A: Locke%espinoza@polnet.gov De: Chamrajnagar%%@ifcom.gov Asunto: No vuelva a escribirme
Señor Peter Wiggin:
¿De verdad piensa que yo no tendría recursos para saber quién es? Puede que sea el autor de la Propuesta Locke, dada su reputación como pacificador, pero también es responsable en parte de la inestabilidad actual del mundo gracias al egoísta uso de la identidad de su hermana como Demóstenes. No albergo la menor ilusión respecto a sus motivos.
Es escandaloso que sugiera que yo ponga en peligro la neutralidad de la Flota Internacional para tomar el control de unos niños que han completado su servicio militar con la F.I.
Si su intento de manipular la opinión pública me obliga a hacerlo, revelaré su identidad como Locke y Demóstenes.
He cambiado mi idnombre y he informado a nuestro amigo mutuo que no intente volver a conducir comunicaciones entre usted y yo jamás. El único consuelo que le queda es el siguiente: la F.I. no interferirá con quienes intentan ejercer la hegemonía sobre otras naciones y pueblos. Ni siquiera con usted.
Chamrajnagar
La desaparición de Petra Arkanian de su hogar en Armenia se comentó en los informativos de todo el mundo. Los titulares mostraban las acusaciones de Armenia contra Turquía, Azerbaiján y las demás naciones de habla turca, además de las feroces negativas y contraacusaciones que provocaron por respuesta. Hubo llorosas entrevistas con la madre, la única testigo, que estaba segura de que los secuestradores eran azerbaijanos.
—¡Conozco el idioma, conozco el acento, y son ellos los que se llevaron a mi niña!
Bean estaba con su familia, disfrutando de su segundo día de vacaciones en la isla de Ítaca, pero se trataba de Petra, y leyó las redes y contempló los videos con interés, en compañía de su hermano, Nikolai. Los dos llegaron a la misma conclusión inmediatamente.
—No fue ninguna de las naciones turcas —anunció Nikolai a sus padres—. Eso está claro.
El padre, que había trabajado muchos años para el gobierno, estuvo de acuerdo.
—Los turcos de verdad se habrían asegurado de hablar solamente ruso.
—O armenio —dijo Nikolai.
—Ningún turco habla armenio —objetó la madre. Tenía razón, por supuesto, ya que los turcos nunca se dignarían a aprenderlo, y los países turcos que lo hablaban no eran, por definición, turcos de verdad y no se les podía confiar la delicada misión de secuestrar a un genio militar.
—¿Entonces, quién fue? —preguntó el padre—. ¿Agentes provocadores, intentando iniciar una guerra? —Yo apuesto por el gobierno armenio —apuntó Nikolai—. Para ponerla al mando del ejército.
—¿Por qué secuestrarla cuando podrían emplearla? —preguntó el padre.
—Sacarla abiertamente del colegio sería como anunciar las intenciones militares de Armenia. Podría provocar acciones preventivas por parte de Turquía o Azerbaiján.
En principio la tesis de Nikolai parecía lógica, pero Bean sabía que se trataba de otra cosa. Ya había previsto esta posibilidad cuando todos los niños con dotes militares estaban en el espacio. En aquella
época el principal peligro procedía del Polemarca, y Bean escribió una carta anónima a un par de líderes
de opinión de la Tierra, Locke y Demóstenes, instándoles a que todos los niños de la Escuela de Batalla volvieran a la Tierra para que no pudieran ser capturados por las fuerzas del Polemarca en la Guerra de las ligas. La advertencia había funcionado, pero ahora que la Guerra de las ligas había terminado, demasiados gobiernos habían empezado a pensar y actuar de modo complaciente, como si el mundo tuviera ahora paz en vez de un frágil alto el fuego. El análisis original de Bean todavía se mantenía. Fue Rusia la que estuvo detrás del intento de golpe de estado del Polemarca durante la Guerra de las ligas, y era probable que fuera Rusia la responsable del secuestro de Petra Arkanian.
Con todo, no tenía ninguna prueba ni conocía forma alguna de obtenerla: ahora que no estaba dentro de las instalaciones de la Flota, no tenía acceso a los sistemas informáticos de los militares. Así que se guardó el escepticismo para sí e hizo un chiste al respecto.
—No sé, Nikolai —dijo—. Ya que orquestar este secuestro va a tener un efecto aún más
desestabilizador, yo diría que si la ha secuestrado su propio gobierno eso demuestra que la necesitan de verdad, porque sería una tontería hacerlo.
—Si no son tontos —intervino el padre—, ¿quién lo hizo?
—Alguien que es lo bastante ambicioso para librar guerras y vencerlas y lo bastante listo para saber que necesitan a un comandante brillante —dijo Bean—. Y que sea lo bastante grande o lo bastante invisible o esté lo bastante lejos de Armenia para que no le importen las consecuencias del secuestro. De hecho, seguro que quien la secuestró estaría encantado de que estallara la guerra en el Cáucaso.
