Cristóbal estaba sentado en la cámara privada del club, los ojos pegados a la pantalla de su portátil.
La habitación estaba tenuemente iluminada, con una sola lámpara que proyectaba una suave luz sobre el espacio, y cortinas de terciopelo oscuro cerradas. El vaso de whisky en la mesa junto al portátil permanecía intacto.
Cristóbal vestía un traje gris, sus brazos cruzados firmemente sobre su pecho mientras esperaba que Eddie llegara. Su rostro era sombrío, su mandíbula estaba tensa, y la tensión en su cuerpo era palpable. Estaba claramente agitado, y sus ojos iban y venían por la pantalla mientras buscaba algo.
El silencio en la habitación fue roto cuando Eddie entró.
—Buenas noches, hermano —le saludó cortésmente mientras se acercaba a él con rigidez. No tenía idea de por qué Cristóbal lo había llamado a un club.