Los soldados estaban aterrorizados. Sin sus armas y equipo, se sentían desnudos, pero lo peor era reconocer que estaban completamente indefensos. Incluso si estuvieran todavía armados, no había nada que pudieran hacer.
Una vez liberados, habían huido por instinto de supervivencia, pero ahora se dieron cuenta de que había sido una acción inútil. No había salida del recinto subterráneo ni un lugar donde esconderse.
Los Asistentes no dejaron de pensar, simplemente siguieron corriendo hacia cualquier puerta que pudieran ver, para alejarse lo más posible de esa pesadilla.
Quylla se debilitaba cada vez más, pero como parecía saber lo que hacía, Morok le dio un poco de su fuerza vital y la llevó en brazos por la escalera.
La puerta estaba abierta, dando paso a una habitación aún más grande que el Reactor. Las paredes estaban cubiertas de runas dimensionales, lo que hizo que el corazón de Morok se acelerara, al menos hasta que recordó que no tenía idea de lo que decían.