—¿Entonces piensas que se trata de una nación cercana, grande y poderosa? —preguntó el padre. Naturalmente, sólo había una nación que cumpliera esos requisitos.
—Es posible, pero ¿quién sabe? —dijo Bean—. Todo el que necesite a una comandante como Petra quiere un mundo revuelto. Suficiente revuelo, y cualquiera podría acabar en la cima. Hay un montón de
bandos para luchar unos contra otros.
Y ahora que lo había dicho, empezó a creerlo. El hecho de que Rusia fuera la nación más agresiva antes de la Guerra de las ligas no significaba que otras naciones no pretendieran entrar en el juego.
—En un mundo sumido en el caos —dijo Nikolai—, gana el ejército con el mejor comandante.
—Si quieres encontrar al secuestrador, busca el país que más hable de paz y reconciliación —dijo
Bean, jugando con la idea y diciendo lo que se le ocurría sobre la marcha.
—Eres demasiado cínico —contestó Nikolai—. Algunos de los que hablan de paz y reconciliación simplemente quieren paz y reconciliación.
—Tú observa... las naciones que se ofrecen para arbitrar son las que piensan que deberían gobernar el mundo, y esto no es más que otro movimiento en el juego.
El padre se echó a reír.
—No insistas demasiado en eso —dijo—. La mayoría de las naciones que siempre se ofrecen para arbitrar intentan recuperar su estatus perdido, no obtener nuevo poder. Francia, América, Japón. Siempre intentan mediar porque un día tuvieron poder y no aceptan que lo hayan perdido.
Bean sonrió.
—Nunca se sabe, papá. El mismo hecho de que descartes la posibilidad de que pudieran ser los secuestradores me hace considerarlos los candidatos más probables. Nikolai se echó a reír y estuvo de acuerdo.
—Ése es el problema de tener en casa dos graduados de la Escuela de Batalla. Al comprender el pensamiento militar suponéis que también comprendéis el pensamiento político.
—Todo se basa en maniobras y en evitar la batalla hasta que cuentas con una superioridad abrumadora —dijo Bean.
—Pero también se trata de la voluntad de poder —puntualizó el padre—. Y aunque haya individuos en América y Francia y Japón que tengan voluntad de poder, el pueblo no. Sus líderes nunca
conseguirán ponerlos en marcha. Hay que mirar a las naciones en alza: pueblos agresivos que se sienten ofendidos, que creen haber sido menospreciados. Beligerantes, quisquillosos.
—¿Toda una nación de gente beligerante y quisquillosa? —preguntó Nikolai.
—Parece Atenas —observó Bean.
—Una nación resentida contra otras naciones —dijo el padre—. Varias naciones islámicas encajan en el patrón, pero nunca secuestrarían a una niña cristiana para ponerla a liderar sus ejércitos.
—Podrían secuestrarla para impedir que su propia nación la utilizara —dijo Nikolai—. Lo cual nos lleva de vuelta a nuestros vecinos armenios.
—Es un rompecabezas interesante que podremos resolver más tarde —dijo Bean—, cuando nos
vayamos. El padre y Nikolai lo miraron como si estuviera loco.
—¿Irnos?
Fue la madre quien comprendió.
—Van a secuestrar a los graduados de la Escuela de Batalla. No sólo eso, sino que han secuestrado a un miembro del equipo de Ender en las batallas de verdad.
—Y una de las mejores —asintió Bean. El padre se mostró escéptico.
—Un incidente aislado no significa nada.
—No nos quedemos a esperar a ver quién es el siguiente —dijo la madre—. Prefiero sentirme como una tonta más tarde por haber exagerado que lamentarlo por no haber contemplado la posibilidad.
—Deja pasar unos cuantos días y todo se habrá acabado —sugirió el padre.
—Ya nos han dado seis horas —replicó Bean—. Si los secuestradores son pacientes, no golpearán de nuevo durante meses. Pero si son impacientes, ya estarán en movimiento contra otros objetivos. Por lo que sabemos, el único motivo por el que Nikolai y yo no estamos ya en el saco es porque estropeamos sus planes al irnos de vacaciones.
—O bien porque al estar aquí en esta isla les damos la oportunidad perfecta —dijo Nikolai.
—Papá, ¿por qué no pides protección? —propuso la madre.
El padre vaciló, y Bean comprendió por qué. El juego político era delicado, y cualquier movimiento de su padre podría tener repercusiones en su carrera.
—No lo percibirán como que pides privilegios especiales para ti —dijo Bean—. Nikolai y yo somos un recurso nacional precioso. Creo que el primer ministro lo ha dicho varias veces. No parece mala idea comunicar a Atenas dónde estamos y sugerir que nos protejan y nos saquen de aquí.
