Johnathan inició su peregrinaje hacia las legendarias montañas de Aldurian una mañana fría y brumosa. Vestido con una humilde túnica marrón, con la cabeza cubierta y sin llevar consigo más que una pequeña alforja, el joven emperador era indistinguible de cualquier viajero común. Nadie imaginaria que bajo esa fachada anodina se ocultaba uno de los magos más poderosos del mundo.
Durante los primeros días, el camino fue relativamente sencillo. Johnathan avanzaba por senderos rurales y evitaba las grandes urbes donde su disfraz podría despertar sospechas. Se alimentaba de frutas silvestres y raíces, y pasaba las noches a la intemperie, abrigado sólo por su gastada capa.
La verdadera prueba comenzó al adentrarse en las Tierras Interiores, vastas extensiones montañosas habitadas por tribus bárbaras y bestias feroces. Aquí la civilización se diluía, cediendo paso a parajes agrestes azotados por tempestades y nevadas perpetuas.
Una madrugada, mientras escalaba un desfiladero escarpado, Johnathan fue emboscado por un grupo de ogros hambrientos. Los horrorosos gigantes, con sus colmillos amarillentos y su hedor a podredumbre, pretendían convertirlo en su desayuno.
Johnathan escapó por poco, trepando ágilmente por la ladera pedregosa mientras los ogros vociferaban con frustración. Pero estos seres sanguinarios no se darían por vencidos tan fácilmente. Rastrearon a Johnathan hasta la entrada de una cueva donde pretendía encontrar refugio.
El joven mago se vio forzado a usar su poder para sobrevivir. Convocó una tormenta eléctrica que se descargó desde el cielo nocturno hacia los ogros. Los gigantescos cuerpos humeaban y convulsionaban mientras los rayos los freían vivios. El olor a carne quemada llenó el aire. Aullando de dolor, los pocos ogros que quedaban huyeron aterrados.
Johnathan sabía que no podía bajar la guardia. En estas inhóspitas tierras acechaban peligros por doquier. Al amanecer reanudó su marcha, adentrándose en un laberinto de barrancos y desfiladeros sin fin.
Los siguientes días fueron un continuo desafío a su resistencia. Tuvo que escapar de arenas movedizas, cruzar un río helado plagado de serpientes marinas y sobrevivir una tormenta de nieve que amenazaba con congelarlo vivo.
En el momento más crítico, cuando el frío congelante calaba hasta sus huesos, Johnathan se topó con la entrada de una caverna oculta. Sin dudarlo, se precipitó a su interior justo cuando una avalancha sellaba la entrada, atrapándolo dentro.
Utilizando un conjuro luminoso, iluminó la caverna en la que se hallaba. Grande fue su sorpresa al descubrir pinturas rupestres que indicaban la presencia de una civilización antigua. Siguiendo los extraños símbolos, llegó a una cámara que albergaba un sarcófago sellado.
Su instinto le decía que no se acercara, pero la curiosidad pudo más. Al tocar la tapa sellada, un ente espectral emergió, liberado de su prisión milenaria. La criatura pronunció palabras ininteligibles, su voz sonaba como uñas arañando una pizarra.
Repentinamente, Johnathan sintió como si su fuerza vital fuera drenada. El ente era un antiguo espíritu parásito que pretendía apoderarse de su cuerpo. Johnathan reaccionó rápido, usando un conjuro arcano de destierro para regresar a la entidad al mundo espiritual.
Liberado de la amenaza espectral pero debilitado, Johnathan tardó días en recuperarse, refugiado en la caverna. Tuvo tiempo de sobra para estudiar las misteriosas pinturas y satisfacer su sed de conocimientos ocultos.
Cuando la avalancha que selló la entrada se disipó, prosiguió su viaje. El clima mejoraba a medida que descendía del inhóspito altiplano hacia los bosques del sur. Pero nuevos peligros aguardaban en la espesura.
Una noche, mientras se calentaba junto a una fogata, fue rodeado por una jauría de colmillos blancos. Los lobos, con sus ojos inyectados en sangre y la baba goteando de sus fauces, se abalanzaron sobre Johnathan.
El mago los repelió quemándolos vivos con ráfagas de fuego invocado. El aullido de los lobos al ser carbonizados fue desgarrador. Pero Johnathan no se inmutó y prosiguió su camino al amanecer. La Fortaleza de Aldurian esperaba y no había tiempo que perder.
Los Bosques de los Siete Susurros
Tras atravesar el Bosque Petrificado, plagado de arañas venenosas y serpientes gigantes, Johnathan se internó en los misteriosos Bosques de los Siete Susurros.
