Terminó la evaluación y el Doctor Cooper apagó la cámara de video y en su maletín guardó todo, despidiéndose con una rápida levantada de cejas.
- Ken… espero seas bien mujer para tus cosas y no te vuelvas un político más, pues ambos sabemos que tú…
- …Usted ya no tiene derecho a darme lecciones, menos de ética.
- Me gustaría una vez fueses capaz de juzgarte con la misma severidad con que juzgas a los demás…
- Lo hago a diario y estoy bastante feliz con lo que veo.
- … llevas meses dando clases de moralidad y ética pero no tienes la menor idea de lo que significan esas palabras.
- ¿Y usted me las va a enseñar?
- Sí, yo te las voy a enseñar. Ética no es esto que tú haces, es actuar basándose en el respeto y amor al prójimo… que debieses amar tanto como te amas a ti mismo, que en tu caso es un amor que lleva a ahogarse en un río intentando abrazarse.
- Perfecto… Gracias por la lección ¿Me puedo ir?
En cuanto terminó de preguntar fue incapaz de pestañar o derramaría lágrimas y era conocido por ambos que somos los únicos animales capaces de producir lágrimas en reacción a estados emotivos y él no quería por nada del mundo demostrar que aquella situación le provocaba algún sentimiento.
Quizá podía controlar las lágrimas pero no lo brillante de sus enormes y expresivos ojos celestes o como ciertas partes de su rostro se tornaron moradas, anticipando la expresión más obvia de la tristeza.
Más evidente con Cooper, quien desde niño sufría de espasmos del llanto. Su piel se tornaba morada o blanca, dependía eso de la temperatura que le rodease. Luego el llanto y la suspensión de la respiración que terminaba en breves pérdidas de conciencia con movimientos espasmódicos, a simple vista un adulto llorando con la pena de un niño, pero para un profesional como el Doctor Cooper, un síntoma de una enfermedad aún desconocida.
- ¿Existe algo que el doctor Cooper quiera decir antes de irse?
Titubeó en responder, se mantuvo de pie mirándolo desilusionado. Jugó descoordinado con sus largos dedos, no sabía qué hacer con ellos, por lo que guardó sus manos en los bolsillos… abrió la boca para hablar, pero desistió y agarró la puerta para salir.
- Tienes de adorno los cocos.
Soltó brusco la puerta y fue donde él, afirmando su muñeca en la espalda.
- ¡Uy! ¡Qué susto! ¡Ken se enojó!
- Ya, conversemos ¿Por qué lo hizo? – dijo corriendo una silla, rompiendo el piso al apoyarla con fuerza.
- Ya me preguntaste antes y te respondí.
- Esa respuesta no es aceptable – dijo sentándose - Usted no hizo lo correcto… Usted está mal y no entiendo como no es capaz de verlo… avergüenza a lo que alguna vez fue una noble profesión, a su mujer, a su familia…
- …¿A ti?...
- Sí, a mí… usted era… yo era… usted no era un desconocido… yo seguí en esto porque usted me dijo que era una buena idea, yo confié en usted.
- ¿y me equivoqué acaso? Motivé a un alumno brillante a una especialidad donde creí sería útil ¿y no fue así al principio? Destacaste en neurología, en las investigaciones y luego seguiste con psiquiatría… pero allí algo pasó, te estancaste y ahora haces esto… ¿Por qué haces esto?
El Doctor Cooper rascó su oreja y luego sobó su frente levantándose suave, caminando a una esquina de la habitación donde se cruzó de brazos y se mostró indiferente.
- No estamos acá para hablar de mí.
- ¡Ken no quiere hablar de Ken! La primera señal del apocalipsis, los mayas se equivocaron, no era el dos mil doce, era ahora, cuando el doctor Cooper no quiere hablar del Doctor Cooper. Sí, sí deberíamos hablar de ti… ¿Qué quieres conseguir con todo esto? ¿Poder?
- …No espero que una persona como usted lo entienda.
- No, no te entiendo. Nadie que te conoce, te entiende… volviste a Chile a dar consejos matrimoniales a un matinal de televisión y ahora haces esto ¿Qué mierda? – esperó por varios minutos en silencio, mirándolo fijo - ¿Quieres hablar de decepciones? ¿Cómo crees que yo me siento cuando te veo hablando esas tremendas pajarotas en la televisión y todas las viejas con crucifijos en el ano alabándote?... tratándote como si fueses un mesías… Antes me sentía orgulloso leyendo sobre tus avances pero ahora… - dijo negando con su rostro.
- Yo no soy el problema, profe… Nosotros hicimos un juramento de salvar vidas, sin importar quien se nos pone enfrente…y… ¡Usted asesinó a un bebé! … por no tener cerebro… Ningún otro bebé debe morir a manos de un médico, no por un aborto, no así.
Cienfuegos se levantó y abrió su chaqueta poniendo las manos en la cadera con los pulgares enganchados en el cinturón, en un ángulo donde quedaban de frente, a cada esquina del salón.
- Doctor Cooper ¿Recuerda algo de lo que le enseñé? ¿Es fácil éste tipo de parto? ¿Sabe que tan doloroso es? ¿Qué tan dificultoso es para la madre parir esta criatura?
Cooper se sentó cruzando los tobillos, sin dejar de mirarlo o de jugar con su mandíbula.
- Doctor Cooper ¿Usted participó en el protocolo de asistencia a los padres? Usted no podía, es cierto, no trabaja para el hospital donde ellos se trataban; no obstante, nadie se atrevería a cerrarle las puertas al Doctor Cooper… Al doctor Cooper que rechazó el Nobel de medicina… a propósito ¿Por qué fue que hiciste eso?
- No me lo merecía – respondió entre dientes - No estamos aquí para hablar de mí.
Cienfuegos sabía que algo más había, que algo escondía pero no era el momento o el lugar.
- No, nunca hablé con ellos… pero fue por qué usted no me lo permitió.
- Tampoco mostraste interés y si pudiese ahora, tampoco dejaría a éste cuerpo sin alma que tengo enfrente hablarle… Déjame contarte un poquito lo que pasó con esta familia; por un lado estaba la madre, rezándole a cualquier cosa, esperando un milagro para que su niñita fuese normal pero a la vez comprando un pequeño cajón blanco – hizo una pausa – sobre el padre, acompañó a su mujer obligado, siendo que siempre fue un buen padre y esposo, ahora negaba el embarazo, lo rechazaba y a diferencia tuya, yo no lo juzgo, lo entiendo… esta criatura tenía a su mujer enferma y a una familia destrozada… ahora Doctor Cooper, usted conoce la apariencia de estas criaturas ¿Qué sensación deja en la madre? ¿Qué secuela deja en la madre, en ese padre, en esa familia? ¿Vale la pena destruir a un grupo de personas para que una criatura que no siente o piense, viva?
- No es una "criatura", lleva el genoma humano, es una persona y tiene derechos, como todos los niños, derechos que usted vulneró.
- Siéntate – ordenó.
Cooper tomó asiento y después lo hizo Cooper.
- Defíneme psique radical y primigenia pues creo lo has olvidado.
El Doctor Cooper se reclinó en el asiento, apoyó el tobillo sobre la rodilla y colocó sus dos manos atrás de la cabeza, mirándolo fijo con una leve sonrisita.
- ¿Usted cree que podrá ganarme una discusión de esa índole? Prefiero mantener la discusión a un límite en que usted sea capaz de seguirme, quizá así comprenda por qué pasará el resto de sus días en prisión.
Se levantó y preparó sus cosas para irse, aburrido ya con la discusión.
- Usted cometió un infanticidio. Usted justifica este asesinato por el dolor de la madre ¿No está acaso ella sufriendo ahora? ¿Consideró lo responsable que se sentirá del fallecimiento de su hija cuando pase el shock? Cada vez que se mire al espejo verá a una asesina. Nunca volverá a ser la persona que fue. Nunca lo olvidará – hizo una pausa - Usted me da lástima… después de todo lo que hemos vivido y estudiado, usted entendió nada. La medicina y todos nosotros estaremos mucho mejor sin usted.
El bar estaba lleno y Andrea trabajaba como mesera, al cabo de un rato se fue al baño, antes de cerrar la puerta, Raúl se metió.
Ni si quiera se fijó cuando entró al bar.
Retrocedió y buscó en rededor con que le podía pegar en caso de tener que defenderse. Lo único que se le ocurría era la tapa de losa sobre el estanque de agua, estaba a unos pasos.
- ¿Te asusté? Te ves igual a tu mamá a su edad…
Ella corrió por la tapa pero él la interceptó.
- ¿Por qué no me tocas un ratito, negrita? Pídeme lo que quieras. Tengo acceso a todo… ¿Quieres libitina?
