Birmania. Tailandia. Ningún país musulmán, para que la conciencia de Pakistán quede limpia.
—¿Y China se va a quedar sentada mirando?
—Es posible, si la India les entrega Vietnam —dijo Bean—. El mundo está maduro para que las grandes potencias se lo dividan. La India quiere participar en el banquete. Si Aquiles dirige su estrategia, si Chamrajnagar les suministra información, si Petra está al mando de sus ejércitos, podrán jugar en el gran escenario. Y entonces, cuando Pakistán se haya agotado luchando contra Irán...
La inevitable traición. Siempre que Pakistán no golpeara primero.
—Es una predicción demasiado remota ahora mismo —dijo Peter.
-—Pero éste es el razonamiento de Aquiles: siempre va dos traiciones por delante. Estaba utilizando a Rusia, pero tal vez ya tenía preparado el trato con la India. ¿Por qué no? A la larga, el mundo entero es la cola, y la India el perro.
Más importante que las conclusiones particulares de Bean era que el pequeño tenía buen ojo. Carecía de información detallada, por supuesto (¿cómo podría conseguirla?), pero sabía interpretar la imagen general. Pensaba como tenía que pensar un estratega global.
Merecía la pena hablar con él.
—Bueno, Bean —dijo Peter—, tengo un problema. Creo que puedo colocarte en un puesto que ayude a bloquear a Aquiles. Pero no puedo fiarme de que no cometas alguna estupidez.
—No montaré una operación para rescatar a Petra hasta que sepa que tendrá éxito.
—Eso es una tontería. Nunca se sabe si una operación militar tendrá éxito. Además no es eso lo que me preocupa. Estoy seguro de que si montaras un rescate, estaría bien planeado y bien ejecutado.
—¿Entonces qué te preocupa de mí?
—Que das por hecho que Petra quiere ser rescatada.
—Por supuesto.
—Aquiles es un seductor nato —dijo Peter—. He leído sus archivos, su historia. Ese niño tiene al parecer una voz de oro. Hace que la gente confíe en él... incluso la gente que sabe que es una serpiente. Piensan: a mí no me traicionará, porque somos íntimos.
—Y luego los mata. Lo sé —asintió Bean.
—Pero ¿lo sabe Petra? Ella no ha leído su archivo. No lo conoció en las calles de Rotterdam. Ni siquiera lo conoció en el breve tiempo que pasó en la Escuela de Batalla.
—Lo conoce ahora.
—¿Estás seguro de eso?
—Te prometo que no intentaré rescatarla hasta que me haya puesto en contacto con ella. Peter reflexionó durante un instante.
—Podría traicionarte.
—No.
—Si confías tanto en la gente acabarán matándote —dijo Peter—. No quiero que me arrastres contigo al fondo.
—Lo interpretas al revés. No me fío de nadie, excepto para hacer lo que ellos piensan que es necesario. Lo que piensan que deben hacer. Pero conozco a Petra, y sé qué tipo de cosas considerará
necesarias. Confío en mí, no en ella.
—Y no puede arrastrarte al fondo, porque no estás arriba —intervino sor Carlotta. Peter la miró, sin esforzarse por ocultar su desdén.
—Estoy donde estoy —puntualizó—. Y no es en lo más hondo.
—Locke está donde está —aclaró Carlotta—. Y también Demóstenes. Pero Peter Wiggin no está en ninguna parte. Peter Wiggin no es nada.
—¿Cuál es su problema? —replicó Peter—. ¿Le molesta que su pequeña marioneta esté cortando unos cuantos de los hilos de los que usted tira?
—No hay ningún hilo. Y al parecer eres demasiado estúpido para darte cuenta de que soy yo quien
cree en lo que estás haciendo, no Bean. A él no podría importarle menos quién gobierna el mundo. Pero a mí sí. Arrogante y condescendiente como eres, ya he decidido que si alguien va a detener a Aquiles eres tú. Pero te debilita el hecho de que se te puede chantajear con la amenaza de descubrirte. Chamrajnagar sabe quién eres, y está suministrando información a la India. ¿Supones por un momento que Aquiles no averiguará, y pronto, si no ya, exactamente quién está detrás de Locke? ¿El que hizo que lo expulsaran a patadas de Rusia? ¿De verdad crees que no está ya elaborando planes para matarte?
