«Cuando era pequeña, creía que si podía contentar a los dioses ellos volverían atrás y recomenzarían mi vida, y esta vez no me quitarían a mi madre.»
de Los susurros divinos de Han Qing jao
Un satélite en la órbita de Lusitania detectó el lanzamiento del Artefacto D.M. y la divergencia de su curso hacia Lusitania, mientras la nave espacial desaparecía de sus instrumentos. El hecho más temido estaba teniendo lugar. No hubo ningún intento de comunicar o negociar. Resultaba evidente que la flota nunca había pretendido otra cosa que aniquilar este mundo, y con él a toda una raza inteligente.
La mayoría de la gente había esperado una oportunidad de decirles que la descolada había sido domada por completo y ya no suponía una amenaza; que era demasiado tarde para detener a nadie de todas formas, ya que varias docenas de nuevas colonias de humanos, pequeninos y reinas colmena habían sido fundadas ya en muchos planetas distintos.
En cambio, sólo había muerte precipitándose hacia ellos, siguiendo un curso que no les dejaba más que una hora de vida, probablemente menos, ya que sin duda el Pequeño Doctor sería detonado a cierta distancia del planeta.
Eran los pequeninos quienes manejaban ahora los instrumentos, ya que todos los humanos, menos un puñado, habían huido hacia las naves.
Así que fue un pequenino quien gritó la noticia a través del ansible a la nave que se encontraba en el planeta de la descolada; y, por casualidad, era Apagafuegos quien se hallaba ante el terminal ansible para oír su informe. Inmediatamente empezó a lloriquear, su aguda voz inundada de pena.
Cuando Miro y sus hermanas comprendieron lo que había sucedido, él corrió de inmediato a Jane.
-Han lanzado el Pequeño Doctor -dijo, sacudiéndola suavemente. Esperó sólo unos instantes. Ella abrió los ojos.
-Creía que los habíamos derrotado -susurró-. Peter y Wang-mu, quiero decir. El Congreso votó establecer una cuarentena y prohibió terminantemente a la flota que lanzara el Artefacto D.M. Sin
embargo, lo han lanzado.
-Pareces muy cansada.
-Esto requiere todos mis esfuerzos, una y otra vez. Y ahora pierdo a las madres-árbol. Son una parte de mí misma, Miro. ¿Recuerdas cómo te sentías cuando perdiste el control de tu cuerpo, cuando eras un lisiado? Eso es lo que me sucederá cuando las madres-árbol hayan muerto.
Se echó a llorar.
-Basta -dijo Miro-. Ahora mismo. Controla tus emociones, Jane, no tienes tiempo para esto. De inmediato, ella se liberó de las correas que la ataban.
-Tienes razón. Este cuerpo es a veces demasiado fuerte para controlarlo.
-El Pequeño Doctor debe estar cerca del planeta para que surta efecto: el campo se disipa rápidamente a menos que haya masa para retenerlo. Así que tenemos tiempo, Jane. Quizás una hora. Sin duda, más de media.
-Y en ese tiempo, ¿qué piensas que puedo hacer?
-Recoger la maldita cosa -dijo Miro-. ¡Lanzarla al Exterior y no traerla de vuelta!
-¿Y si estalla en el Exterior? -preguntó Jane-. ¿Y si algo tan destructivo se multiplica y repite allí fuera? Además, no puedo recoger cosas que no he tenido oportunidad de examinar. No hay nadie cerca, ningún ansible conectado, nada que me permita encontrarla en el vacío del espacio.
-No lo sé -dijo Miro-. Ender lo sabría. ¡Lástima que esté muerto!
-Bueno, técnicamente hablando. Pero Peter no ha encontrado el camino a ninguno de los recuerdos de Ender. Si los tiene.
-¿Qué hay que recordar? Esto no había sucedido nunca.
-Es verdad que su aiúa es el de Ender. ¿Pero cuánto de su inteligencia dependía del aiúa, y cuánto de su cuerpo y su cerebro? Recuerda que el componente genético pesaba: nació en primer lugar porque los tests mostraron que los originales Peter y Valentine estaban cerca del comandante militar ideal.
-Cierto -dijo Miro-. Y ahora es Peter.
-No el Peter real.
-Mira, es más o menos Ender y más o menos Peter. ¿Puedes encontrarlo? ¿Puedes hablar con él?