- No sé qué es eso… - respondió honesta, pero él no le creyó.
Raúl agarró la mano de Andrea y la metió en sus pantalones, haciéndola tocarle, apretándola y gimiéndole en la oreja. Terminando rápido. La miró de cerca aun gimiendo y la besó afirmándole el rostro, enterrándole los dedos en las mejillas y metiéndole la lengua descontrolada en la boca, queriendo llegar hasta su garganta, disfrutando como ella forcejeaba para alejarlo y así poder respirar.
- ¿Ves que no fue para tanto? Buenas noches, negrita.
No salió del baño en un buen rato.
Lavó sus manos por una hora, pero seguían sucias.
Sin importar cuanto lavase.
Seguían sucias.
Cuando salió se tomó una ronda de tequila.
Apareció una mujer preciosa; pelo largo y liso, rasgos polinésicos, vestido y tacones rojos. Parecía una chica pin up. El vestido era de una tela tan delgada que se translucía el corsé con las portaligas y llevaba una linda tiara de flores plateadas. Se le acercó antes que se sentase con el grupo de amigos que venía y le invitó una cerveza.
- Soy hetero.
- Genial por ti pero yo sólo te estoy invitando una cerveza.
- ¿Por qué una mujer habría de invitarle una cerveza a otra mujer?
- ¿Porque no? Sería una idiotez dejar pasar la oportunidad de regalarle algo a una mujer tan linda como tú.
La fría neblina entró por la ventana sacando a Cooper de su letargo. Las camionetas de los medios de comunicación apenas se veían. Revisó su abrigo, tenía cigarros pero el único lugar donde podía fumar era aquel, donde estaban los buitres.
Peinó su cabello ondulado enmarañado en el reflejo de la ventana y rascó su mentón, bajó por las solitarias escaleras de emergencia y cubrió un bostezo con sus temblorosas manos, asegurándose que estaba solo sacó una petaca del bolsillo interior de su abrigo y bebió lo que quedaba, menos de la mitad.
La guardaría en su bolsillo pero titubeó, manteniéndola escondida al interior de su manga salió al hall y se detuvo en el primer basurero, del otro lado estaban las cámaras atentas a lo que él hiciera, de botar la petaca nadie se daría cuenta pero era tan linda, de cuero negro y metal, un regalo de su madre en su cumpleaños pasado.
Suspiró y la guardó de nuevo en el bolsillo interior de su abrigo.
Los periodistas intentaron violarlo con micrófonos que tras un par de manotazos alejaron. Colocó el cigarro en la boca y buscó en su bolsillo los fósforos, no terminó de escudriñar cuando apareció una llama de la mano de una mujer con una cabellera tan roja como el fuego que sostenía. Tenías facciones duras pero atractivas y a Cooper le atraía más que cualquier otra mujer que conoció alguna vez. Caderas anchas y cintura de avispa, cabello hasta la cintura y ondulado.
Como de su edad.
Todo como a él le gustaba.
- Buenas noches señorita Michimalonco, siempre su encendedor enciende mi cigarro…
- No es momento de bromas, Doctor Cooper.
El Doctor Cooper exhaló el humo hacia abajo mientras golpeaba el cigarrillo para hacer caer las cenizas.
- Usted tiene razón, me disculpo.
- ¿Cómo se encuentra la señora Cecilia?
- Estable y no discutiré más sobre el caso… Cuando se termine – dijo indicándole el cigarro – Dejaré de hablar, yo en su lugar, no dejaría de preguntar.
- ¿No considera absurdo que un hombre dicte una ley contra el aborto?
- No la dicté, eran leyes que ya existían, solo las ordené. Además, habrá un plebiscito para que puedan manifestarse en contra a lo nuevo, que es la penalización del intento de aborto también, si es eso lo que quieren – puso las manos en su hebilla - ¿o el problema es solo porque soy hombre y no tengo derecho a opinar?
- No. No tiene.
- Las bebés se hacen de a dos…
- … pero el embarazo lo carga una…
- … la paternidad debe respetarse…
- … si ustedes tuviesen el útero.
La miró por debajo de las cejas inclinando su rostro, exhalando el humo por la nariz, como un toro embravecido.
Ella mordió sus labios tras humedecerlos y jugó con uno de sus rizos, mirándolo de reojo con el rostro inclinado, le quitó el cigarro de la boca y lo siguió fumando ella, coqueta.
Él sonrió halagado.
- ¿Usted sabe que la potencial instauración de la Ley Cooper causará cien veces más encarcelaciones que la suma total de la gente condenada en la última década por abortos antes de finalizar el primer trimestre?
- Se deben defender los derechos del no nacido, el aborto es un asesinato… el intento de aborto, es un intento de asesinato.
- Más de lo mismo – comentó molesta y se mostró sin ánimo de seguir hablando, le devolvió el cigarro y preguntó desganada - ¿Qué se siente ser el personaje más influyente del año?
- No soy un personaje.
- Eres un personaje, sólo que no te has dado cuenta – hizo una pausa - ¿Son ciertas sus coqueterías con la derecha?
- No. Coqueteo con la izquierda también – dijo coqueto.
- ¿Es cierto que estás pensando en ser presidente?
- No, pues sin duda usted se iría. Éste es el único país del mundo donde solo viven mujeres bellas, y aun así su ausencia dolería… Además no sirvo como político, soy un mal mentiroso – mintió.
Las dos pasaron un par de horas conversando de la vida y Andrea en cada oportunidad que tuvo hizo reír a la muchacha.
Se fueron a su departamento, decorado con una exagerada cantidad de art pop.
Le pidió acomodarse mientras alimentaba a su gato, quien tras ver a Andrea corrió a esconderse en la cocina, desde donde se asomaba a ratos a mirarla.
- Le tiene pánico a los humanos
- ¿Quién no? – dijo sonriendo - ¿Puedo fumar?
- Sí, pero cerca de la ventana por favor – dijo cerrando la puerta de la cocina, dejando al gato en el interior.
Andrea se paró junto a la cama, apoyada en la ventana y prendió un cigarro.
La muchacha siguió jugando con su pelo, sin saber qué hacer más que esperar nerviosa a Andrea.
- Nunca he hecho esto pero llevaba un tiempo con curiosidad, pero no estoy segura de que esté bien.
- Podemos solo conversar – ofreció sin ánimo de "solo conversar".
- No, no quiero que solo conversemos.
Andrea tiró el cigarro y sin darle más espacio a dudas fue a besarla. La muchacha no abrió sus ojos hasta un tiempo después.
- ¿Aun nerviosa?
La muchacha deseosa negó y la besó de vuelta, metiéndole su pequeña lengua, apenas alejándose de sus labios. Esto le desagradó a Andrea, la ansiedad le jugaba en contra, impidiéndole a ella orientarla de manera correcta, por lo que prefirió ocupar su cuerpo, acarició sus senos sin quitarle el corsé.
- ¿Me lo quito?
- No, déjatelo, los zapatos también, quítate todo lo demás.
Deslizó su mano por el cuerpo de la muchacha, sin dejar de besar su cuello y la tocó sin quitarle las bragas, sintió la humedad que mojaba la ropa y no se detuvo hasta que la chica terminó estremeciéndose de placer en cuanto los dedos de Andrea tocaron sus labios carnosos, en espasmos increíbles que liberaban tímidos gemidos.
La recostó en la cama reemplazando sus dedos con sus labios.
La chica sacó su tiara y la colocó sobre la cabeza de Andrea, quien no entendió que pretendía con ésta acción, pero no le dio importancia.
La dio vuelta y besó su espalda hasta caer en sus glúteos, donde se estacionó por más rato para morderlos y lamerlos, mientras recorrían las intimidades del cuerpo de la muchacha con implacable asertividad.
Desesperada no importaba que hiciese no conseguía terminar con el deseo y la muchacha ya no podía seguir.
En un intento desesperado la muchacha llegó con un consolador y Andrea aceptó frustrada, aunque terminó fingiendo para no hacerla sentir mal.
La muchacha se acostó junto a ella y la agarró de la mano, mirándola cariñosa mientras que Andrea mal genio miraba por la ventana. Moviendo sus dedos contra el vidrio, sin hacerlos sonar.
- Sé siente raro.
- ¿Bueno raro o malo raro?
- O sea, se sintió impresionante pero… - hizo una pausa - Mis viejos son súper religiosos, en su congregación no me aceptarán. Nunca creí que era lesbiana.
Andrea hizo una mueca y se empezó a vestir.
Odiaba las categorizaciones, cada quien con lo suyo, mientras fuesen adultos, humanos y estuvieran ambos de acuerdo ¿Qué importaba si fuesen hombres, mujeres o ambos?
- ¿Quieres quedarte? Podemos ver algo.
- Tengo cosas que hacer temprano.
