé en su oído.
—Esto no es abrazar —ella se burló.
—¿No lo es? Estás acurrucada contra mi pecho, ¿no?
—Eres un perro —ella se rió.
—¿Quieres ver cuánto? —bromeé con ella, con una sonrisa extendiéndose por mi cara.