-Cuando nuestros ai��as se encuentran, no hablamos. Nosotros... bueno, bailamos uno alrededor del otro. No es lo mismo que hacen Humano y la Reina Colmena.
-¿No tiene todavía la joya en la oreja? -preguntó Miro, tocando la suya propia.
-¿Pero qué puede hacer? Está a horas de distancia de esta nave...
-Jane -dijo Miro-. Inténtalo.
Peter parecía anonadado. Wang-mu le tocó el brazo, se inclinó hacia él.
-¿Qué ocurre?
-Creí que lo habíamos conseguido, cuando el Congreso votó para revocar la orden de utilización del
Pequeño Doctor.
-¿A qué te refieres? -preguntó Wang-mu, aunque ya lo sabía.
-Lo lanzaron. La Flota Lusitania desobedeció al Congreso. ¿Quién lo habría imaginado? Queda menos de una hora para que estalle.
Los ojos de Wang-mu se llenaron de lágrimas, pero las reprimió.
-Al menos los pequeninos y las reinas colmena sobrevivirán.
-Pero no la red de madres-árbol -dijo Peter-. El vuelo estelar quedará interrumpido hasta que Jane encuentre algún otro medio de almacenar toda esa información en memoria. Los hermanos-árbol son demasiado estúpidos, los padres-árbol tienen un ego demasiado fuerte para compartir su capacidad con ella... lo harían si pudieran, pero no pueden. ¿Crees que Jane no ha explorado todas las posibilidades? El vuelo más rápido que la luz se ha acabado.
-Entonces éste es nuestro hogar -dijo Wang-mu.
-No, no lo es.
-Estamos a horas de distancia de nuestra nave, Peter. Nunca llegaremos allí antes de que explote.
-¿Qué es la nave? Una caja con interruptores y una puerta hermética. Por lo que sabemos, ni siquiera necesitamos la caja. No voy a quedarme aquí, Wang-mu.
-¿Vas a volver a Lusitania? ¿Ahora?
-Si Jane puede llevarme. Y si no puede, supongo que este cuerpo volverá al sitio de donde vino... el
Exterior.
-Voy contigo.
-He tenido tres mil años de vida -dijo Peter-. No los recuerdo demasiado bien, pero te mereces algo mejor que desaparecer del universo si Jane no puede lograrlo.
-Voy contigo, así que cállate. No hay tiempo que perder.
-Ni siquiera sé qué voy a hacer cuando llegue.
-Sí que lo sabes.
-¿Ah, sí? ¿Qué es lo que estoy planeando?
-No tengo ni idea.
-¿No es eso un problema? ¿De qué sirve este plan mío si nadie lo conoce?
-Quiero decir que eres quien eres -dijo Wang-mu-. Eres la misma voluntad, el mismo niño duro y lleno de recursos que se negó a ser derrotado por todo lo que le lanzaban en la Escuela de Batalla o la Escuela de Mando. El niño que no dejó que los matones le destruyeran... no importa lo que hiciera falta para detenerlos. Desnudo y sin otra arma que el cuerpo enjabonado, así es como Ender luchó con Bonzo Madrid en el cuarto de baño de la Escuela de Batalla.
-Has hecho averiguaciones.
-Peter, no espero que seas Ender, su personalidad, sus recuerdos, su entrenamiento. Pero eres el que no-puede ser derrotado. Eres el que encuentra un modo de destruir al enemigo.
Peter sacudió la cabeza.
-No soy él. De verdad que no.
-Me dijiste cuando nos conocimos que no eras tú mismo. Bueno, ahora lo eres. Todo tú, un solo hombre, intacto en este cuerpo. Ahora no te falta nada. No te han robado nada, no has perdido nada.
¿Comprendes? Ender vivió toda su vida con el peso de haber causado el xenocidio. Ahora tienes la oportunidad de ser lo opuesto. De vivir la vida contraria. De ser quien lo impida. Peter cerró los ojos un
instante.
-Jane -dijo-. ¿Puedes llevarnos sin nave? Escuchó un momento.
-Dice que la verdadera cuestión es si nosotros podemos mantenernos íntegros. Lo que ella controla y mueve es la nave, más nuestros aiúas... la integridad de nuestro cuerpo depende de nosotros, no de ella.
-Bueno, lo hacemos siempre, así que no hay problema -dijo Wang-mu.