Peter se ruborizó. Que esta monja le dijera lo que tendría que haber advertido por sí mismo era humillante. Sin embargo, ella tenía razón: no estaba acostumbrado a pensar en el peligro físico.
—Por eso queríamos que vinieras con nosotros —dijo Bean.
—Tu tapadera ya no sirve.
—En el momento en que se descubra que soy un chaval —dijo Peter Wiggin—, la mayoría de mis fuentes se secarán.
—No —replicó sor Carlotta—. Todo depende de cómo se revele.
—¿Cree que no he pensado en esta cuestión un millón de veces? Hasta que no sea lo bastante mayor...
—No. Piensa un momento, Peter. Los gobiernos del mundo acaban de pasar por una situación desagradable por causa de diez niños a los que quieren como comandantes de sus ejércitos. Tú eres el
hermano mayor del mejor de todos ellos. Tu juventud es un elemento positivo. Y si controlas la manera
en que se divulgue esa información, en vez de dejar que alguien te descubra...
—Será un escándalo —dijo Peter—. No importa cómo se haga pública mi identidad, habrá un montón de comentarios, y luego seré agua pasada... sólo que me habrán despedido de la mayoría de los sitios donde escribo. La gente no me devolverá las llamadas ni contestará a mi correo. Entonces seré de
verdad un estudiante universitario.
—Eso parece algo que decidiste hace años —dijo sor Carlotta— y no has vuelto a examinar con frialdad desde entonces.
—Ya que hoy parece ser el día de digámosle-a-Peter-que-es-estúpido, oigamos su plan. Sor Carlotta sonrió a Bean.
—Bueno, me equivocaba. Resulta que sí sabe escuchar.
—-Ya se lo dije —comentó Bean.
Peter sospechó que este pequeño diálogo estaba pensado simplemente para hacerle creer que Bean estaba de su parte.
—Cuénteme su plan y sáltese la parte del peloteo.
—El mandato del actual Hegemón expirará dentro de unos ocho meses —empezó sor Carlotta—. Hagamos que varias personas influyentes empiecen a barajar el nombre de Locke como sustituto.
—¿Ése es su plan? El cargo de Hegemón no vale nada.
—Te equivocas. El cargo sí que vale: tendrá que ser tuyo para que puedas ser el líder legítimo del mundo contra la amenaza de Aquiles. Pero eso será más tarde. Ahora mismo, haremos sonar el nombre de Locke, pero no para aspirar realmente al puesto, sino para proporcionarte una excusa que te permita anunciar públicamente, como Locke, que no puedes ser considerado para tal cargo porque, después de todo, sólo eres un adolescente. Tú mismo revelarás al mundo que eres el hermano mayor de Ender Wiggin, que Valentine y tú trabajasteis durante años para mantener unida la Liga y para preparar la Guerra de las ligas de modo que la victoria de vuestro hermano menor no llevara a la autodestrucción de la humanidad. Aunque sigues siendo demasiado joven para ocupar un cargo de confianza pública.
¿Entiendes el truco? De esta forma tu anuncio no será una confesión ni un escándalo, sino un ejemplo más de tu nobleza al situar los intereses de la paz mundial y el buen orden por encima de tu ambición personal.
—Seguiré perdiendo algunos de mis contactos.
—Pero no muchos. La noticia será positiva y te proporcionará el impulso adecuado. Todos estos años, Locke ha sido el hermano del genio Ender Wiggin. Un prodigio.
—Y no hay tiempo que perder —intervino Bean—-. Tienes que hacerlo antes de que Aquiles pueda golpear. Porque te descubrirá dentro de unos pocos meses.
—Semanas —precisó sor Carlotta. Peter estaba furioso consigo mismo.
—¿Por qué no me di cuenta de algo tan evidente?
—Llevas haciendo lo mismo durante años —dijo Bean—. Tenías una pauta que funcionaba. Pero Aquiles lo ha cambiado todo. Nunca has tenido a nadie apuntándote con un arma antes. Lo que importa no es que no lo vieras por ti mismo. Lo que importa es que cuando te lo hemos señalado, has estado dispuesto a escucharlo.
���¿Así que he aprobado vuestro pequeño examen? —dijo Peter en tono desagradable.