Bajo la luz etérea que se filtraba entre el dosel de ramas, el bosque adquiría un aire irreal, encantado. Pero pronto sus susurros, como el silbido del viento, se hicieron audibles. Voces etéreas que llamaban por su nombre.
Johnathan comprendió que los extraños murmurios provenían de los árboles mismos. Estos árboles ancestrales poseían una conciencia propia, y ahora susurraban para llevarlo por el sendero equivocado.
Cerrando su mente a los engañosos susurros, Johnathan dejó que su intuición lo guiara a través de los intrincados senderos del bosque. Los árboles, irritados al ver su plan frustrado, empezaron a atacarlo, lanzando ramas como látigos contra el joven.
Pronto, Johnathan se vio forzado a defenderse con fuego y hacha, abriéndose camino a la fuerza a través de la maleza viviente. El bosque crujió y gimió a su paso, pero no pudo impedir su avance.
Tras lo que parecieron semanas, el bosque comenzó a aclararse hasta dar paso a unos hermosos prados alpinos. Johnathan se desplomó exhausto junto a un arroyo de aguas cantarinas. Había logrado atravesar los Bosques de los Siete Susurros.
Pero su alivio fue pasajero. En sueños, los susurros regresaron más insistentes. Las voces prometían conocimiento ilimitado si se desviaba de su búsqueda y regresaba al bosque. El joven mago despertó sobresaltado, cubierto en sudor frío. No permitiría que nada ni nadie lo apartara de su meta.
Reanudó la marcha de inmediato, adentrándose en las Tierras Desoladas, un paraje muerto y surreal más allá de los verdes prados. Sentía que cada paso lo acercaba más al final de su viaje.
El Páramo Infinito
Las Tierras Desoladas resultaron ser un páramo gris e interminable, donde el viento cortante levantaba nubes de polvo negruzco. No había rastro de vida en esta llanura estéril de suelo agrietado.
Pero la extensión sin fin resultó ser una ilusión generada por viles criaturas que pretendían enloquecer a los viajeros. Johnathan rompió el hechizo invocando un conjuro revelador. Por un instante, el páramo se esfumó, mostrando un pequeño descampado rodeado de colinas bajas y humeantes.
Liberado de la alucinación, el mago prosiguió su camino, ascendiendo por las colinas hacia las montañas cada vez más prominentes en el horizonte. Era la mítica cordillera de Aldurian, última barrera antes de su destino.
Mientras escalaba los riscos nevados, una violenta tormenta se desató. Elizas de hielo cortaban su piel mientras el viento helado le hurgaba hasta los huesos. Bajo sus pies, los ventisqueros amenazaban con precipitarlo al vacío blanquecino.
En el momento más crítico, una cornisa de nieve se desprendió bajo sus pies, haciéndolo caer al precipicio. Johnathan invocó un hechizo de levitación para frenar su caída, pero la fuerza del vendaval lo estrelló contra la ladera.
Malherido, logró arrastrarse a una cueva para guarecerse de la tormenta, que ahora rugía feroz fuera de la entrada. En el interior húmedo y helado de la cueva, Johnathan luchaba por mantener la conciencia, concentrándose en regenerar sus heridas.
Pasaron tres días antes de que la ventisca amainara lo suficiente para continuar. Emergiendo de la cueva, Johnathan contempló el campo de nieve inmaculada que se extendía ante él. En algún lugar bajo esa superficie de blanco perfecto se hallaba la entrada al Valle Perdido de Syriun.
Cerrando los ojos para concentrarse, pronunció un conjuro de derretimiento. Una onda de calor emanó de su cuerpo, fundiendo la nieve y revelando la entrada a un túnel subterráneo. Johnathan avanzó por el oscuro pasaje, su meta ya a la vista.
Tras incontables peligros y contratiempos, Johnathan se encontró al fin en las puertas mismas de la legendaria Fortaleza de Aldurian. Su viaje había llegado a su fin.
Tras superar las rigurosas pruebas impuestas por los Vigilantes, Johnathan finalmente obtuvo acceso a la legendaria Cámara del Tiempo, ubicada en lo profundo de la Fortaleza de Aldurian.
La entrada a la cámara estaba oculta tras una puerta secreta, disimulada como parte de la pared de piedra. Solo unos escasos elegidos a lo largo de la historia habían logrado encontrarla y cruzar el portal, tras resolver los enigmas y acertijos que custodiaban el acceso.