- Si quieres irte está bien, no tienes que ponerte tan hombre para tus cosas.
¿Tan hombre?
No solo los hombres tienen compromisos tempranos.
- En serio tengo cosas que hacer, pero voy seguido al bar, quizá nos volvamos a encontrar y no te compliques, si no te gustan las mujeres de acá en adelante no eres lesbiana y puedes seguir yendo a la iglesia todos los domingos.
El doctor Cooper entró a la habitación donde una mujer hinchada con expresión tranquila lo esperaba conectada a varios monitores y sueros, lejos de peligro de muerte.
Tenía las venitas del rostro rotas y las mejillas con soriasis, aparte de la hinchazón que provocan las corticoides.
- Buenas Noches señora Cecilia ¿Cómo se encuentra usted? – no hubo respuesta - Puedo venir mañana si prefiere.
La mujer negó.
Sostenía la cartilla revisando el estado de salud de la señora, no estaba el último chequeo de sus signos, los completó a medida que se los tomó.
Intentó incorporarse, pero no conseguía acomodar las almohadas tras ella, pues entre su mano esposada y la otra llena de tubos no hacía una.
Cooper se le acercó y comenzó a acomodarla con cuidado, jugando con las almohadas hasta que ella se encontrase cómoda.
- Cuando la doctora Fuentes le dé el alta, usted irá a prisión, espero comprenda eso – dijo en un tono de voz muy suave -¿Está bien así?
La mujer no respondió, solo lo miró asustada.
Cooper buscó una silla y la arrastró hasta ponerla a una distancia prudente de ella, sacó su grabadora y la colocó sobre la cama.
Comenzó la evaluación.
Fue larga y tediosa pero correcta.
Ninguna emoción por parte del médico, incluso cuando la mujer lloraba, él no dejaba de observarla sosteniendo sus cartillas y el lápiz en la mano, mirándola fijo y asintiendo.
Iba por la mitad cuando se disculpó para enchufar la grabadora cuya carga se acababa, le explicó que se detendría en ese periodo y le pidió esperar, pero ella no obedeció.
- Doctor, una mujer no se embaraza para abortar…
La mujer con un nudo en la garganta no fue capaz de seguir hablando. Le facilitó un vaso de agua que ella agradeció con un gesto mientras limpiaba sus lágrimas con dificultad.
El Doctor Cooper llamó a una enfermera y le ordenó cambiar los sueros a la mano esposada, mirando a otro lugar mientras tanto.
La enfermera malhumorada se fue y la señora Cecilia le devolvió el vaso, disponiéndose a hablar.
- Desde el primer control me dijeron que algo estaba mal con mi niñita pero que quizá, con buena suerte, viviría un par de años. ¿Sabe por qué ellos se referían a buena suerte? Porque querían investigarla ¿Cómo pueden decir eso? ¿Cómo hacer que nazca sabiendo que va a morir?
"De lo único que tenemos certeza en esta vida es que vamos a morir" fue el comentario que el Doctor Cooper se reservó.
- Yo tenía todo arreglado, guardé las cosas de sus hermanitos, éste era mi conchito, yo quería tenerla… se llamaría María… aunque ustedes se referían a ella como "el feto" y sobre su enfermedad explicaban "como un lápiz mina sin goma", yo la sentía moviéndose, creciendo… Yo no podía permitir que ella naciera ¿Para qué? ¿Para ser tratada como un monstruo? ¿Para que la pasaran de doctor en doctor y la mostraran en revistas médicas, cómo lo hicieron conmigo? Ella volvió a ser un angelito que Dios no dudará en recompensar por el dolor que le provoqué…
- No sufrió – interrumpió.
- ¿Cómo sabe eso?
- Dado su desarrollo…
El Doctor Cooper por primera vez en toda la entrevista evitó dar la cara. La señora Cecilia no tenía certeza si era porque mentía, o si desconocía de lo que hablaba, o porque era de las pocas personas que mentían sin asco mirando fijo a los ojos pero al decir la verdad se sentían tan vulnerables que eran incapaces de dar la cara.
- ¿Entonces qué sintió ella?
- Lo más probable es que nada.
- El doctor Cienfuegos fue el único que escuchó mi súplica, pasé de doctor en doctor pidiendo ayuda. Pero era lo que yo debía hacer. Lo que usted se encargó de que yo no pudiera hacer.
- No la conocía antes de hoy.
- No doctor, no nos conocíamos – dijo con mucha calma – pero igual usted hablaba de mí…
- ¡¿Cómo te atreves a venir?! – irrumpió la doctora Fuentes empujándolo con fuerza, pero siendo ella quien retrocedió.
Con un gesto se disculpó y sacó a la doctora Fuentes de la habitación.
Ella luchaba por ponerse un chal, sus bracitos gordos no se lo permitían, él la ayudó.
- Acabo de hablar con Pipe… él no quiere que estés acá… no te acerques a ella.
- No discutiré esto contigo, yo sigo órdenes, igual que tú… no pedí esto.
- ¡Sí lo pediste! Esta causa es de Herrera… hablé con él… tú lo llamaste anoche… ¿Te volviste loco acaso? ¿Qué mierda tienes en la cabeza Germán? – No hubo respuesta - No sobrevivirá en prisión. Tienes que parar esto… la gente te obedece… debes promover una ley de aborto libre y esto se acabará, todos seremos libres… mírate lo estresado que estás… ¡Mira la cantidad de canas que tienes! ¡Hace unos meses no tenías ninguna! ¡Mírate ahora! ¿Crees acaso que con lavarte los dientes, las pastillitas de menta o los chicles, consigues ocultar tu hálito?
Tomándola del brazo se la llevó a la escalera de emergencia.
Una vez solos su rostro se tornó temible, amenazante.
- Entras en medio de mi entrevista, luego me acusas de alcohólico delante de todos y me haces un escándalo, no te comportes como vieja histérica, sé profesional.
Martina se abalanzó contra él y empezó a pegarle, pero nada de lo que ella pudiere hacerle, lo dañaría, así que Cooper se cruzó de brazos y la dejó sacar su rabia.
En cuanto la mujer sin fuerzas rompió en llanto intentó contenerla, pero ella se zafó violenta y se sentó en la escalera, mirando el piso.
Él se sentó a su lado y le ofreció su último cigarrillo, ella lo rechazó.
- ¿Ves que es difícil dejarlo?
- No es difícil, lo dejo todas las semanas.
- Ya no tienes ni Dios, ni ley – Suspiró - Estuvimos a punto de casarnos. Me dejó plantada en el altar el desgraciado, somos amigos desde el colegio y el infeliz me deja con la excusa que éramos incompatibles.
- Se equivocó. Ustedes son compatibles. A los dos les gustan las mujeres.
Ella levantó la vista y lo miró por varios minutos, en silencio.
- Estoy harta de toda esta mierda, quiero que todo esto termine, quiero que todo vuelva a ser lo que era… antes que tú volvieses ¿Por qué no te vas de nuevo? Tú ya no perteneces acá.
Recibieron llamadas de doctores en el interior pidiéndoles ir donde Cienfuegos.
La noche estaba caliente, tanto que la hizo quitarse la chaqueta.
Fue de vuelta a su casa por el camino más iluminado y con más gente que encontró. Una avenida principal por donde los carros pasaban como si fuese un lunes por la mañana.
Tranquila, hasta que se encontró con Raúl.
- Te queda lindo ese cintillo.
- Ya, estoy harta de ti… - dijo sacando su teléfono para llamar a la policía: "…las líneas están ocupadas…".
- ¿A quién llamas, negrita? – dijo mostrándole su placa de detective.
- ¿Esto es una broma?
- Brigada de narcóticos, pero no le cuentes a nadie, es un secreto.
- Pero… no, no puede ser… esto no tiene sentido… te he visto… ¡tú vivías por acá! ¿Cómo la gente no sabe que eres detective?
- Es una mentira a voces que me dieron de baja y que tengo contactos en el interior…
- … eso tiene menos sentido.
- ¿Qué quieres que te diga, Negrita? No es contra la coca y tampoco es una batalla… Eso es harina de otro costal - caminó a ella obligándola a retroceder - Lo que te debe importar es que cuando los llames acusándome, desde tu población de narcos; tú, con antecedentes de consumo, descubrirán que en realidad no está siendo acosada por mí, sino investigada, ya que sospecho tienes drogas en tu casa… que no dudarán en encontrar…
Ella se detuvo e intentó detenerlo con la mano, pero él no retrocedió y quedó muy cerca de ella, forzándola a tirar la mitad del cuerpo atrás.
- Ya entendí, estás aprovechándote de tu poder para obtener favores sexuales de mi parte.
- No lo veas así.