—Igual que yo espero haber aprobado el tuyo. Si vamos a trabajar juntos, tendremos que ser sinceros el uno con el otro. Ahora sé que me escucharás. En cuanto a si yo te escucharé a ti, tendrás que confiar en mi palabra, aunque es evidente que la escucho a ella, ¿no?
Peter se sentía paralizado de temor. Ellos tenían razón: el momento había llegado, la antigua pauta se había acabado. Y era aterrador. Porque ahora tenía que arriesgarlo todo, y podía fracasar.
Pero si no actuaba ahora, si no lo arriesgaba todo, fracasaría con toda certeza. La presencia de
Aquiles en la ecuación lo hacía inevitable.
—¿Entonces cómo pondremos en marcha esta bola de nieve para que yo pueda rechazar el honor de ser candidato a la Hegemonía?
—Oh, eso es fácil —dijo sor Carlotta—. Si das tu aprobación, mañana aparecerán noticias acerca de que una fuente muy bien situada en el Vaticano confirma que el nombre de Locke está sonando como
posible sucesor cuando expire el mandato del actual Hegemón.
—Y luego —prosiguió Bean—, un oficial muy importante de la Hegemonía (el ministro de Colonización, para ser exactos, aunque nadie lo dirá) será citado por haber dicho que Locke no es sólo un buen candidato, sino el mejor candidato, y tal vez el único, y que con el apoyo del Vaticano opina que Locke es el favorito.
—Ya lo tenías todo planeado —advirtió Peter.
—No. Simplemente, las dos únicas personas que conocemos son mi amigo del Vaticano y nuestro buen amigo el ex coronel Graff.
—Como ves, estamos comprometiendo todos nuestros recursos —admitió Bean—, pero con eso bastará. Mañana mismo, cuando esas historias empiecen a circular, prepárate para responder en las redes a la mañana siguiente. Justo cuando todo el mundo esté ofreciendo sus primeras reacciones a tu
nueva situación como favorito en la carrera, el mundo leerá tu anuncio de que rehúsas ser considerado
para el cargo porque tu juventud te dificultaría desempeñar la autoridad que el puesto de Hegemón requiere.
—Y eso te proporcionará la autoridad moral para ser aceptado como Hegemón cuando llegue el momento —dijo sor Carlotta.
—Al rechazar el cargo, aumentan las probabilidades de que lo consiga.
—No en tiempo de paz —advirtió Carlotta—. Rechazar un cargo en tiempo de paz te deja fuera de la carrera. Pero va a estallar una guerra. Y entonces el tipo que sacrificó su propia ambición por el bien mundial será mejor visto, sobre todo si su apellido es Wiggin.
¿Tienen que seguir mencionando el hecho de que mi relación con Ender es más importante que mis
años de trabajo?
—No te opones a que utilicemos la conexión familiar, ¿verdad? —preguntó Bean.
—Haré lo que sea necesario, y utilizaré lo que funcione. Pero... ¿tiene que ser mañana?
—Aquiles llegó ayer a la India, ¿no? Cada día que pase será un día más para que él tenga oportunidad para descubrirte. ¿Crees que esperará? Tú lo descubriste a él. Estará ansioso por desquitarse, y Chamrajnagar no se lo pensará dos veces antes de revelárselo, ¿no?
—Así es —asintió Peter—. Chamrajnagar ya me ha demostrado lo que siente hacia mí. No moverá un dedo para protegerme.
—Entonces aquí estamos una vez más —dijo Bean—. Te damos algo, y tú vas a utilizarlo. ¿Vas a ayudarme? ¿Cómo puedo ocupar un puesto donde tenga soldados que entrenar y comandar? Además de regresar a Grecia, quiero decir.
—No, a Grecia no. No te servirán de nada, y acabarán haciendo sólo lo que Rusia permita. No tendrás libertad de acción.
—¿Dónde entonces? —dijo sor Carlotta—. ¿Dónde tienes influencia?
—Con toda modestia, en este momento tengo influencia en todas partes. Pasado mañana tal vez no tenga influencia en ningún sitio.
—Entonces actuemos ahora mismo —resolvió Bean—. ¿Dónde?
—Tailandia. Birmania no tiene ninguna esperanza de resistir un ataque indio, ni de forjar una alianza medianamente poderosa. En cambio Tailandia es históricamente el líder del Sureste asiático, la única nación que nunca fue colonizada, el líder natural de los pueblos de habla tai en las naciones circundantes. Y dispone de un ejército fuerte.