-Sí que lo hay -respondió Peter-. Jane dice que dentro de la nave tenemos pistas visuales, una sensación de seguridad. Sin esas paredes, sin la luz, en el vacío profundo, podemos perder nuestro lugar. Podemos olvidar que estamos relacionados con nuestros propios cuerpos. Realmente tenemos que aguantar.
-Somos tan testarudos, decididos, ambiciosos y egoístas que superamos todo lo que se nos pone por delante sea lo que fuere, ¿valdrá eso de algo? -preguntó Wang-mu.
-Creo que son virtudes que cuentan, sí.
-Entonces hagámoslo. Adelante.
Para Jane, encontrar el aiúa de Peter fue fácil. Había estado dentro de su cuerpo, había seguido su aiúa, o lo había perseguido; lo encontraba incluso sin buscarlo. El caso de Wang-mu era distinto. Los
viajes a los que la había llevado antes habían sido dentro de una nave estelar cuyo emplazamiento Jane conocía ya. Pero una vez que localizó el aiúa de Peter, de Ender, resultó más fácil de lo que esperaba. Pues ellos dos, Peter y Wang-mu, estaban filóticamente entrelazados. Había una diminuta red creándose entre ellos. Incluso sin la caja a su alrededor, Jane podría sostenerlos, ambos a la vez, como si fueran una sola entidad.
Mientras los lanzaba al Exterior notó cómo se aferraban con más fuerza el uno al otro, no sólo los cuerpos, sino también los enlaces invisibles del yo más profundo. Fueron juntos al Exterior y juntos regresaron. Jane sintió una puñalada de celos, los mismos que había sentido de Novinha aunque sin la sensación física de pena y furia que su cuerpo unía ahora a la emoción. Pero sabía que era absurdo. Era a Miro a quien amaba, como una mujer ama a un hombre. Ender fue su padre y su amigo, y ahora apenas era Ender.
Era Peter: un hombre que recordaba únicamente los pasados meses de asociación con ella. Eran amigos, pero no tenía ningún derecho sobre su corazón.
El familiar aiúa de Ender Wiggin y el aiúa de Si Wang-mu estaban aún más fuertemente unidos cuando Jane los depositó sobre la superficie de Lusitania.
Se encontraban en medio del astropuerto. Los últimos centenares de humanos que trataban de escapar intentaban frenéticamente comprender por qué las naves habían dejado de huir justo cuando el Artefacto D.M. fue lanzado.
-Todas las naves están llenas -dijo Peter.
-Pero si no necesitamos ninguna -respondió Wang-mu.
-Sí que la necesitamos. Jane no puede recoger el Pequeño Doctor sin una.
-¿Recogerlo? Entonces tienes un plan.
-¿No dijiste que sí? No conseguiré hacer de ti una mentirosa. -Luego habló con Jane a través de la joya-. ¿Vuelves a estar aquí? Puedes hablar conmigo vía satélite... muy bien. Jane, necesito que vacíes una de esas naves. -Hizo una pausa-. Lleva a la gente a un mundo colonial, espera a que desembarque y luego trae la nave aquí para nosotros, lejos de la multitud.
Al instante, una de las naves desapareció del astropuerto. Un aplauso surgió de la multitud mientras todos corrían para entrar en una de las naves restantes. Peter y Wang-mu esperaron, sabiendo que cada minuto que hacía falta para descargar esa nave en el mundo colonial era un minuto menos que faltaba para que el Pequeño Doctor hiciera explosión.
Entonces la espera se acabó. Una nave en forma de caja apareció junto a ellos.
Peter abrió la puerta y los dos entraron antes de que ninguno de los presentes en el astropuerto advirtiera qué sucedía. Alguien gritó, pero Peter cerró y selló la puerta.
-Estarnos dentro -dijo Wang-mu-. ¿Pero adónde vamos?
-Jane está calibrando la velocidad del Pequeño Doctor.
-Creía que no podía recogerlo sin la nave.
-Consigue los datos de seguimiento a partir del satélite. Predecirá exactamente dónde estará en un momento determinado, y luego nos lanzará al Exterior y nos traerá de vuelta exactamente en ese punto, exactamente a esa velocidad.
-¿El Pequeño Doctor estará dentro de esta nave? ¿Con nosotros? -preguntó Wang-mu.
-Quédate junto a la pared -dijo él-. Y agárrate a mí. Experimentaremos ingravidez. Hasta ahora has conseguido visitar cuatro planetas sin pasar por esa experiencia.
-¿La has tenido tú antes?