- Eres un hombre muy atractivo, no necesitas este tipo de cosas para conseguirte una mujer… aparte, mírame, en realidad no soy tan atractiva…
- … eso es cierto…
- ¿Ves? Por las buenas podrías conseguirte una mujer mucho mejor que yo.
- Tengo… varias… pero hay algo en ti, negrita, no puedo explicarlo, me siento bien contigo, completo, nunca he sentido algo así… tú debes sentir algo similar.
No, no lo sentía.
- ¿Cómo? ¿No sientes lo mismo?
- ¿Me forzarás a sentirlo?
- Te forzaré a reconocerlo.
- Sí, eso suena como amor.
El sarcasmo hizo retroceder a Raúl, incluso cortó sus deseos de agarrarla. Andrea aprovechó ese instante para cruzar la calle ante el primer claro, quedando en medio de la calzada, caminando entre los automóviles.
Él intentó seguirla pero no consiguió cruzar, ella avanzó a la otra calzada y no apresuró el paso, aunque quería echarse a correr prendió un cigarro y fingió indiferencia.
- ¿Por qué te arrancas negrita? No te asustes. Mira como me lo dejaste, tendrás que hacer algo al respecto, no se va a bajar solo.
- Otro día – le gritó metiéndose a unos pasajes hasta perderlo.
Ella era re fea ¿Por qué se obsesionó con ella? ¿Qué tenía de especial? ¿Tenía algo que atraía pervertidos?
Primero Pablo, ahora él.
¿Acaso todos los hombres eran unos violadores degenerados?
No, no podían ser todos los hombres así.
La sombra del Doctor Cooper disminuyó por la luz del exterior, se detuvo frente a la puerta roja donde los pies descalzos de Cienfuegos se balanceaban sobre el piso.
- ¡Mi pipito! ¡Mi pipito se mató! – gritó Martina intentando abrazarlo, teniendo que ser sacada por sus colegas - ¡Esto es tu culpa! – dijo golpeando con fuerza a Cooper pero aun así incapaz de moverlo – Todo esto es tu culpa ¿Ves lo que conseguiste? ¡él se mató por tu culpa! ¡Eres un asesino! ¡Asesino!
La miró con una frialdad que la forzó a retroceder.
Se le acercó un capitán de policía que estrechó su mano y le pidió lo acompañase a responder unas preguntas.
Cada persona con que se cruzó lo miró con el mismo odio con que la doctora Fuentes. Culpándolo. No necesitaba que se lo dijesen con palabras, él lo sabía. Ellos lo pensaban. Bien pudo él hacerle la horca y colocársela, quizá así lo odiarían menos.
Cada vez que pestañó fue capaz de ver los pies colgando, los zapatos en el suelo, imaginar el cuello quebrado, la lengua extendida, la desesperación de los minutos previos a la muerte.
Su angustia, su soledad, su desesperación.
- El doctor Cienfuegos se ahorcó con su cinturón…
- Yo pedí el cambio de ropa ¿Estoy detenido?
- No. Lo que me importa saber es quien lo autorizó.
- Eh, pero yo debo tener algún castigo, yo pedí que no lo esposasen.
- No Doctor Cooper, al menos por nuestra parte no tenemos razón para detenerlo, tenemos la grabación del Doctor Cienfuegos suicidándose… pero sí debemos interrogarlo.
Respondió las preguntas, firmó un informe y salió encontrándose con Irina quien venía de gala con su esposo, quien se detuvo a unos metros, dejándola llegar sola donde su jefe.
Cooper quería abrazar a Irina pero ni si quiera lo intentó.
- No era necesario que vinieras.
- ¿Cómo no iba a venir? Venga, vámonos, lo llevaré a su casa…
- No es necesario, estoy bien.
- Me quedaré con usted esta noche. No puede estar solo.
Gonzales, esposo de Irina, no estaba de acuerdo con eso y Cooper lo notó.
- No, no se preocupen… disfruten lo que queda de su velada – dijo sonriendo amargo y yéndose.
Caminó tranquilo al estacionamiento, a ratos fue detenido por colegas preguntándole sobre lo sucedido, el respondió de manera escueta pero de un modo correcto.
Buscó en todo su auto, todas las petacas vacías.
Su teléfono encontró un bar abierto, quedaba entre su casa y donde ahora estaba, el Bar de Jaibo, buenas recomendaciones y en las fotografías (en varias de ellas salía Andrea y Beatriz) se veía un buen lugar, aunque quizá muy público para él.
Recibió una llamada de su hermano.
- Hola Ignacio ¿Te pasó algo? ¿Estás bien?
- Sí, sí… Necesito que nos juntemos…
- Por supuesto ¿Quieres que te vaya a ver, vas a la casa?
- No. Un lugar público.
- Ok. En el café de La Fortuna a las nueve ¿Te parece bien? – dijo sorprendiéndose al revisar su reloj, faltaba una hora.
- Sí, sí… Nos vemos entonces.
Las nubes cargadas para la tormenta se resistían a soltar la lluvia y enrarecían el ambiente. Negras, bajas y gigantescas donde aureolas de electricidad se formaban; no obstante, el curioso comportamiento climático no llamó la atención de la gente, sino que fue un hombre saliendo en medio de gritos, limpiando de su puño sangre que no le pertenecía. Con medio mundo mirándole a través de su teléfono mientras le grababa.
Abrió la puerta sin medir donde estaba y la chocó contra un grifo. Ni si quiera se dio cuenta. Sacó del botiquín del maletero un botiquín de menor tamaño, limpió todo con una gaza húmeda con alcohol, en especial las marcas de dientes de sus nudillos.
- ¿De nuevo? – preguntó Marcela burlesca saliendo del asiento trasero y asustándolo – ¿Te hizo algo malo? ¿Algo que te dijo te afectó?
Desencajó su mandíbula y prendió el motor, ignorándola.
- No fue para esto que te di llaves, querida.
- Pero es para esto que las ocupo, a esta altura es tu culpa asustarte – se pasó al asiento delantero – te ves tan sexy enojado.
Cooper prendió el motor y manejó rumbo a la clínica.
Ella le metió la mano en los pantalones y comenzó a tocarlo, él se la quitó sonriendo obligado.
- Me corté, lo tengo adolorido.
- Pobrecito.
- ¿Tuviste algo que ver con lo que me pasó? Me lo pudiste haber cortado ¿De dónde sacaste semejante aparato?
- ¿Qué se supone que hice esta vez?
- Mandaste a hacer un condón para cortármelo… algo al estilo James Bond.
- Cup, seguro te compraste un condón normal, te cortó un poco la circulación y tu exageraste… a ver, déjame verlo… Se ve un poco irritado en la base ¿Usaste un anillo constrictor?
- No. Lo que menos quiero es tenerlo más tiempo parado – hizo una mueca - Ya, disculpa, es posible que mis recuerdos sean exagerados.
Marcela asintió tomando la mano de Cooper para meterla dentro de sus bragas y hacerlo tocarla. Él le quitó la mano con cuidado para usar la palanca de cambio, luego se colocó un guante de látex, le puso saliva a sus dedos y volvió a tocarla.
- ¿Allí está bien? – preguntó en un susurro.
- No, nada – dijo frustrada.
- No desesperes – dijo sacando de su bolsillo una cajita metálica, quitó su guante y se colocó un dedal vibratorio, volvió a tocarla - ¿Allí?
Ella respondió con un tímido gemido mientras se acomodaba con sus ojos cerrados en el asiento, tocándose los senos y él se distraía de la conducción para mirarla.
Al estacionarse ante una luz roja ella lo agarró de la corbata y comenzó a besarlo con desesperación, gimiendo en su oído. Quería montársele encima y hacerla suya, se enterró entre sus senos sin dejar de tocarla y ella de gemir.
Le tocaron la bocina para que avanzase pero Cooper no estaba en condiciones de seguir conduciendo, aclaró su garganta y se alejó de la mujer, jadeando con disimulo y poniendo su cabeza contra el manubrio, mirándola de reojo, deseoso.
Ella le quitó el dedal y la cajita, los limpió y lo guardó, se lo devolvería cuando él lo rechazó.
- Quédatelo, ya no lo necesitaré – dijo mirándola de reojo ahora con desprecio, pero no por eso menos deseoso.
- Tengo ébola – dijo guardándolo en su cartera.
Él asintió, aun incapacitado para responder.
- No es la neuralgia o las migrañas, es ébola, hicimos un reportaje sobre el nuevo brote y resulta que tengo todos los síntomas.
- ¿Estuviste en contacto con algún contagiado?
- No.
- ¿Entonces cómo te ibas a contagiar?
- De un desconocido, en el metro.
- Andas en carro para todos lados… ¡Mierda! – exclamó al confundir el freno con el acelerador en una repentina luz roja.
Marcela colocó el freno de emergencia, lo miró con desgano.