Johnathan tuvo que agudizar su ingenio e intuición al máximo para identificar y manipular los símbolos, runas y mecanismos arcanos correctos que permitieron la apertura de la puerta. El complejo sistema de seguridad parecía reconfigurarse constantemente, adaptándose para confundir a cualquier intruso no autorizado.
Tras la puerta secreta, unas escaleras de caracol descendían en espiral a las profundidades de la fortaleza, iluminadas tenuemente por antorchas de llamas multicolor que proyectaban sombras inquietantes.
Finalmente, las escaleras desembocaban en una amplia cámara circular, con el techo abovedado tan alto que se perdía en la penumbra. El aire parecía vibrar con una energía ancestral que erizaba los vellos de la nuca. Frente a Johnathan se extendía un vasto salón atiborrado de estanterías, vitrinas, pedestales y artefactos donde se concentraba un tesoro incalculable de conocimiento arcano acumulado durante milenios.
Tomos con encuadernados de pieles y metales exóticos llenaban las estanterías. Pergaminos con escrituras en lenguas olvidadas hace eones se apilaban dentro de las vitrinas. Extraños artefactos, orbes, armas y reliquias de civilizaciones extintas mucho antes del amanecer de la humanidad se exhibían sobre los pedestales.
Johnathan contempló maravillado la monumental acumulación de conocimientos contenida en esa cámara fuera del tiempo. Sabía que cada minuto que pasara allí equivaldría a un año completo en el mundo exterior. Así que debía optimizar al máximo esta oportunidad única de absorber la sabiduría suprema de los antiguos.
Durante lo que para él fueron 12 días de intensivo estudio ininterrumpido, Johnathan se sumergió por completo en el océano de conocimientos custodiado en la cámara.
Tan pronto Johnathan cruzó el portal, fue recibido por un silencio abrumador. La Cámara del Tiempo parecía estar fuera del alcance tanto del sonido como del tiempo mismo. Frente a él se extendía un vasto salón circular con estantes que se perdían en la distancia, todos atestados de tomos, pergaminos y artefactos.
Johnathan se acercó al primer estante y tomó un gran tomo encuadernado en cuero. Al abrirlo, quedó deslumbrado al ver escrituras en un lenguaje antiguo que parecía cantar con una melodía propia. Las páginas detallaban hechizos arcanos capaces de invocar los poderes del cosmos y moldearlos a voluntad.
Tras estudiar el tomo por lo que parecieron años, Johnathan había absorbido esos conocimientos. Ahora comprendía los secretos para canalizar la energía estelar y doblar el tejido del espacio-tiempo. Pasó al siguiente tomo, que versaba sobre artefactos capaces de manipular la gravedad y explorar realidades alternativas.
Así fueron pasando los días, o lo que parecían días. Cada tomo contenía saberes más profundos y extraordinarios que el anterior. Johnathan aprendió a leer las escrituras en lenguajes antiguos, dominar fórmulas alquímicas olvidadas y recitar cantos arcanos para invocar entidades de otros planos. Su mente y espíritu se expandían a nuevas dimensiones.
En pedestales examinó orbes y artefactos que amplificaban los sentidos, permitiendo percibir formas de energía etérea inaccesibles para los humanos comunes. Descifró pergaminos que detallaban la historia de civilizaciones ancestrales tan antiguas que habían sido olvidadas incluso por los propios dioses.
Cada minuto en la Cámara del Tiempo era un tesoro incalculable de revelaciones que catapultaban la evolución de Johnathan a estadios divinos de comprensión. Todo conocimiento del universo parecía estar concentrado en esa cámara infinita, disponible para que él lo absorbiera.
Finalmente, cuando sintió que había extraído hasta la última gota de conocimiento, Johnathan se dispuso a abandonar la cámara. Al cruzar el portal, el cambio en la densidad de la energía cósmica fue tal que tuvo que sentarse unos minutos para recobrar el equilibrio. Luego de reponerse, contempló con nuevos ojos su entorno. Ahora poseía una sabiduría tan vasta como el cosmos mismo.
Cuando Johnathan finalmente emergió de la Cámara del Tiempo, sólo habían transcurrido dos días en el mundo exterior. Pero para él fue como si hubieran pasado 3 años enteros de intenso estudio y práctica.
Johnathan tenía 5 años antes de entrar a la cámara. Por lo tanto, tras salir de la Cámara del Tiempo en la Fortaleza de Aldurian, ahora tiene una edad de 8 años. Pero su conocimiento y habilidades mágicas eran las de un auténtico dios antiguo. Estaba listo para comenzar una nueva fase de su destino.