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85.09% El diario de un Tirano / Chapter 137: Emergencia

Chapitre 137: Emergencia

En el adarve recién construido de madera, se encontraban dos hombres, vestidos con indumentaria militar ligera, acompañados de un arco, carcaj, y una pequeña cesta con bocadillos y dos cantimploras sobre la superficie aspera.

Ambos hombres se mostraban vigilantes ante los ruidos provenientes del bosque, el mismo que en los últimos días se habían avistado un mayor flujo de bestias humanoides, sin hostilidad, aparentemente, no obstante, aquello provocó más preocupación en cada uno de los guardias. Eran guerreros, tal vez por la minúscula estancia en Tanyer se les consideraba forasteros, y como tales, ignorantes a la vida natural de las tierras que ahora llamaban hogar, pero conocían las bestias, y era de concepto común que cuando una bestia piensa, significa que algo muy malo va a ocurrir.

La feroz ráfaga de viento les hizo suspirar, agradecidos por el frescor del aire, que aliviaba la sensación de sus cuerpos cubiertos de sudor.

—Veo a otro de los verdes —dijo el moreno, sin señalar, no era necesario. Su compañero, el rubio, asintió.

—He escuchados de los sangre... —calló, y entendió su error al notar la temerosa expresión del hombre a su lado—. Los lugareños, que en esta temporada es común verlos, al parecer, atacan a los animales pequeños que nacen luego del inyar.

El moreno afirmó con calma, no le importaban las razones de porque los observaba más, tenía una misión, asesinarlos si cruzaban hacía el territorio que su señor gobernaba, lo demás era de poca importancia.

—Son horribles —añadió, mirando al perdido que había percibido sus presencias.

—Nos reta —sonrió el rubio, levantando su arco, y haciéndose con una flecha.

—A la cabeza —dijo el moreno, con una sonrisa incitadora.

Sus ojos, agudos como los de un ave depredadora, se posaron con intensidad en el individuo de tono verdoso. Sus dedos, rígidos como rocas, sujetaban firmemente el extremo no letal de la flecha, mientras su respiración se volvía tan silenciosa y serena como un páramo abandonado. Pero su encuentro fue bruscamente interrumpido por su compañero, cuyo toque delicado en su hombro lo sacó de su concentración.

—Observa el camino.

El rubio obedeció, aunque sin bajar el proyectil. A lo lejos, una silueta cuadrúpeda comenzó a vislumbrarse, levantaba el polvo por la alta velocidad, y, que por el camino que tomaba, denotaba su intención por cruzar territorio prohibido.

—No distingo con claridad. Maldito sol.

El rubio forzó al máximo su visión.

—Es un jinete a caballo, pero es extraño, creo que carga con un niño.

El moreno asintió, logrando verlo, más por el dibujo en su mente recién creado gracias a la observación de su compañero, que por su habilidad.

—Es un guerrero, puedo distinguir armadura en su cuerpo.

—¿Enemigo?

—No puedo responder.

—Tiro de advertencia —ordenó el moreno.

Su compañero asintió.

La flecha fue disparada, e ignorada.

—Nuevamente.

El rubio obedeció, pero nuevamente fue ignorada. El moreno no quería matar a un hombre con su vástago, pero las órdenes eran claras, y no iba a desobedecerlas por dos desconocidos.

—Tiros limpios —dijo con un tono serio, pero calmo.

El rubio asintió, se concentró en el disparo, apuntando al caballo, pues dudaba que pudieran escapar de su segunda flecha luego de caer de su montura. Respiró hondo, pero luego atisbo algo que no debía ser correcto, por lo que forzó nuevamente su objetivo en el infante que cargaba el guerrero, y entonces se mostró nervioso.

—Es de los nuestros. —Bajó de inmediato el arco.

El moreno le miró, extrañado por la afirmación.

—No es un niño —añadió, su corazón golpeaba con fuerza su pecho, intuyendo lo peor si esa flecha hubiera sido disparada—, es uno de esos enanos que traen las rocas al Barlok.

—¡Carajo! —gritó—. Van como si los persiguieran los oscuros. —Y de forma involuntaria dirigió su atención a espaldas del jinete, suspirando en su corazón de alivio que su decreto no haya materializado a tan perverso enemigo—. Maldición, debieron detenerse, casi los matamos.

El rubio asintió.