- No quiero contratar un chofer.
- Me da igual – suspiró - Un desconocido en otro lugar.
- No se ha registrado ningún paciente o sospechoso en toda américa latina y no tenemos vuelos directos de los lugares afectados, todos pasan por Estados Unidos donde el Control De Enfermedades está midiendo las temperaturas y dejando en cuarentena a los sospechosos y creo que ni ellos tienen a alguien en cuarentena aun.
- No tienes ébola y me gustaría escucharte diciéndolo.
- ¿Te calentaría eso?
- Sí – dijo estacionándose.
Se bajaron del auto y Marcela tiró la puerta sin medir su fuerza, Cooper quería decirle algo pero se mordió la lengua, su auto ya estaba tan deteriorado que daba lo mismo a esa altura.
Caminaron rumbo al ascensor.
- Mentiroso, quieres que te lo diga por tu vudú freudiano; yo quiero que te pongas una sotana y no por eso me ves forzándote…
- ¿Una sotana?
- Va de la mano con el Doctor Cooper… aparte te verías muy sexy – hizo una pausa – así yo me visto de estudiante de colegio católico y tú me pegas nalgadas por ser mala estudiante…
Cientos de recuerdos repletaron sus pensamientos y él sólo sonrió mirando al piso, intentando sacudírselos sacudiendo despacito su cabeza.
Ella coqueta tocó su brazo musculoso capturando su atención, él quería partir besándola, para ambos quedó claro, más no hicieron algo más que seguir frente al ascensor, esperando que las puertas se abrieran frente a ellos.
- Cup, no somos más que aire y un montón de partículas espaciales divididas tras el Big Bang diseñadas desde siempre para estar juntas, que se encontraron y ansían volverse a unir.
- Es la forma más poética en que me han ofrecido sexo.
Ella lo miró coqueta metiéndose al ascensor y sosteniendo la puerta para que él entrase, apretó el botón de la cafetería y le contempló paciente.
- ¿Celebraremos tu cumpleaños? Creo que es un buen momento para abandonar la realidad con sexo, alcohol y drogas.
- Eres satanás.
- A mucha honra… además, si yo fuese satanás por lógica tendrías que creerme cuando te digo que existe un Dios.
- No lo descarto, la parte que me cuesta creer es que sea una mujer.
Él la miró sonriente mientras afirmaba la puerta del ascensor para que ella bajase. Ella le agradeció de vuelta cerrándole un ojo.
- O quizá soy un delirio tuyo y solo tú me ves, solo existes tú y tú me creaste para no sentirte tan solo. Quizá yo no soy más que una encarnación tuya, solo un lado de ti, de tus pensamientos y sentimientos.
- Creo que tengo más en común con Dimitri, que con Iván.
Marcela no entendió la referencia y él por saludar a sus colegas no se dio cuenta que su silencio era ignorancia.
- De cualquier forma satanás es el mejor de los personajes…
Entraron a la cafetería llena de curas y monjas, más que mal, la Clínica Cristiana era su institución de salud con fines de lucro, una de las mejores instituciones / empresas del país.
- … es un incomprendido, Dios tenía a Adán y Eva viviendo en un paraíso esclavista y llego satanás a liberarlos, a darle el poder de los dioses, el pensamiento crítico que tanto disfrutas… es un héroe.
Cooper fingió no escucharla mientras compraba dos cafés y dos queques. Salieron de la cafetería y él se fue tomando su café de vuelta al ascensor, guardando el queque en su maletín.
- Me pondré la sotana y te lo meto como te gusta; seré lo más brusco, violento y desconsiderado que quieras, si admites que no tienes ébola.
- Interesante propuesta…
Volvieron al ascensor, el tacón de Marcela quedó enganchado en el espacio entre las puertas y el suelo. Le pasó todo lo que tenía en las manos y se agachó a ayudarla, ella subió su vestido y mostró su carencia de bragas, las puertas del ascensor se abrieron, agarrándolo de la corbata lo metió al ascensor, haciéndolo chocar contra ella, él se afirmó para no aplastarla, para no rozarla, manteniendo unos milímetros de separación.
- Házmelo aquí.
- ¿Te gustaría eso? ¿Qué tanto te gustaría?
El ascensor se detuvo y ambos conversaron algo irrelevante, el Doctor Cooper saludó a unos colegas disimulando su erección con el abrigo, alejándose rápido de ella, ambos disimularon que nada pasó.
- Eres un esclavo de tu moral. Despreciador de la vida. Semental de espíritu gregoriano – le susurró apretando el botón de ginecología y obstetricia – Eres una niñita.
- ¿Chequeo de rutina?
- No, vengo a hablar con Martina por lo que pasó, debe estar mal. Compraré una hora para forzarla a hablarme… ¿Tú quieres hablar de eso? – preguntó esperando que él no quisiese.
Marcela despreciaba ver a los hombres llorando, en especial a Cooper, por lo mismo evitaba cualquier contexto o evento que pudiera detonar su llanto. Para buena suerte de ella, Cooper también lo hacía y negó de inmediato perdiendo su erección, despidiéndose de sus colegas que se bajaron unos pisos antes que Marcela.
- ¿Te das cuenta lo inconsecuente que eres? Me hablas de la discriminación femenina, los roles de género y blablablá, pero me tratas de niñita.
- No existirá tal igualdad mientras yo no llegue al poder como líder supremo.
- Te encuentro la razón – dijo sorprendiéndola – Que prueba más fidedigna de igualdad entre hombres y mujeres, que alguna vez escoger para un cargo importante a una mujer incompetente – le pasó su café y su queque – elegimos hombres incompetentes todo el tiempo.
- ¿Crees que no me percaté de tu solapado insulto?
- Cuento con que lo hayas notado, de caso contrario no tiene sentido insultarte - Los dos se sonrieron coquetos, ella debía bajarse.
- Extraño a Cooper, él de las noches perdidas y camas olvidadas – suspiró - Revisa tu bolsillo, te deje una sorpresa con la cual espero convocarlo.
Sintió la suavidad de la seda contrastando con la dureza del encaje, que asumió negro.
- ¡Tadá! Estoy en tu mente.
Él la miró enamorado mientras las puertas se cerraban y Marcela ya le daba la espalda dirigiéndose a la recepción.
Marcela pasó al mesón a anunciar su llegada y pagar la consulta. Se sentó y al rato llegó Andrea, quien se sentó a su lado mirando el comprobante de pago y jugando con su pie contra el suelo.
- No tengo hora ¿Puedo robar un rato de la tuya?
- Por supuesto ¿Quieres mi café y mi queque también?
- Bastaba solo un "no".
Marcela la miró en silencio por varios segundos, con una extraña expresión, luego acomodó su ropa y siguió hablando.
- No estoy siendo sarcástica… toma esto, me los compró mi novio pero no tengo hambre.
- Eh, gracias – dijo Andrea bebiendo un sorbo.
- ¿No te enseñaron a nunca aceptar comida de extraños? Puede tener drogas o veneno ¿Cómo estás segura que no es mi plan asesinar a una muchacha de cabello lila hoy? No pongas esa cara, te estoy molestando. No tienen nada raro… aunque la mejor forma de disimularlo, sería bromeando al respecto.
Andrea dejó de comer, Marcela tomó el café y bebió un sorbo, se lo devolvió; luego comió del queque y se lo devolvió.
- ¿Más tranquila? Y sí, puedes pasar antes que yo ¿Por qué tanta incredulidad?
- Es que lo he intentado mucho rato y nada – dijo volviendo a comer - no pensé que tendría suerte.
- La suerte no existe, pequeña, no es más que una palabra que inventaron los que no entienden matemáticas – dijo Marcela mirando sus uñas – Es la esperanza e insistencia las que te concedieron el éxito ¿Ves mis uñas raras?
- No… ¿Cómo es eso de las matemáticas?
Marcela echó una rápida mirada en rededor.
- Somos veinte mujeres sin contarte, el cinco por ciento de las chilenas no puede decir que no…
- ¿En serio?
- Sí ¿A cuántas mujeres antes que a mí le preguntaste si podías pasar antes que yo?
- A todas, tú eres la última… Vaya.
- ¿Ves? Yo soy ese cinco por ciento.
Marcela se rio.
- Te estoy molestando, no sé cuál es el porcentaje de mujeres incapaces de decir que no… pucha que eres crédula… - dijo riéndose - … aunque igual alguien debe saberlo y usando probabilidades te podría explicar "tu buena suerte" – dijo burlesca – vivimos en un mundo caótico, la explicación más limpia no suele ser la errónea.
- Deja de burlarte de mí.
- Lo siento… Es que tengo que mantenerte entretenida mientras el veneno hace efecto en tu cuerpo, yo tomé una cantidad no letal, así que estaré bien… solo tendré diarrea.