—Pero no hablo el idioma.
—No será un problema. Los tailandeses son multilingües desde hace siglos, y tienen una larga tradición de permitir que extranjeros ocupen puestos de poder e influencia en su gobierno, mientras se mantengan leales a los intereses de Tailandia. Tienes que entregarte de corazón. Tienen que confiar en ti. Pero parece bastante claro que sabes ser leal.
—En absoluto —dijo Bean—. Soy completamente egoísta: me limito a sobrevivir.
—De acuerdo, pero sobrevives manteniéndote absolutamente leal a las pocas personas de las que dependes. He leído tanto sobre ti como sobre Aquiles.
—Lo que escribieron sobre mí refleja las fantasías de los periodistas.
—No estoy hablando de las noticias —dijo Peter—. Leí los informes de Carlotta a la F.I. sobre tu infancia en Rotterdam.
Los dos se detuvieron. Ah, ¿te he sorprendido? Peter no pudo dejar de complacerse por haber demostrado que también él tenía algunos datos sobre ellos.
—Esos informes eran confidenciales —dijo Carlotta—. No debería existir ninguna copia.
—Ah, pero ¿confidenciales para quién? No hay secretos para la gente que tiene los amigos adecuados.
—Yo no he leído esos informes —dijo Bean. Carlotta observó a Peter.
—Parte de esa información es inútil, excepto para destruir—dijo.
Y ahora Peter se preguntó qué secretos guardaba ella sobre Bean. Porque cuando hablaba de informes aludía a un artículo que había en el expediente de Aquiles, que se refería a un par de informes sobre la vida en las calles de Rotterdam. Los comentarios sobre Bean eran secundarios.
No había leído los informes auténticos, pero de inmediato deseó hacerlo, porque estaba claro que
había algo que Carlotta no quería que Bean supiera.
Bean también fue consciente de la situación.
—¿Qué hay en esos informes que no quiere que Peter me revele? —exigió Bean.
—Debía convencer a la gente de la Escuela de Batalla de que era imparcial contigo —respondió sor
Carlotta—. Así que tuve que hacer declaraciones negativas para que creyeran también las positivas.
—¿Cree que eso heriría mis sentimientos?
—Sí, lo creo. Porque aunque comprendas el motivo por el que dije esas cosas, nunca olvidarás que las dije.
—No pueden ser peor de lo que imagino.
—No es cuestión de que sean malas o peores. No pueden ser demasiado malas o no habrías entrado en la Escuela de Batalla, ¿no? Eras demasiado joven y no creyeron en las calificaciones de tus pruebas, y pensaron que no habría tiempo para entrenarte a menos que realmente fueras... lo que dije. No quiero que guardes mis palabras en tu memoria. Y si tienes un mínimo de sentido común, Bean, nunca las leerás.
—Magnífico —protestó Bean—. Me ha puesto verde la persona en quien más confío, y lo que dice es tan malo que me pide que no trate de averiguarlo.
—Ya basta de tonterías —dijo Peter—. Todos hemos soportado golpes desagradables hoy, pero
hemos iniciado una alianza, ¿no? Vosotros actuaréis en mi favor esta noche, haciendo rodar esa bola de nieve para que pueda revelarme al mundo. Y yo tengo que situarte en Tailandia, en un puesto de confianza e influencia, antes de descubrir al mundo que soy un adolescente. ¿ Cuál de nosotros
conseguirá dormir primero?
—Yo —dijo sor Carlotta—. Porque no tengo ningún pecado sobre mi conciencia.
—Chorradas —dijo Bean—. Tiene todos los pecados del mundo en su mente.
—Me confundes con otra persona.
A Peter su discusión le pareció una broma familiar: viejos chistes, repetidos porque eran cómodos.
¿Por qué no pasaba esto en su familia? Peter había discutido muchas veces con Valentine, pero ella nunca se había abierto a él ni le había seguido la corriente. Siempre lo evitaba, incluso lo temía. Y de sus padres no podía esperar nada parecido. No había un intercambio de bromas, no había chistes ni recuerdos compartidos.
Tal vez sea cierto que me han criado unos robots, pensó Peter.
—Di a tus padres que nos ha encantado la cena —dijo Bean.
—A casa a dormir —ordenó sor Carlotta.
