Levanté la ventana de mi habitación y me senté en el alfeizar, pensando.
Una refrescante brisa y un coro nocturno de insectos me hacían compañía. Al final del campo, una luz parpadeaba en una de las casas. Me sentí extrañamente tranquila de saber que no era la única persona aún despierta a esas horas.
Después que el detective Basso se hubiese ido con Scott, Vee y Rixon habían examinado el seguro de la puerta delantera.
—Whoa —había dicho Vee, mirando fijamente la destrozada puerta—, ¿cómo consiguió Scott que el cerrojo de seguridad se doblara así?, ¿con un soplete? Rixon y yo simplemente nos habíamos miramos el uno al otro.
—Pasaré por aquí mañana e instalaré un nuevo cerrojo —él había dicho.
Eso había sido unas dos horas atrás, y Rixon y Vee ya se habían ido hacía tiempo, dejándome sola con mis propios pensamientos. No quería pensar sobre Scott, pero encontré a mi mente desviándose hacia allí de todos modos. ¿Estaba él sobreactuando, o yo iba a darme cuenta mañana que él había recibido misteriosamente una paliza mientras tenía custodia policial? De cualquier forma, él no moriría. Algunas heridas, quizás, pero no la muerte. No me permitía a mi misma pensar que The Black Hand pudiese llevarlo más lejos que eso —si The Black Hand era siquiera una amenaza. Scott no estaba ni seguro de que The Black Hand supiera que él estaba en Coldwater.
En lugar de eso, me dije a mi misma que no había nada que pudiese hacer a esa altura. Scott había entrado a la fuerza en mi casa y me había apuntado con un cuchillo. Él estaba detrás de las rejas por su culpa. Él estaba encerrado, y yo estaba a salvo. La ironía era que yo deseaba haber podido estar en la cárcel aquella noche. Si Scott era la carnada para The Black Hand, me hubiese gustado estar allí para enfrentarlos de una vez por todas.
Mi concentración estaba nublada por la necesidad de dormir, pero hice mi mejor esfuerzo por clasificar la información que tenía. Scott estaba marcado por The Black Hand, un Nephil. Rixon había dicho que Patch era The Black Hand, un ángel. Prácticamente parecía que yo estaba buscando dos tipos de individuos compartiendo el mismo nombre...
La hora se había estirado hasta muy pasada la madrugada, pero yo no quería dormir. No cuando honestamente me había abierto con Patch, sintiendo su red a mi alrededor, seduciéndome con sus palabras y su sedoso tacto, confundiéndome incluso más de lo que ya estaba. Más que dormir, quería respuestas. Aún no había estado en el apartamento de Patch y, más que nunca, tenía la certeza que allí esta donde estaban las respuestas.
Jalé unos descoloridos texanos pitillo de color oscuro y una entallada camiseta negra. Porque el servicio meteorológico había anunciado lluvias, opté por mis tenis y mi cazadora a prueba de agua.
Me tomé un taxi hacia el límite más al este de Coldwater. El rio brillaba como una amplia serpiente negra. El contorno de la chimenea de la fábrica detrás del río jugaba en la noche, haciéndome pensar en descomunales monstruos si los miraba desde el rabillo del ojo. Cuando había caminado hacia el bloque quinientos del distrito industrial, había encontrado dos bloques de apartamentos. Todo estaba tranquilo, y asumí que los inquilinos estaban metidos en sus camas. Chequeé los buzones de correo en la parte trasera, pero no había ninguno que dijera Cipriano. No era que Patch pudiera ser lo suficientemente descuidado como para dejar su nombre atrás, si estaba haciendo todo lo posible por mantener su residencia fuera del radar. Subí las escaleras hasta la parte más alta. Apartamentos 3A, B y C. Ningún apartamento 34. Bajé los escalones, caminé medio bloque hacia abajo e intenté en el segundo edificio.
Detrás de las puertas principales, había un estrecho recibidor con baldosas gastadas y una fina capa de pintura apenas cubriendo un grafiti rojo y negro. Justo como el edificio anterior, los buzones de correo se erguían en una línea en el fondo. Cerca del frente, el aire acondicionado vibraba y zumbaba mientras la puerta de un viejo elevador se mantenía abierta como una mandíbula metálica esperando para no dejarme escapar. Evité el elevador yendo por las escaleras.