Andrea se rio.
- ¿Por qué haces esto?
- Es entretenido – dijo sin dejar de mirar sus uñas - Es extraña la gente, solo basta un par de bromas, sonreír un poco y ellos confían en ti… y se supone que tú debes confiar en ellos.
Andrea la miró con mucha extrañeza y un poquito de temor.
En cuanto llamaron a Marcela, Andrea entró a la oficina y botó el queque. Le explicó la situación y la doctora Fuentes no tuvo problema en recibirla, aunque ella se presentó bajo la premisa de que sospechaba tenía un tumor.
La doctora no dejaba de llorar, no importaba lo que hiciera, lágrimas caían de sus ojos sin control.
Andrea entre el extraño encuentro con Marcela y ahora esto, sentía que sin darse cuenta ingresó a un hospital psiquiátrico.
- Nadie te ayudará con eso, menos ahora.
- Me dijeron que usted podría.
La doctora fue a la impresora y tomó las órdenes médicas guardándolas dentro de una carpeta que también tenía el logo de la clínica. Miró la dirección de la muchacha con mucha atención y limpió sus lágrimas.
- Quiero que hables con Cooper…
- No quiero hablar con él.
- Habla con él, seguro te invitará a comer algo o tomar un café y luego ofrecerá irte a dejar, tú, acepta.
- No. No haré eso ¿Por qué todos intentan hacerme hablar con él?
- No te halagues, no eres su tipo – se sonó - Vives lejos y a él no le cuesta…
- No.
- Él lo hace con todos.
- No.
La doctora Fuentes marcó el anexo en altavoz.
- Consulta del Doctor Cooper, habla Irina ¿En qué le puedo ayudar?
- ¿Aún no llega?
- No ¿Le digo que la llame?
- Dile que me venga a ver de inmediato.
Andrea se puso rápido de pie, la doctora la agarró del brazo, le entregó los papeles y una bolsita de género de unas conocidas pastillas anticonceptivas para que metiera las cosas.
Ninguna prestó importancia a la ironía.
- No hablaré con él. Suélteme y déjese de insistir.
Ingresó al ascensor sin darse cuenta que éste subía, en él iba una mujer cuarentona de situación acomodada que la miró con desconfianza.
Ocultó su cara tras la mano.
Las puertas se abrieron y allí estaba parado el precioso Doctor Cooper, con su capa blanca que tenía su apellido bordado, lentes puestos y las manos en los bolsillos.
Quizá fue la impresión, las hormonas revolucionadas o quizá el hecho de que parecía haber estado a un paso de encontrárselo en los últimos meses, pero ella quería tirarse a sus brazos y no soltarlo más.
Se movía con la elegancia del mar calmo y translúcido donde un cielo estrellado se refleja exagerando su hermosura, más sus ojos eran como el mar en medio de una tormenta violenta en la noche más oscura, un azul único que no se podía encontrar en el cielo o en el mar.
- ¡Señora Liliana! La esperaba en una hora más…
Su voz era como el cántico de un tritón que haría perderse hasta la más experimentada marinera, una masculina voz de barítono que sin duda por la mañana debía alcanzar el registro de bajo, sus palabras indiferentes acariciaron sus oídos con la áspera suavidad del terciopelo contra la piel.
Se imaginó a ambos recostados sobre una campiña, ella sobre él decorando su espalda blanca y prolija con el melódico ruido de la aguja, que se movía entrando y saliendo de su suave piel, escuchando de fondo el Coda de Silvio Rodríguez.
Por su parte el Doctor Cooper no se dio cuenta que en el ascensor había otra persona.
- Sí, es que estaba ansiosa por venir… ¿Es un problema?
- No, claro que no, Tempus fugit – el tiempo vuela.
- ¿Qué?
- Irina, por favor pregúntale a Martina si aún necesita que baje.
Sin importar el deseo que la embargaba hubo algo en él que en cuanto dejó de verlo o escucharlo borró toda fantasía romántica y despertó su rechazo; quizá era su postura soberbia, que hablase en latín o sus modales presuntuosos, quizá era esa actitud prepotente que lo hacía ver como el soberano de todo.
Quizá era que por culpa de gente como él, ahora tendría que poner su vida en riesgo para interrumpir su embarazo, siendo que en otros países era un servicio de uso público hacía décadas y las sociedades no se derrumbaron… Aunque tenía los más bellos ojos de vividor y las canas le quedaban bastante bien… pero por otra parte, era tan ridículo que decía frases en latín, no le sorprendería que tuviese escrito "Carpe Diem" en algún lugar de su cuerpo… de ese cuerpo duro y esbelto, que se notaba firme y musculoso incluso tras tantas capas de ropa.
No era tan mala idea hablar con él, tras conversarle descubriría que era un hombre más. No el idealizado amante de las fantasías románticas que repletaban ahora sus pensamientos.
- Hola… ¿El doctor está? Es para entrevistarlo por una entrevista de colegio…
- ¡¿Colegio?!
- Universidad, estudio periodismo.
- Ah, ya, mándale tus preguntas por mail, responderá a tu entrevista siempre y cuando coloques en el asunto que es para tu educación, de caso contrario te ignorará… este es su correo personal y éste es el profesional, usa el personal porque el profesional siempre lo tiene colapsado.
¿Qué estaba haciendo?
No estaba pensando con claridad.
¿Aunque quién hubiera podido?
Cooper era esa clase de hombre por quien se escriben libros con argumentos extraños solo para mantener su recuerdo vivo un par de años más.
Retrocedió con la tarjeta, sin hablar otra palabra a pesar de la insistencia de Irina.
Antes de dejar la clínica le mandó un correo electrónico desde su móvil: "Quiero informarle que estoy embarazada y haré lo que sea necesario para abortar. No quiero tener hijos y si esto pudiese hablar, tampoco me querría como madre.
Usted es pura boca.
Entre tantas reuniones Opus Dei, donde llega en Mercedes a defecar en un váter de oro en medio de cánticos illuminatis se le pudrió la cabeza. Por su culpa quien sabe que tendré que hacer. Púdrase, usted y sus divinos ojos azules.
Anónima."
Se arrepintió en cuánto envió, pero nada podía hacer, se conformó con la idea que no le daría importancia y pasaría de él, pues más que mal debía recibir cientos de correos como éste a diario.
Buscó en internet los países que legalizaron el aborto, la posibilidad de viajar y el precio de los vuelos. No tenía como pagarlos, e incluso, de conseguirse el dinero no había disponibilidad hasta finales de año.
Caminó perdida en sus pensamientos, reaccionó frente a la dulcería donde trabajaba su madre, era un lugar diseñado para niños, muchos juguetes y colores fuertes.
En cuanto vio el vendedor se salió de su vista, con cuidado de no ser vista por él se fue a la puerta trasera y golpeó la ventana.
Allí estaba Anais, una mujer con sobrepeso arrodillada en el suelo limpiando un accidente reciente con cobertura de chocolate, rodeada de útiles de limpieza y mirando la telenovela, reaccionando igual a la protagonista ante los nuevos acontecimientos de la historia.
- ¿Se murió tu abuela ya? – gritó saliendo por la estrecha puerta, teniendo que doblarse para poder pasar por ella.
- No. Ella está mejor que nunca.
- ¿Entonces?
- Estoy embarazada.
¿Por qué le dijo eso?
¿Qué esperaba que Anais hiciera?
¿Creía acaso que de un minuto a otro su madre dejase los años de negligencia y desinterés para apoyarle?
- Lo sabía – chilló - le dije a tu abuela que ese no era lugar para ti, que necesitabas un hogar normal pero no, tú y tu abuela insistieron con que todo estaría bien. Yo no te puedo ayudar, yo intenté ayudarte y echaste todo a perder, vas a tener que arreglártelas sola no más… que tu abuela te ayude o las putas de tus "mamás" ¿Sigue de regenta?
- Sí – respondió sintiéndose estúpida al esperar algo de esa obesa asquerosa.
- ¿Y tú eres una puta de ella?
- Sí.
- ¡Obvio! – vociferó - tú te buscaste esa vida, yo te ofrecí algo mejor, pero tú con tus mentiras arruinaron todo… ahora arréglatelas sola. Cada quien escoge su destino, yo lo intenté. Qué te ayuden tus mamitas ahora…
Se devolvía cuando apareció Pablo, ella miró a su madre pidiéndole ayuda pero esta la ignoró.
Andrea pasó por el lado de Pablo con la frente en alto.
- Andreita… ¿Quiere alguna cosita?
Fingiendo no escucharlo se alejó.
Irina encontró a Cooper en la unidad de neonatología. Estaba solo y hacía dormir a un bebé cantándole, en cuanto la vio guardó silencio, avergonzado, ella le hizo una mueca para que saliera pero él malhumorado le dijo que se esperase.