El padre cogió el teléfono móvil, pero sólo recibió la señal de que el sistema estaba saturado.
—Ya está—dijo Bean—. Es imposible que el sistema esté saturado aquí en (taca. Necesitamos un barco.
—Un avión —corrigió la madre.
—Un barco —insistió Nikolai—. Y no de alquiler. Probablemente están esperando que nos pongamos en sus manos, así que no habrá pelea.
—Varias de las casas cercanas tienen barcos —dijo el padre—, pero no conocemos a esa gente.
—Bueno, ellos nos conocen a nosotros —observó Nikolai—. Sobre todo a Bean. Somos héroes de guerra, ya sabes.
—Pero cualquier casa podría ser el lugar desde donde nos están vigilando —dijo el padre—. Si es que nos vigilan. No podemos fiarnos de nadie.
—Pongámonos los bañadores —sugirió Bean—, y vayamos caminando hasta la playa y luego
alejémonos cuanto podamos antes de cortar tierra adentro y buscar a alguien que tenga un barco.
Como no tenían ningún plan mejor, lo llevaron a cabo de inmediato. Dos minutos después salieron por la puerta, sin llevar bolsas ni maletas, aunque sus padres se metieron unos cuantos documentos de identificación y tarjetas de crédito en los bañadores. Bean y Nikolai se reían y bromeaban como de costumbre, y sus padres se dieron la mano en silencio, sonriendo a sus hijos... como siempre. Ningún signo de alarma. Nada que hiciera que nadie que los vigilara saltase a la acción.
Sólo habían recorrido medio kilómetro camino de la playa cuando oyeron una explosión; fuerte, como si estuviera cerca, y la onda de choque los hizo estremecerse. La madre cayó al suelo. El padre la ayudó a levantarse mientras Bean y Nikolai miraban hacia atrás.
—Tal vez no sea nuestra casa —dijo Nikolai.
—Mejor no volvemos para comprobarlo.
Echaron a correr hacia la playa, tratando de no dejar atrás a la madre, que cojeaba un poco porque se había despellejado una rodilla y se había torcido la otra al caer.
—Adelantaos vosotros —dijo.
—Mamá, si te cogen a ti es igual que si nos cogieran a nosotros —dijo Nikolai—, porque accederíamos a todas sus condiciones para recuperarte.
—No quieren capturarnos —dijo Bean—. A Petra la querían utilizar. A mí me quieren muerto.
—No —dijo la madre.
——Bean tiene razón —observó el padre—. No se hace volar una casa por los aires para secuestrar a los ocupantes.
—¡Pero no sabemos si fue nuestra casa! —insistió la madre.
—Mamá, es estrategia básica —insistió Bean—. Destruye cualquier recurso que no controles para que tu enemigo no pueda usarlo.
—¿Qué enemigo? ¡Grecia no tiene enemigos! —Cuando alguien quiere gobernar el mundo, tarde o temprano todo el mundo es su enemigo —dijo Nikolai.
—Creo que deberíamos correr más rápido—apremió la madre, y así lo hicieron.
Mientras corrían, Bean pensó en lo que su madre había dicho. La respuesta de Nikolai era cierta, por supuesto, pero Bean no podía dejar de pensar que Grecia tal vez no tuviera enemigos, pero él sí. En algún lugar del mundo Aquiles seguía vivo. Supuestamente está bajo custodia, prisionero porque está mentalmente enfermo, porque ha asesinado una y otra vez. Graff había prometido que nunca sería puesto en libertad, pero Graff fue sometido a un consejo de guerra. Cierto que finalmente lo exoneraron, pero tuvo que retirarse del ejército. En ese momento era ministro de Colonización y ya no estaba en disposición de mantener su promesa sobre Aquiles. Y si había algo que Aquiles quisiera, era ver muerto a Bean.
Secuestrar a Petra es algo que bien podría habérsele ocurrido a Aquiles, y si estaba en situación de hacer que eso sucediera (si algún grupo o gobierno le hacía caso) entonces le habría resultado bastante fácil hacer que la misma gente matara a Bean.
¿O acaso Aquiles insistiría en estar presente? Probablemente no. Aquiles no era un sádico. Mataba con sus propias manos cuando lo consideraba preciso, pero nunca corría riesgos. Matar desde lejos sería preferible, contratar otras manos para que llevaran a cabo el trabajo.
¿Quién más querría ver muerto a Bean? Cualquier otro enemigo pretendería capturarlo. Sus puntuaciones en las pruebas de la Escuela de Batalla eran de dominio público desde el juicio de Graff. Los militares de todas las naciones sabían que era el chico que había superado en muchos aspectos al propio Ender, de manera que sería el más codiciado y también el más temido, si estaba al otro lado de la guerra. Cualquiera de ellos podría matarlo si sabían que no podían apresarlo. Sin embargo, primero intentarían cogerlo. Sólo Aquiles preferiría su muerte.
