Iris despertó en medio de la noche y sintió que todo su cuerpo ardía, como si alguien la hubiera prendido en llamas.
Abrió los ojos y jadeó levemente, mientras se levantaba de la cama y apagaba el fuego en el brasero. El sudor le corría por la frente y los rizos se le pegaban a los lados de la cara, molesta.
Llevaba puesto un camisón delgado, pero aún así, sudaba profusamente y no sabía por qué estaba así. Su cuerpo estaba febril. ¿Se había enfermado porque la sorprendió la lluvia este mediodía? ¿Qué tan débil era su cuerpo en realidad?
Apurando los dientes, Iris fue a la ventana y la abrió, dejando que el aire frío entrara en su sofocante habitación, acariciando su caliente piel. Sólo entonces se sintió un poco mejor. No duró mucho, sin embargo, porque pronto el fuego en su interior se intensificó aún más. Cayó al suelo, jadeando salvajemente. Sus piernas no podían sostener su cuerpo y temblaba, incapaz de moverse un ápice.
¿Qué estaba pasando ahora?