Bronio, el soldado a caballo le lanzó una mirada a ambos hombres, reprochándoles sus ataques anteriores, pero no hizo por detenerse, sus compañeros le necesitaban, y no podía retrasarse ni un solo segundo, aunque su vida dependiera de ello. Mientras que el antar en su regazo mostraba indicio de querer vomitar por el traqueteo constante del viaje.

—Hablaré con alguien —dijo el moreno al verles alejarse, con dirección al territorio del Barlok—, maldición si lo haré, esto no puede quedar así. Nuestra piel peligraba ser arrebatada de nuestros cuerpos por unos bastardos apurados. No me quedaré callado.

El rubio asintió, en concordanza con su compañero.

∆∆∆

Bronio atisbo los altos muros de la fortaleza, y aunque todavía se encontraba lejos, su corazón ya no se sentía tan amenazado, logrando respirar con menor presión.

Su odisea se ganó la atención de cada hombre, mujer y niño del camino por dónde galopaba, se notaba la curiosidad en los ojos de cada uno, pero él ignoraba las miradas, solo existía un pensamiento en su mente, el mismo que le proveía de fuerza y determinación.

—Ruego se me permita la entrada —gritó al llegar ante las altas puertas de madera reforzada, y se sintió pequeño ante la inmensidad de los muros, que no había logrado apreciar hasta este momento de incertidumbre.

El guardia en la cima de la muralla posó su atención en el recién llegado, y sin dudarlo mandó la orden de que se permitiera el paso. Había visto al de la raza antar.

Bronio agradeció con un ademán que pasó desapercibido, para inmediatamente cruzar la entrada, sin emprender el galope. Existían reglas, todos lo sabían, y admitía que tuvo el pensamiento audaz de ignorarlas por una única vez, creyendo que su soberano lo entendería, pero fue esa la razón de su desistir, su soberano, el hombre que no era un hombre. Comprendiendo que por todas las cosas se debía respetar el protocolo, aunque aquello costara la vida de sus compañeros, pues, creía que ellos en su posición actuarían igual.

Las siluetas cercanas le resultaron desconocidas, y no era para nada extraño, pues, aunque su tiempo en Tanyer era mucho mayor a los recién llegados, su habilidad con la espada no había logrado llamar la atención de los principales escuadrones, aquellos con nombre distintivo, los que se habían hecho de fama recientemente, gracias a sus hazañas en batalla. A lo lejos, uno de esos escuadrones entrenaba.

—Jinete, desmonta. —Escuchó la orden, la voz era dura, poderosa e imponente, tanto que su caballo comenzó a moverse con nerviosismo—. Estás en presencia de Trela D'icaya.

Bronio se volvió de inmediato, con una expresión de disculpa, no sabía quien era el nombrado, y no necesitaba saberlo, pues si se le había permitido el ingreso a la fortaleza, y tenía un séquito en su compañía, debía ser alguien al que no podía insultar. Pero, entonces observó al hombre alto, guapo e incuestionablemente imponente, lo reconoció de inmediato, lo había visto siempre de lejos, pero la sensación de magnificencia era la misma, o probablemente superior.

Se arrojó a suelo, dejó al pequeño a su lado, y cayó sobre ambas rodillas, bajando la cabeza con sumo respeto.

—Señor Barlok. —Se percibió el nerviosismo en su tono, el temblor de su cuerpo era visible, pero ninguna de las mujeres presentes hizo por burlarse, en realidad fue lo contrario, creían que era la manera correcta de estar en presencia de su soberano, pues ellas mismas a veces sucumbían ante su imponencia.

Orion mantuvo su interés en el antar, quien observaba los alrededores con una mirada perdida mientras masajeaba su estómago, como si quisiera evitar que algo saliese de el.

—Puedo oler tu desesperación —dijo, concediendo su mirada al insignificante soldado—, habla.

Bronio tragó saliva, lamió sus labios y esperó que su cordura no se rompiera al formular la repuesta que debía dar.

—Señor Barlok, mi señor, debe ayudarnos, algo nos ha atacado, mis compañeros, mis compañeros se encuentran en peligro.

Orion mostró un leve interés en su expresión, que pronto se desvaneció.

—Habla despacio y claro, soldado —ordenó.

Bronio se forzó a calmarse con una fiera bofetada que sorprendió a la hermosa Fira. Carraspeó de forma silenciosa, y con la breve tranquilidad recuperada relató lo sucedido.


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