Prefirió no decir nada a su familia. Sus temores respecto a Aquiles parecerían demasiado paranoides, ni siquiera estaba seguro de creerlos él mismo. Sin embargo, mientras corría por la playa con su familia, cada vez estaba más seguro de que quien había secuestrado a Petra actuaba de algún modo bajo la influencia de Aquiles.
Oyeron las aspas de los helicópteros antes de verlos y la reacción de Nikolai fue instantánea.
—¡Hacia tierra! —gritó. Corrieron hacia la escalerilla de madera más cercana, que conectaba los acantilados con la playa.
Sólo estaban a medio camino cuando uno de los helicópteros apareció. Era inútil tratar de esconderse. Un helicóptero se posó en la playa bajo ellos, el otro en lo alto del acantilado.
—Hacia abajo es más fácil que hacia arriba —dijo el padre—. Y los helicópteros tienen insignias
griegas.
Lo que Bean no señaló, porque todos lo sabían de sobra, era que Grecia formaba parte del Nuevo Pacto de Varsovia, y que era muy posible que los aparatos griegos estuvieran cumpliendo órdenes de Rusia.
Bajaron las escalerillas en silencio, atenazados por la esperanza, la desesperación y el miedo. Los soldados que salieron del helicóptero vestían uniformes del ejército griego.
—Al menos no tratan de fingir que son turcos —dijo Nikolai.
—Pero ¿cómo puede venir el ejército griego a rescatarnos? —se preguntó la madre—. La explosión ocurrió hace sólo unos minutos.
En cuanto llegaron a la playa obtuvieron la respuesta: un coronel que su padre conocía de vista se acercó y les dirigió un saludo militar. En realidad saludaba a Bean, con el respeto debido a un veterano
de la guerra Fórmica.
—Les traigo saludos del general Thrakos —dijo el coronel—. Habría venido en persona, pero cuando llegó la advertencia tuvimos que darnos prisa.
—Coronel Dekanos, tenemos razones para creer que nuestros hijos están en peligro —dijo el padre.
—Nos dimos cuenta en el momento en que llegó la noticia del secuestro de Petra Arkanian —asintió
Dekanos—. Pero no estaban ustedes en casa y tardamos unas horas en localizarlos.
—Hemos oído una explosión.
—Si hubieran estado dentro de la casa, estarían tan muertos como los habitantes de los edificios colindantes —dijo Dekanos—. El ejército está asegurando la zona. Enviamos quince helicópteros a buscarlos... a ustedes o, si estaban muertos, a los responsables. Ya he informado a Atenas de que están
sanos y salvos.
—Intervinieron el teléfono móvil —explicó el padre.
—En ese caso disponen de una organización muy efectiva—respondió Dekanos—. Otros nueve niños han sido secuestrado horas después de Petra Arkanian.
—¿Quiénes? —preguntó Bean.
—Todavía no conozco los nombres, sólo el número.
—¿Han matado a alguno de los otros?
—No, que yo sepa.
—Entonces ¿por qué volaron nuestra casa? —intervino la madre.
—Si supiéramos por qué, también sabríamos quiénes —dijo Dekanos—. Y viceversa.
Se abrocharon los cinturones de seguridad y el helicóptero despegó de la playa, pero no cobró mucha altura. Otros helicópteros los rodearon: escolta de vuelo.
—La infantería continúa la búsqueda —dijo Dekanos—, pero su supervivencia es nuestra mayor prioridad.
—Se lo agradecemos —respondió la madre.
No obstante, Bean no estaba tan satisfecho. Por supuesto, el ejército griego los escondería y protegería, pero no importaban sus esfuerzos: lo único que no podrían hacer era ocultar el conocimiento de su situación al gobierno griego mismo. Y el gobierno griego llevaba generaciones formando parte del Pacto de Varsovia, do minado por los rusos, desde antes de la guerra Fórmica. Por tanto Aquiles (si era Aquiles, si era Rusia para quien trabajaba, si, si) podría averiguar dónde estaban. Bean sabía que no bastaba con que lo protegieran. Tenía que estar verdaderamente oculto, donde ningún gobierno pudiera encontrarlo, donde nadie más que él mismo supiese quién era.
El problema no sólo estribaba en que aún era un niño, sino que era un niño famoso. Entre su corta edad y su fama, le resultaría casi imposible viajar: necesitaba ayuda. Así que por el momento tenía que permanecer custodiado por los militares y limitarse a esperar que tardara menos tiempo en escaparse que Aquiles en encontrarlo. Si era Aquiles quien le buscaba.