Peter se rió, luego sacudió la cabeza.
-No en este cuerpo. Pero supongo que en cierto modo recuerdo cómo enfrentarme a ella porque...
En ese momento se quedaron sin gravedad y, flotando ante ellos, sin tocar las paredes de la nave, apareció el enorme misil que transportaba el Pequeño Doctor. De haber estado sus cohetes encendidos, los habrían calcinado. Pero avanzaba a la velocidad que ya había conseguido; parecía flotar en el aire porque la nave iba exactamente a la misma velocidad.
Peter aseguró sus pies bajo un banco soldado a la pared, y luego extendió las manos y tocó el misil.
-Tenemos que conseguir que se pose en el suelo.
Wang-mu intentó alcanzarlo también, pero en cuanto se soltó de la pared empezó a flotar. Sintió náuseas y su cuerpo buscó desesperado algún punto en la nave que le sirviera de referencia.
-Piensa que el aparato está al revés -le instó Peter-. El aparato es abajo. Caes hacia él.
Wang-mu se reorientó. Mientras flotaba más cerca logró extender los brazos y agarrarse. Sólo pudo mirar, agradecida de no estar vomitando ya, cómo Peter empujaba suave, lentamente el misil hacia el suelo. Cuando se tocaron, toda la nave se estremeció, pues la masa del misil era probablemente mayor que la de la nave que ahora lo rodeaba.
-¿Todo bien? -preguntó Peter.
-Sí -respondió Wang-mu. Entonces se dio cuenta de que él estaba hablando con Jane; su «todo bien» formaba parte de esa conversación.
Jane está estudiando esa cosa -dijo Peter-. Lo hace también con las naves, antes de llevarlas a alguna parte. Solía ser un proceso analítico, por ordenador. Ahora su aiúa recorre la estructura interna del artefacto. No podía hacerlo hasta que estuviera en contacto con algo que ya conociera: la nave. Cuando obtenga una impresión de su forma interior, podrá enviarlo al Exterior.
-¿Vamos a dejarlo allí?
-No. Podría mantenerse unido y detonar, o romperse. De todas formas, quién sabe qué daño podría causar ahí fuera. ¿Cuántas copias podrían cobrar forma?
-Ninguna -dijo Wang-mu-. Hace falta una inteligencia para crear algo nuevo.
-¿De qué crees que está hecha esta cosa? Igual que cada pieza de tu cuerpo, igual que cada roca y árbol y nube, es todo aiúas, y habrá otros aiúas desconectados y desesperados por pertenecer, por imitar, por crecer. No, esta cosa es maligna, y no vamos a llevarla allí.
-Entonces ¿adónde?
-De vuelta al remitente.
El almirante Lands permanecía sombrío en el puente de su nave. Sabía que a estas alturas Causo habría difundido la noticia: el lanzamiento del Pequeño Doctor había sido ilegal, un motín; el Viejo se enfrentaría a un consejo de guerra o a algo peor cuando volvieran a la civilización. Nadie le hablaba; nadie se atrevía a mirarlo. Y Lands sabía que tendría que retirarse del mando y entregar la nave a Causo, su lugarteniente, y la flota a su segundo, el almirante Fukuda. El gesto de Causo de no arrestarlo inmediatamente había sido amable pero inútil. Sabiendo la verdad de su desobediencia, a los hombres y oficiales les resultaría imposible acatar sus órdenes y sería injusto exigírselo.
Lands se volvió para dar la orden y se encontró con que su oficial se dirigía ya hacia él.
-Señor -dijo Causo.
-Lo sé. Me retiro del mando.
-No, señor. Venga conmigo, señor.
-¿Qué planea hacer? -preguntó Lands.
-El oficial de carga ha informado de la presencia de algo en la bodega principal de la nave.
-¿Qué es?
Causo tan sólo se quedó mirándole. Lands asintió, y los dos salieron juntos del puente.
Jane había llevado la caja de la nave, no a la armería de la nave insignia, pues allí cabía el Pequeño Doctor pero no la caja que lo rodeaba, sino a la bodega principal, que era mucho más espaciosa y también carecía de medios prácticos para volver a lanzar el arma.
Peter y Wang-mu salieron a la bodega.
Entonces Jane se llevó la nave y dejó a Peter, Wang-mu y el Pequeño Doctor.