El edificio daba una solitaria y abandonada sensación. Un lugar donde los vecinos se preocupaban por sus propios asuntos. Un lugar donde nadie conocía a nadie más, y los secretos eran fáciles de guardar. El tercer piso estaba en una mortecina calma. Pasé caminando por los apartamentos 31, 32 y 33. En la parte trasera del corredor, encontré el apartamento número 34. Repentinamente me pregunté qué iba a hacer si Patch estaba en casa. A esas alturas, sólo podía esperar que no estuviese. Llamé, pero no hubo respuesta. Traté con el pomo de la puerta. Increíblemente, la misma cedió.
Eché un vistazo a la oscuridad. Me mantuve quieta, aguardando por señales de movimiento.
Le di un pequeño golpe al interruptor de luz justo junto a la puerta pero, o las luces estaban quemadas, o el suministro de electricidad había sido cortado.
Sacando la linterna de mi cazadora, me adentré en el lugar y cerré la puerta.
El rancio olor de comida echada a perder me abrumó. Apunté la linterna en dirección a la cocina. Una sartén con huevos revueltos de hacía días y un envase de leche parcialmente lleno que se había cortado hasta el punto de adherirse a la mesada. No era el tipo de lugar al que pudiera imaginarme a Patch llamando casa, pero eso sólo probaba que había demasiadas cosas que no sabía sobre él.
Dejé mis llaves y mi bolso sobre la mesada y levanté mi remera hasta mi nariz, en un intento de bloquear el hedor. Las paredes estaban desnudas; los muebles, ralos. Una antigua televisión con orejas de conejo, posiblemente en blanco y negro, y un sofá andrajoso en la sala. Ambos estaban fuera de la vista de la ventana, la cual tenía papel de estraza sujeta a través de ella.
Manteniendo la luz de la linterna baja, hice mi camino desde el recibidor hasta el baño. Estaba inhóspito, a excepción de una cortina de ducha beige que probablemente había comenzado siendo blanca, y una deslucida toalla de hotel colgada sobre la barra. No había jabón, no había rasuradora, no había crema de afeitar. El piso de linóleo estaba levantándose en los bordes, y el compartimiento de las medicinas sobre el lavabo estaba vacío.
Seguí por el corredor hasta la habitación. Giré el pomo y empujé la puerta hacia adentro. El arraigado olor a sudor y cama sin lavar flotaba por el aire.
Estando las luces estaban apagadas, supuse que sería seguro levantar las persianas, y forcé la ventana a abrirse, permitiendo que el aire freso entrara. El brillo de las luces de la calle se escurrió dentro, creando una bruma grisácea alrededor de la habitación. Platos estaban sucios con comida seca, apilados en la mesa de noche y, mientras la cama tenía sábanas, carecían del aspecto fresco de la ropa recién lavada. En conclusión, a juzgar por el olor, no habían visto el jabón de la ropa en meses. Un pequeño escritorio con un monitor de computadora se hallaba en el fondo del rincón. La computadora actual se había ido, y se me ocurrió que Patch se había tomado el gran trabajo de no dejar ningún rastro suyo detrás.
Me puse en cuclillas frente al escritorio, abriendo y cerrando cajones. Nada me alteró por ser algo fuera de lo ordinario: lápices, una copia de las páginas amarillas. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando una pequeña caja de joyería negra oculta bajo el escritorio llamó mi atención. Pasé mi mano bajo la mesa, ciegamente buscando la caja libre de lo que la sostenía en su lugar.
Levanté la tapa. Cada vello de mi cuerpo se puso de punta.
La caja contenía seis de los anillos de The Black Hand.
Al final del corredor, la puerta principal crujió al abrirse.
Me puse de pie. ¿Había regresado Patch? No podía dejar que me encontrara. No en ese momento, no cuando acababa de descubrir los anillos de The Black Hand en su apartamento.
Miré alrededor, buscando algún lugar para esconderme. La cama de dos plazas se extendía entre el closet y yo. Si trataba de caminar alrededor de la cama, me arriesgaba a ser vista desde la puerta. Si trepaba sobre la cama, me arriesgaba a que los resortes hicieran ruido.