El Doctor Cooper sabía que la contención emocional de un bebé era determinante para sentar las bases de su identidad y como el proceso de adopción tomaba meses, los niños abandonados quedaban a cargo del personal hospitalario que no formaba un adulto significativo. Por lo mismo él pasaba cada momento libre con aquellos niños abandonados, pidió la adopción pero al ser un hombre soltero con un trabajo sobre exigente se la rechazaron.
- Es urgente – dijo Irina entrando frustrada y despertando a los bebés, quienes de inmediato asustados se pusieron a llorar.
Las enfermeras de pediatría que aprovechaban de descansar mientras el Doctor Cooper regaloneaba con el bebé la miraron enojadas y entraron a la sala.
Cooper salió dispuesto a por primera vez retar a su asistente.
- La doctora Fuentes quiere que vaya a ver a una muchacha que llegó a su consulta hoy, teme se vaya a suicidar…
- ¿Llamaron a la policía?
- Sí, pero no pueden hacer algo.
- Manda a alguien, Liliana a nombre de la fundación o anda tú, dile que es una iniciativa de la clínica. Hazlo ahora ¿Cómo esperaron tanto tiempo? ¿Tienes la dirección?
- Sí – le dijo mostrándole su teléfono – Se llama Andrea y está embarazada.
Cooper hizo una mueca buscando las llaves de su auto.
- Las mías también las tengo en la oficina. Intenté llamarla pero el número no funciona… dice que no existe.
- ¿y la dirección será la correcta? Es una comuna peligrosa – rascó su cabeza – no pueden ir ustedes, les pasará algo… iré yo, pero me acompañas, quiero evitar cualquier malentendido.
- Vamos.
Andrea jugaba con el teléfono y decidió hacer la tan temida llamada. Al menos tenía a alguien que le podía conseguir lo que quería.
- Negrita, que alegría saber de ti.
- Oye… estoy con atraso.
- ¿Entre tortilla y tortilla? ¿Cómo pasó eso?
- ¿Tú tienes…?
- No, pero me puedo conseguir, voy para allá.
- No vengas, juntémonos donde el Jaibo.
- No… esto es un favor, voy para allá y te llevo la respuesta a tus plegarias, así que espero verte de rodillas.
Un bip interrumpió la conversación, un nuevo correo electrónico.
Oh, mierda.
Era del Doctor Cooper.
Y ella se sonreía imaginando en un par de segundos toda serie de secuencias románticas que sin dificultad podrían haberse vuelto portadas de novela romántica en papel couche, principalmente porque Cooper en todas sus fantasías tenía una melena ondulada larga (tipo músico sesentero) y llevaba una camisa abierta que dejaba ver sus enormes pectorales.
"Señorita Andrea:
La próxima vez que pretenda enviar un correo anónimo, le recomiendo hacerse otra cuenta de correo electrónico que no tenga su nombre y apellidos…"
Obvio.
Andrea se sintió estúpida.
"… pero me alegro de que me haya escrito, ya tenía todo arreglado para irla a visitar.
Prefiero nos juntemos a conversar, le invito un café.
No imagine que me pondré a discutir sobre mis reuniones Opus Dei, de carros o mi relación con la instalación de un nuevo orden global; la primera regla de las sociedades secretas es que no se habla de ellas, cohincidencialmente, la segunda regla es idéntica a la primera y nadie respeta a la primera, aunque son muy responsables con la segunda…"
Andrea se río.
"…Lo único que quiero es comentarle sobre las alternativas. Hay ayuda y hay gente que se interesa por usted. Si no quiere juntarse conmigo puedo proponerle otro profesional o puede ir a la fundación.
Adjunto mi número, no dude en llamar cuando estime conveniente.
Doctor Cooper."
"Usted no es ni mi papá, ni el papá de mi bebé, no tengo porqué escucharlo y además, felicitaciones por su habilidad para fingir interés…"
El Doctor Cooper hizo una mueca ante la agresividad de su lenguaje, sentía la carga de injustificada soledad que acompañaba esas palabras.
"¿Quiere ayudarme?
Transfiérame lo que necesito para viajar al extranjero y realizarme el procedimiento."
No dudaba tuviese rabia, pero cuestionaba su intención suicida.
"Srta. Andrea:
No es un procedimiento lo que usted quiere hacer, es un crimen, no logra darse cuenta aun del grave error que comete.
Usted está asustada y confundida, pero confíe en mí, este sentimiento pasa y luego solo queda el remordimiento.
Con el apoyo y la contención necesaria se toma la decisión correcta, que siempre será por la vida.
Le informo éste será mi último correo, aun así leeré cualquier correo que usted me mande, pero responderé sólo el que me interese.
Mi teléfono sigue estando a su disposición y de verdad quiero conversar con usted, ya no tengo más pacientes, si quiere nos podemos juntar ahora.
Le mandé una encuesta ¿Sería tan amable de completarla?
Gracias.
Doctor Cooper."
Andrea no entendió lo de la encuesta, pero eran veinte preguntas, verdaderos y falsos, la completó sin dificultad y la envió de vuelta acompañado de: "Ya, juntémonos, pero yo invito"
"En La Cafetería de la Fortuna, queda a un par de cuadras de la Clínica Cristiana, en una hora más ¿Le parece bien a usted? Le advierto es mi cumpleaños, así que le pediré me compre un trozo de torta.
Gracias por completar la encuesta, como usted ya leyó corresponde a la Escala de Beck, es una evaluación de riesgo suicida, usted tiene un nivel de desesperanza normal."
"Ok. Supongo eso debe ser normal pues nunca he pensado en la posibilidad de suicidarme, tampoco es que ahora la vea, el mundo está lleno de idiotas pero no por eso les daré el placer de seguir sus días sin mí… aparte tengo un perro de tres patas que es posible muera de hambre sobre mi tumba. "
"¿Hachiko? Me acordé y me dio pena.
Entonces es una cita señorita Andrea, nos vemos.
¿Puede darme su número telefónico por favor y corroborar su dirección?"
Ella obedeció acompañado del comentario que estaba un poco malo el teléfono, pues se le cayó al váter, esto hizo sonreír al doctor Cooper.
El timbre sonó, por un minuto albergó la ilusión que era el doctor Cooper quien la venía a ver, con un ramo de flores y la solución a todos sus problemas; pero no, era Raúl, lo hizo pasar sin saludarlo, directo a la habitación donde cerró la puerta con pestillo tras entrar.
- Negrita ¿Qué le pasó a la pared? Es peligroso que vivas aquí, cualquiera se puede meter.
- Oye, por casualidad… ¿No sabrás tú de una puerta que había tras el mueble con adornos?
Raúl de verdad no sabía.
Sacó dos pastillas ovaladas con una hendidura en medio por un lado y por el otro una "M". Eran por el lado de la hendidura de color rosado pálido y por el otro azules. Estaban al interior de una bolsita sellada.
- Te las metes y como si nunca hubiera pasado nada - alzó su brazo dejándolas inalcanzables cuando ella intentó tomarlas - Negocios primero negrita…
- Ya. Cuánto.
- Nada, tú sabes lo que quiero.
Frustrada se sentó en la cama y él agarró su cara; Raúl se paró frente a ella y acarició su rostro, mientras se bajaba el cierre.
Andrea al sentir su olor tuvo arcadas, sin importar lo que hiciera a él no se le paraba.
Comenzó a desesperarse.
- Hazlo bien.
- ¿Cómo esto se puede hacer mal?
- Cállate, no me hables, solo obedece. Me emputece cuando me hablas.
Andrea lo empujó e intentó alejarse pero él le afirmó la cabeza.
- No las quiero. Es mejor que te vayas.
- Acá tú no mandas – dijo agarrándola del pelo con tanta fuerza que le sacó un mechón y lágrimas saltaron de sus ojos, a él se le paró y se lo metió en la boca, ahogándola, desesperándola.
Raúl la zamarreó y consiguió someterla en el suelo, mientras Andrea no dejaba de forcejear, comenzó a abofetearla, Andrea llorando intentaba protegerse y él más la abofeteaba.
- ¡Córtala! – gritó Andrea llorando.
Raúl quedó con cabello en sus manos, le secó sus lágrimas y luego chupó sus dedos. Tuvo un escalofrío placentero. La agarró del pelo, forzándola a mirarlo, introdujo todos sus dedos en la boca de Andrea y los movió en el interior.
Ella se atoraba con la saliva que no caía.
- Llora, perra, no dejes de llorar – instó violento volviendo a abofetearla, con cada lágrima más excitado.
Él no dejaba de moverla.
De forzarla.
De atragantarla y generarle arcadas.