La nave volvería a aparecer en Lusitania. Pero nadie subiría a ella. Nadie necesitaba hacerlo. El Artefacto D.M. ya no se dirigía hacia ellos. Ahora se hallaba en la bodega de la nave insignia de la Flota Lusitania, viajando a velocidad relativista hacia el olvido. El sensor de proximidad del Pequeño Doctor no se activaría, por supuesto, ya que no se hallaba cerca de una masa planetaria. Pero el temporizador seguía corriendo.
-Espero que reparen pronto en nosotros -dijo Wang-mu.
-Oh, no te preocupes. Nos quedan minutos.
-¿Nos ha visto alguien ya?
-Había un tipo en aquel despacho -dijo Peter, señalando una puerta abierta-.
Vio la nave, luego nos vio a nosotros, y por fin vio al Pequeño Doctor. Ahora se ha ido. Creo que no estaremos solos mucho tiempo.
Una puerta situada en las alturas de la pared frontal de la bodega se abrió. Tres hombres salieron al balcón que se asomaba a la bodega por tres lados.
-Hola -dijo Peter.
-¿Quién demonios es usted? -preguntó el que llevaba más alamares e insignias en el uniforme.
-Apuesto a que es usted el almirante Bobby Lands -dijo Peter-. Y usted debe de ser el oficial ejecutivo Causo. Y usted el oficial de carga Lung.
-¡He preguntado quién demonios es usted! -exigió saber el almirante Lands.
-Creo que no entiende usted sus prioridades. Ya habrá tiempo de sobra para discutir sobre mi identidad después de que desactiven el reloj de esta arma que tan descuidadamente lanzó al espacio peligrosamente cerca de un planeta poblado.
-Si piensa que puede...
Pero el almirante no terminó la frase, porque el oficial ejecutivo saltó la balaustrada y corrió a la cubierta de la bodega de carga, donde inmediatamente empezó a desatornillar la tapa del temporizador.
-Causo -dijo Lands-, eso no puede ser el...
-Es el Pequeño Doctor, en efecto, señor -dijo Causo.
-¡Lo lanzamos! -gritó el almirante.
-Eso tiene que haber sido un error -dijo Peter-. Un despiste. Porque el Congreso Estelar revocó la orden de lanzarlo.
¿Quién es usted y cómo ha llegado aquí?
Causo se levantó; el sudor le corría por la frente.
-Señor, me complace informar de que, a falta de dos minutos para que acabara el plazo, he conseguido impedir que nuestra nave vuele en pedazos.
-Y yo me alegro de ver que no hacen falta dos llaves separadas y una combinación secreta para desconectar esa cosa, o alguna otra estupidez -dijo Peter.
-No, fue diseñada para que resultara fácil desconectarla -dijo Causo-. Hay instrucciones para hacerlo por todas partes. Conectarla... eso es lo difícil.
-Pero de algún modo, se las apañaron para conseguirlo.
-¿Dónde está su vehículo? -dijo el almirante. Bajaba por una escalerilla hacia la cubierta-. ¿Cómo han llegado aquí?
-Hemos llegado en una bonita caja, que descartamos cuando ya no fue necesaria. ¿Todavía no se ha dado cuenta de que no hemos venido para que nos interrogue?
-Arreste a esos dos -ordenó Lands.
Causo miró al almirante como si estuviera loco. Pero el oficial de carga, que le había seguido por la escalerilla, se dispuso a obedecer, y avanzó unos pasos hacia Peter y Wang-mu.
Al instante, desaparecieron y volvieron a aparecer en lo alto de la balconada por donde habían entrado los tres oficiales. Naturalmente, los otros tardaron unos segundos en localizarlos. El oficial de carga se quedó anonadado.
-Señor -dijo-. Estaban aquí hace un segundo.
Causo, por otro lado, ya había decidido que estaba ocurriendo algo inusitado para lo que no había ninguna respuesta militar apropiada. Así que se persignó y empezó a murmurar una oración.
Lands, sin embargo, retrocedió unos pasos hasta que chocó con el Pequeño Doctor. Se agarró a él, y apartó de repente las manos, con repulsión, quizás incluso con dolor, como si la superficie le quemara.
-Oh, Dios -dijo-. Traté de hacer lo que habría hecho Ender Wiggin. Wang-mu no pudo evitarlo. Se rió a carcajadas.
-Es curioso -dijo Peter-. Yo intentaba hacer exactamente lo mismo.
-Oh, Dios -repitió Lands.
