La conciencia de Alejandro despertó lentamente, pero apenas podía moverse espasmódicamente. No podía abrir los ojos y mucho menos respirar por la nariz. Aunque intuía que no lo necesitaba en ese momento, se sentía atrapado en un estado de inmovilidad. No sabía qué estaba sucediendo ni por cuánto tiempo tendría que permanecer en esa situación. Decidió dejar de pensar en ello, tratando de olvidar y ignorar las dificultades físicas que enfrentaba. A pesar de todo, se sentía protegido y cómodamente cálido, aunque también empapado.
El tiempo pasaba mientras Alejandro alternaba entre momentos de sueño y breves despertares. Con cada despertar, lograba mantenerse despierto durante más tiempo. Sin embargo, comenzó a sentir una incomodidad inquietante al estar completamente despierto y no poder volver a dormir. Su espacio se estrechaba cada vez más, lo cual despertaba en él un deseo incómodo de abandonar su refugio. Finalmente, sintió pasar a través de un lugar dolorosamente estrecho y se encontró expuesto al aire, sintiendo cómo una brisa acariciaba su diminuto y desnudo cuerpo, provocándole un escalofrío.
Alejandro experimentó un picor en la piel de uno de sus glúteos, lo que le provocó un ligero dolor y lo hizo gritar y llorar de miedo. Luego, escuchó voces de hombres y mujeres que se acercaban a una cama donde yacía una hermosa y joven mujer de pelo blanco. Parecía tener unos 40 años, pero con un aire de madurez que cautivaría a cualquiera que la viera. Una anciana lo tomó en sus brazos y se lo entregó a un hombre igualmente atractivo y de cabello blanco, que aparentaba unos 45 años y tenía una expresión feroz en su rostro.
El hombre acercó al bebé a su pecho, arrullándolo y besando tiernamente su frente, sin importarle que aún estuviera cubierto de los fluidos que manchaban su cuerpo. Luego, lo llevó a una palangana lo suficientemente grande como para lavar su tierno y delicado cuerpo. Después de secar y abrigar al bebé, lo llevó de vuelta a la cama, donde su esposa lo esperaba con alegría que lo llamaba a su marido por el nombe "Valarion".
"Aquí tienes, amor mío", dijo Valarion, tomando al bebé en sus brazos. "Nuestro hijo es precioso, fuerte y saludable".
Lissara, la madre, respondió emocionada: "Sí, lo noté, escuche su fuerte llanto".
Valarion, asintió con una sonrisa orgullosa y compartiendo la felicidad de su esposa, agregó: "Estoy seguro de que su llanto fue escuchado por las personas afuera".
En ese momento, Lissara acercó su pecho, su preciosa fuente de alimento, a los labios del pequeño que aún dormía. Al sentir el suave roce en sus labios, el bebé despertó de inmediato y, con un hambre voraz, atrapó el pezón de su madre, comenzando a alimentarse ávidamente.
Con los ojos abiertos, Alejandro contempló a sus padres, asimilando la realidad de su nuevo nacimiento. El aturdimiento y el sueño se desvanecieron gradualmente, dejando que su mente se inundara con los fragmentos de recuerdos vividos y su encuentro con el misterioso dios. Agradecido por la oportunidad de vivir de nuevo, se dejó envolver por la calidez del amor y la familia que lo rodeaban.