La puerta principal se cerró con un suave sonido. Sólidos pasos cruzaron el piso de linóleo en la cocina. Sin ver otra alternativa, me impulsé hacia el alfeizar de la ventana, balanceando mis piernas hacia afuera, y salté tan silenciosamente como pude hacia la escalera de emergencia. Traté de empujar la ventana para cerrarla detrás de mí, pero estaba atorada, rehusándose a moverse. Me oculté detrás de la ventana, dejando sólo mis ojos a la vista, guiándolo dentro del apartamento.
Una sombra apareció en la pared del recibidor, acercándose cada vez más.
Me oculté por completo fuera de su vista.
Estaba asustada que esto fuese así—me iban a atrapar— cuando los pasos retrocedieron. Un poco menos de un minuto después, la puerta principal se abrió y se cerró. Un inquietante silencio otra vez se asentó sobre el apartamento.
Lentamente me volví a poner de pie. Me quedé de aquella forma otro minuto, y cuando tuve la certeza que el apartamento estaba de hecho vacío, avancé despacio hacia adentro. Sintiéndome repentinamente llamativa y vulnerable, me dirigí en grandes zancadas hasta el recibidor. Necesitaba ir a algún lugar tranquilo, donde pudiese analizar mis pensamientos. ¿Qué estaba pasando por alto? Patch era claramente The Black Hand pero ¿cómo se había metido en Sociedad de sangre Nefilim ¿cuál era su rol?, ¿qué demonios estaba sucediendo? Eché mi bolso al hombro y me encaminé hacia la salida.
Tenía mi mano en el pomo cuando un extraño sonido penetró mis pensamientos. Un reloj. El suave, rítmico sonido del caminar de un reloj. El sonido no había estado allí cuando yo había entrado —por lo menos, yo no pensaba eso. Escuchando atentamente, seguí el apagado sonido a través de la habitación. Me agaché en frente del gabinete debajo del fregadero de la cocina.
Con creciente alarma, abrí el gabinete. A pesar de todo el pánico y la confusión, me di cuenta del artilugio apoyado a unas pulgadas de mis rodillas.
Barras de dinamita. Cinta adhesiva. Cables blancos, azules y amarillos.
Tropecé con mis propios pies y corrí hasta la puerta principal. Mis pies repiquetearon escaleras abajo tan rápidamente, que tuve que agarrarme del pasamanos para no caer. A los pies de las mismas, me largué hacia la calle y seguí corriendo. Volviendo mi cabeza por única vez, vi un destello de luz un instante antes que el fuego emergiera de una de las ventanas del tercer piso del edificio. Nubes de humo llenaron la noche. Restos de ladrillos y madera, brillantes y ardientes, lloviendo hacia la calle.
El lejano sonido de las siernas rebotó en los edificios, y yo en un agitado y rápido paso corrí al otro edificio, aterrada de llamar la atención, pero demasiado angustiada como para escapar de la escena. Cuando rodeé la esquina, eché a andar en un salvaje carrera. No sabía hacia dónde estaba yendo.
Mi pulso estaba completamente alterado, mis pensamientos dando vueltas. Si me hubiese quedado en el apartamento algunos minutos más, hubiese estado muerta.
Un sollozo estremecedor se me escapó. Mi nariz estaba goteando, mi estómago retorciéndose. Me sequé los ojos con el dorso de mi mano e intenté concentrarme en las sombras destacando fuera de la oscuridad delante: signos viales, autos estacionados, el bordillo de la acera —el engañoso resplandor de las luces en las ventanas. En cuestión de segundos, el mundo se había vuelto un confuso laberinto; la verdad estando y no ahí, cambiando bajos mis pies, desvaneciéndose cuando había intentado mirarla de frente.
¿Había alguien intentado volar la evidencia que había quedado en el apartamento?, ¿como los anillos de The Black Hand?, ¿era Patch el responsable?
Hacia adelante, una estación de servicio apareció frente a mis ojos. Me tambaleé por los alrededores hasta el baño de afuera y me observé a mi misma dentro de él. Mis piernas estaban flojas y mis dedos temblaban tan fuertemente que todo lo que sólo podía coordinar para abrir el grifo. Salpiqué agua helada sobre mi rostro para tranquilizarme después de la impresión. Apoyando mis brazos en el lavabo, respiré tragando fuertemente y jadeando.