-Almirante, tengo una sugerencia. En vez de pasar un par de meses de tiempo real intentando hacer virar esta nave y lanzar de nuevo ilegalmente esta cosa, y en vez de intentar establecer una inútil y desmoralizante cuarentena alrededor de Lusitania, ¿por qué no se dirigen a uno de los Cien Mundos (Trondheim está cerca) y mientras tanto redacta un informe para el Congreso Estelar? -dijo Peter-. Incluso tengo algunas ideas sobre lo que ese informe podría decir, si quiere oírlas.
Por toda respuesta, Lands desenfundó una pistola láser y le apuntó con ella.
Inmediatamente, Peter y Wang-mu desaparecieron de donde estaban y reaparecieron detrás de Lands. Peter alargó la mano ydesarmó hábilmente al almirante, rompiéndole por desgracia dos dedos en el proceso.
-Lo siento, he perdido práctica- dijo-. No he usado mis habilidades marciales desde hace... bueno, miles de años.
Lands cayó de rodillas, frotándose la mano herida.
-Peter -dijo Wang-mu-, ¿no podemos hacer que Jane deje de movernos de un lado a otro de esta forma? Es realmente desorientador.
Peter le hizo un guiño.
-¿Quiere oír mis ideas para su informe? Lands asintió.
-Yo también -dijo Causo, quien veía claramente que comandaría aquella nave durante algún tiempo.
-Creo que tienen que usar su ansible para comunicar que, debido a un fallo de funcionamiento, se informó de que tuvo lugar el lanzamiento del Pequeño Doctor. Pero de hecho el lanzamiento fue abortado a tiempo y, para impedir otro error, trasladaron el Artefacto D.M. a la bodega principal, donde lo desarmaron y desmantelaron. ¿Ha entendido la parte sobre desmantelarlo? -le preguntó Peter a Causo.
El oficial asintió.
-Lo haré de inmediato, señor. -Se volvió hacia el oficial de carga-. Tráigame una caja de herramientas.
Mientras el oficial se dirigía hacia un armario de la pared, Peter continuó:
-Luego pueden comunicar que han entrado en contacto con un nativo de Lusitania (ése soy yo), que pudo certificarles que el virus de la descolada está completamente bajo control y que ya no supone una amenaza para nadie.
-¿Y cómo sé eso? -dijo Lands.
-Porque llevo lo que queda del virus, y si no estuviera completamente muerto, usted contraería la descolada y moriría dentro de un par de días. Bien, además de certificar que Lusitania no supone ninguna amenaza, su informe también debe señalar que la rebelión de Lusitania no fue más que un malentendido y que, lejos de haber ninguna interferencia humana en la cultura pequenina, los pequeninos ejercitaron sus derechos como seres pensantes en un planeta propio para adquirir información y tecnología de unos amistosos visitantes alienígenas... es decir, la colonia humana de Milagro. Desde entonces, muchos de los pequeninos se han vuelto muy diestros en la ciencia y tecnología humanas, y dentro de un tiempo razonable enviarán embajadores al Congreso Estelar y esperan que el Congreso les devuelva la visita. ¿Va entendiendo todo esto?
Lands asintió. Causo, que trabajaba desmontando el mecanismo de disparo del Pequeño Doctor, gruñó para mostrar su conformidad.
-Pueden también informar de que los pequeninos han establecido una alianza con otra raza alienígena, que contrariamente a varios informes prematuros, no fue completamente extinguida en el famoso xenocidio de Ender Wiggin. Una reina colmena sobrevivió en su crisálida; fue la fuente de toda la información contenida en el célebre libro La Reina Colmena, cuya exactitud se demuestra ahora incuestionable. La Reina Colmena de Lusitania, sin embargo, no desea intercambiar embajadores con el Congreso Estelar por el momento, y prefiere en cambio que sus intereses sean representados por los pequeninos.
-¿Todavía hay insectores? -preguntó Lands.
-Técnicamente hablando, Ender Wiggin no cometió xenocidio después de todo. Así que si el lanzamiento de su misil, aquí presente, no hubiera sido abortado, habría sido usted el autor del primer xenocidio, no del segundo. Y tal como ahora queda claro, nunca ha habido un xenocidio, aunque no por no haberlo intentado en ambas ocasiones, debo admitirlo.
Las lágrimas corrieron por el rostro de Lands.
