La brisa marina susurraba y silbaba.
La falda de Iris se agitó como si fuera a llevársela con ella y volar por los aires.
La escuálida mujer estaba de pie en el borde de la cubierta, balanceándose con el viento. Parecía que iba a perder el equilibrio y caer en cualquier momento.
Los ojos de Philip se abrieron de par en par.
—¡Iris, vuelve aquí! Vuelve!
Iris le miró, con ojos resueltos y decididos. Dijo con firmeza: —¡Déjame ir a casa, o si no, saltaré desde aquí!
Philip frunció el ceño.
—¿Me estás amenazando con tu vida? Aunque saltes, hay médicos en el crucero. ¡No te dejaré morir! Sin mi permiso, no puedes morir.
—¿De verdad?
Iris sonrió de repente. Entonces, ¡se dio la vuelta y saltó hacia abajo sin dudarlo!
...
...
El mar era muy azul y hacía mucho viento.
En la distancia, el cielo también estaba muy claro.