—No vais a dormir en el hotel esta noche, ¿verdad? —preguntó Peter—. Vais a marcharos.
—Te enviaremos un email para que te pongas en contacto con nosotros.
—Ya sabes que tendrás que marcharte de Greensboro —dijo sor Carlotta—. Cuando reveles tu identidad, Aquiles sabrá dónde estás. Y aunque la India no tenga ningún motivo para asesinarte, Aquiles sí. Mata a todo aquel que lo ha visto en posición de indefensión, y tú lo pusiste en esa situación: eres hombre muerto.
Peter pensó en el intento de asesinato que había sufrido Bean.
—No tuvo ningún inconveniente en acabar con tus padres para matarte a ti, ¿no? —preguntó.
—Tal vez deberías contar a tus padres quién eres antes de que lo lean en las redes —dijo Bean—. Y
luego ayudarlos a salir de la ciudad.
—En algún momento tendremos que dejar de escondernos de Aquiles y enfrentarnos abiertamente a
él.
—No hasta que encuentres un gobierno que esté dispuesto a proteger tu vida —dijo Bean—. Hasta
entonces, permanece oculto. Y que tus padres también lo hagan.
—Dudo de que mis padres me crean cuando les diga que soy Locke. ¿Qué padres lo harían? Probablemente pensarán que deliro.
—Confía en ellos —aconsejó Bean—. Pareces convencido de que son estúpidos, pero puedo asegurarte que no lo son, o al menos tu madre no lo es. Tu inteligencia viene de alguna parte. Lo
aceptarán.
Así, cuando Peter llegó a casa a las diez, se dirigió a la habitación de sus padres y llamó a la puerta.
—¿Qué pasa?—preguntó el padre.
—¿Estáis despiertos?
—Pasa —dijo la madre.
Primero charlaron durante unos minutos sobre la cena, sor Carlotta y aquel simpático Julian Delphiki; sobre lo insólito de que un niño tan joven pudiera haber hecho tantas cosas en su corta vida. Y siguieron así hasta que Peter los interrumpió.
—Tengo que contaros una cosa —dijo—. Mañana, unos amigos de Bean y Carlotta van a iniciar un
movimiento falso para hacer que Locke sea propuesto como Hegemón. ¿Sabéis quién es Locke? ¿El analista político?
Ellos asintieron.
—Y a la mañana siguiente —continuó Peter—, Locke va a hacer pública una declaración en la que declinará semejante honor porque es sólo un adolescente que vive en Greensboro, Carolina del Norte.
—¿ Sí ? —dijo el padre.
¿De verdad que no lo entendían?
—Soy yo, papá. Yo soy Locke.
El padre y la madre se miraron y Peter esperó que dijeran algo estúpido.
—¿Vas a decirles también que Valentine era Demóstenes? —preguntó la madre.
Por un instante Peter pensó que lo decía como un chiste, que para ella lo único que resultaba más absurdo que imaginar que Peter era Locke sería que Valentine fuera Demóstenes.
Entonces advirtió que en realidad no se trataba de una pregunta irónica. Era un punto importante, y necesitaba atenderlo: la contradicción entre Locke y Demóstenes tenía que ser resuelta, o habría algo
que Chamrajnagar y Aquiles podrían descubrir. Por eso era importante responsabilizar a Valentine de
Demóstenes desde el principio.
Pero no tan importante para él como el hecho de que su madre lo supiera.
—¿Desde cuándo lo sabéis? —preguntó. Estamos muy orgullosos de lo que has conseguido —dijo el padre.
—Tan orgullosos como de Ender —añadió la madre.
Peter casi se tambaleó por el golpe emocional. Acababan de decirle lo que más había querido oír en toda su vida, sin que jamás hubiera llegado a admitirlo. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Gracias —murmuró. Entonces cerró la puerta y corrió a su habitación. De algún modo, quince minutos más tarde, consiguió recuperar el control de sus emociones para escribir las cartas que debía
enviar a Tailandia y redactar su declaración al mundo.
Lo sabían. Y lejos de pensar que era un segundón, una decepción, estaban tan orgullosos de él como de Ender.
Todo su mundo estaba a punto de cambiar, su vida quedaría transformada, podría perderlo todo, podría ganarlo todo. Pero el único sentimiento que le embargó esa noche, cuando finalmente se acostó y
se quedó dormido, fue una completa y estúpida felicidad.