Intentó salir pero apresó sus manos solo con una de sus manos, se lo metió en la boca y le apretó la nariz con la otra mano, lágrimas saltaron de los ojos de Andrea en la desesperación por poder respirar, entre más abría la boca para meter aire, él más se lo metía.
- Finge que no te gusta, sigue fingiendo, tú querías esto, tú me llamaste, tú sabías lo que iba a pasar, tú lo andas buscando.
La golpeó sacándole sangre de la nariz, dejándola mareada y confundida. Con miedo. Lanzó un gemido al verla así.
Se lo puso en la cara, viendo como ella finalmente respiraba, como seguía intentando forcejear sin importar cuanto él la sometiera.
Se lo metía en la boca, lo sacaba con sangre y saliva, lo restregaba contra ella masturbándose en su pelo, escupió su rostro para lubricarse.
- ¿Te gusta perra? Los dos sabemos que te gusta – dijo gimiendo – sería más rápido si abrieras bien la boca. Eres muy perra. No dejes de llorar. Sé que te gusta… o si no, no lo estarías haciendo como lo haces ahora… Eres tan bonita – dijo mirándola, sin dejar de gemir – pero te ves más bonita atragantada con mi pico… Si te gusta…o si no, no lo chuparías tan bien… - y volvió a escupirla, a abofetearla – Deja que papi te cuide.
Despreciaba ese olor, ese repugnante hedor. No dejaba de llorar. Tenía tanto miedo, sentía que no saldría viva de allí. Se sentía una tonta, ella lo metió allí, ella estaba dispuesta a eso, él tenía razón, ella se lo andaba buscando.
Sonó el teléfono de Andrea.
Lloró desesperada intentando alejarse, intentando respirar pero Raúl consiguió someterla aún más, posándose sobre ella, ella hizo cuanto pudo pero él era más fuerte.
El teléfono dejó de sonar.
Raúl se acercó y lamió su rostro; saliva, sangre y su propio líquido seminal. Se estremeció de placer lanzando un grito.
Le agarró ropa, de un tirón lo rasgó y quedaron sus senos descubiertos.
- Están más grandes. Estás fea.
Los mordió y ella gritó de dolor.
Intentó besarla pero ella consiguió esconder su rostro.
- Llora, no dejes de llorar – dijo mientras se acomodaba entre sus piernas, mordiéndola y haciéndola gritar de dolor – Dime "papi no me gusta" si quieres que pare.
- Papi no me gusta – dijo llorando.
Rompió el resto de la ropa y le metió sus dedos, ella desesperada intentó huir, pero eso lo calentó más.
- ¿Crees que caiga mi mano? Yo creo que si – dijo mirando su enorme puño - Negrita no tienes idea como se siente ¿Si me como uno de tus pezones tendrá el mismo sabor?
Andrea levantó su cara y entonces lo besó, así consiguió que él soltase una de sus manos. El teléfono volvió a sonar y ella aprovechó la distracción para alejarse, aunque él no soltó su pelo.
Ella fingió que no quería huir.
Que lo estaba disfrutando.
Él se desanimó al punto de perder su erección.
- Papi, déjame hacerte lo que te gusta. Se siente tan rico cuando me tocas, tócame más, muérdeme ¿Quieres meterme el puño? Hazlo, se sentirá más rico así ¿Te gusta así? – preguntó besando su cuello – Quiero chupártelo papi, déjame chupártelo más.
El teléfono cesó.
Consiguió un poco de movilidad.
Bajó por el cuerpo del hombre y se acomodó entre sus piernas, le bajó los pantalones hasta los muslos, bajando ella también, él debió soltar un poco de pelo. Volvió a subir y se lo metió en la boca, mirándolo fijo, tirando en sentido opuesto para que él debiese soltarle el pelo si quería seguir sintiendo el paladar de la mujer contra aquel minúsculo miembro.
En cuanto el teléfono volvió a sonar Andrea cerró su mandíbula trizando sus dientes de la fuerza. Sin importar cuantos golpes recibiera, sus dientes se enterraban rompiendo todo a su paso, desgarrando la piel, sangre corría por su boca y ella no soltó.
Aquel hombre no dejaba de gritar, retorciéndose de dolor y ella no soltó hasta que se encontró con un trozo en la boca.
Él en el suelo se revolcaba gritando de dolor.
Ella le escupió el glande ensangrentado en la cara y se levantó.
- ¡Llora más! – gritó dándole patadas – ¡Quiero verte llorar! – gritó con más fuerzas, pateándolo más fuerzas – ¡Llora con fuerza!
Él en posición fetal se protegía de las patadas de la mujer, sin que ella se diera cuenta se tomó un montón de pastillas que tenían en el bolsillo, todo dolor desapareció, podría haber tenido el cuello quebrado y hubiera seguido caminando igual.
Ella siguió pateándolo, sin importar que él ya no gritaba y el escándalo de la calle; gritos, ladridos y explosiones.
Debió huir pero el odio la consumía y quería matarlo a patadas.
El teléfono volvió a sonar y Andrea se alejó tomándolo, corrió a la puerta pero cayó cuando Raúl le agarró un pie, se lanzaba sobre ella, pero ella lo recibió con una patada en la cara, se colocó de pie pero el hombre también.
- Te voy a enseñar a respetarme, perra…. Has sido una mala perra, a las perras malas se les castiga para que aprendan… Vas a aprender a comportarte…
Intentó salir, pero él, endemoniado estaba parado en la puerta, no debía mostrarle su miedo, cuando él se lanzó contra ella, ella lanzó un grito y se encerró en el baño.
El teléfono volvió a sonar. Intentó contestarlo pero la cuestión no se lo permitía, era un número desconocido.
Raúl gritando se abalanzó contra la puerta, debía mantenerse con la espalda tras ella pues el pestillo menos soportaría. Gritó pidiendo ayuda al exterior, mucha gente estaba agrupada en rededor de la Araucaria pero solo sus perros la escucharon y comenzaron a ladrar hacia la ventana con desesperación y ella no dejaba de gritar pidiendo ayuda, pero nada pasaba, nadie la escuchaba y él endiablado seguía, cada vez con más fuerza contra la puerta.
Nada tenía para parapetarse.
Nada tenía para defenderse.
No cabía por la ventana.
El teléfono dejó de sonar e intentó llamar a la policía, la cuestión no llamaba, la dejó marcar solo el número, no importaba cuanto apretase, el teléfono no obedecía y su espalda toleraba cada vez con menos fuerza los embistes de una bestia que soltaba los tornillos del pestillo.
- Usted se ha comunicado con el número de emergencias 133 – escuchó de pronto - el exceso de llamados no nos permite atenderle, por favor espere en línea…
El pestillo estaba por soltarse.
Tenía otra llamada entrante, intentó contestarla pero el teléfono se calentó y no se lo permitió. Lo intentó una y otra vez. El teléfono no dejaba de sonar. Ella no conseguía contestar. Los perros no dejaban de ladrar y Raúl de gritar.
Corrió a la ventana, la abrió y lanzó su cuerpo, gritó a la gente que transportaba baldes con agua y los lanzaba a la Araucaria desde cuyo tallo salía humo. El perro de tres patas la agarró de la ropa, intentándola ayudarla a salir de allí. La puerta se abrió, pateaba mientras seguía forcejeando por pasar su cuerpo por la ventana, la cabeza, el cuello y parte del hombro lo tenía afuera, las astillas se le enterraban en la piel, rompiéndola, quitándole capas y ella gritaba intentando salir.
- ¿Andrea? – escuchó de pronto.
- ¡Auxilio! ¡Me va a matar! ¡Ayúdame! ¡Necesito ayuda! ¡Me va a matar!
Entonces sintió su pierna en llamas.
Le acababa de cortar la pierna.
Raúl la agarró del brazo y la arrojó al interior, zafándole el hombro. El teléfono cayó rompiéndose.
Andrea agarró el macetero y se lo tiró, pero Raúl sin esfuerzo la bloqueó. Agarró un pedazo de cerámica y lo afirmó intimidante para mantener la distancia. Debía huir, pero él estaba en la pasada.
Corrió intentando evadirlo pero él la agarró del cuello.
Raúl la estrangulaba contra la pared, sus pies intentaban tocar el suelo mientras su dedos ganaban aire entrometiéndose entre la mano de Raúl.
Intentó golpearle los testículos pero no conseguía moverse de esa manera, intentó meterle los dedos en los ojos, pero cada vez que soltaba la mano de Raúl, él la estrangulaba con más fuerza, contemplando paciente como la vida se le iba del rostro.
Disfrutando cada agónico momento.
Llevó el cuchillo a su vagina y presionó en sentido opuesto al filo, haciéndola sentir la hoja metálica helada, haciéndola temblar de pavor, sonriendo ante aquel rostro aterrorizado.