-No quería hacerlo. Creía que era lo adecuado. Creía que tenía que hacerlo para salvar...
-Dejemos que discuta eso con el terapeuta de la nave dentro de algún tiempo -dijo Peter-. Todavía tenemos una cosa más que añadir. Disponemos de una tecnología de vuelo estelar que creo que al Congreso Estelar le gustaría tener. Ya ha visto una demostración. Normalmente, preferimos hacerlo dentro de nuestras feas naves en forma de caja. Con todo, es un método bastante bueno y nos permite visitar otros mundos sin perder ni un segundo de nuestras vidas. Sé que quienes tienen la llave de nuestro método se sentirán contentos, durante los próximos meses, de transportar instantáneamente todas las naves relativistas actualmente en vuelo a sus destinos.
-Pero eso ha de tener un precio -dijo Causo, asintiendo.
-Bueno, digamos que hay una condición previa. Un elemento clave para nuestro vuelo instantáneo es un programa informático que el Congreso Estelar intentó matar recientemente. Encontramos un método alternativo, pero no es completamente adecuado ni satisfactorio, y creo que podemos decir con seguridad que el Congreso nunca tendrá el uso del vuelo instantáneo hasta que todos los ansibles de los Cien Mundos estén reconectados con todas las redes informáticas de cada mundo, sin retrasos y sin esos molestos programas espía que siguen ladrando como perritos inútiles.
-No tengo autoridad para...
-Almirante Lands, no le he pedido que decida. Simplemente he sugerido los contenidos del mensaje que tal vez quiera enviar, por ansible, al Congreso Estelar. Inmediatamente.
Lands apartó la mirada.
-No me siento bien -dijo-. Creo que estoy incapacitado. Oficial ejecutivo Causo, en presencia del oficial de carga Lung le transfiero el mando de esta nave y le ordeno que notifique al almirante Fukuda que es ahora el comandante de esta flota.
-No servirá -dijo Peter-. El mensaje que he descrito tiene que venir de usted. Fukuda no está aquí y no tengo intención de ir y repetírselo todo. Así que usted hará el informe, y seguirá como jefe de la flota y de esta nave, y no se escabullirá de su responsabilidad. Tomó una dura decisión hace un rato. Eligió mal, pero al menos lo hizo con coraje y determinación. Muestre ahora el mismo coraje, almirante. No le hemos castigado aquí hoy; en cuanto a mi desafortunada torpeza con sus dedos, realmente lo lamento. Le estamos dando una segunda oportunidad. Aprovéchela, almirante.
Lands miró a Peter y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.
-¿Por qué me da una segunda oportunidad?
-Porque eso es lo que Ender siempre quiso. Y tal vez al dársela a usted, él también tenga una. Wang-mu cogió la mano de Peter y se la apretó.
Entonces desaparecieron de la bodega de carga de la nave insignia y reaparecieron dentro de la sala de control de una lanzadera que orbitaba el planeta de los descoladores.
Wang-mu miró alrededor y vio una habitación llena de desconocidos. Contrariamente a la nave del almirante Lands, este aparato no tenía gravedad artificial; pero al estar agarrada a la mano de Peter no sintió mareo ni ganas de vomitar. No tenía ni idea de quiénes eran estas personas, pero comprendía que Apagafuegos tenía que ser un pequenino y la obrera sin nombre que trabajaba ante los terminales una criatura de la especie antiguamente odiada y temida: los implacables insectores.
-Hola, Ela, Quara, Miro -dijo Peter-. Ésta es Wang-mu. Wang-mu habría podido sentirse aterrada, pero estaba claro que eran los otros quienes estaban horrorizados de verlos a ellos. Miro fue el primero en recuperarse lo suficiente para hablar.
-¿No habéis olvidado vuestra nave? Wang-mu se echó a reír.
-Hola, Real Madre del Oeste dijo Miro, usando el nombre de su antepasada-del-corazón, una diosa adorada en el mundo de Sendero-. Jane me ha hablado mucho de ti -añadió.
Una mujer llegó flotando por un pasillo situado a un extremo de la sala de control.
-¿Val? -dijo Peter.
-No -respondió la mujer-. Soy Jane.
-Jane -susurró Wang-mu-. La deidad de Malu.
-La amiga de Malu -dijo Jane-. Como yo soy tu amiga, Wang-mu. Cogió las dos manos de Peter y lo miró a los ojos.
-Y tu amiga también, Peter. Como he sido siempre.