Sunny se despertó justo antes del amanecer. Permaneció quieto por un rato, renuente a abandonar el cálido abrazo de las mantas. Luego, con un suspiro, se sentó y tembló ante el frío de la mañana. Era hora de enfrentar un nuevo día, y había mucho por hacer. No tenía excusas para holgazanear...
Un dolor sordo irradió repentinamente en su pecho. Miró hacia abajo con una expresión confusa, estudiando las viejas cicatrices que cubrían su piel bronceada y dorada.
—...¿Supongo que va a llover?
Entonces, un brazo de marfil apareció repentinamente debajo de las mantas, acariciando sus firmes músculos.
—¿Ya es mañana? —preguntó ella.
Sunny sonrió, tomó la mano de su esposa y asintió con la cabeza.
—Sí, mi sol —respondió él.
Ella suspiró.
—De acuerdo... ve, prepárate. Despertaré al pequeño diablillo —dijo ella.