El propio dueño de la taberna había venido a traer el café y le había lanzado una interrogante mirada a Dy, mientras ponía las tazas sobre la mesa. Brougham había respondido con una sonrisa cansada.
—Yo cerraré por usted. —Después de despachar al tabernero, había servido café para los dos. Estaban casi solos, pues la hora de cerrar había pasado hacía rato—. Fuiste a verla —insistió Dy.
—Y ella me rechazó —respondió Darcy con gesto sombrío.
—¡Pero hay más! —dijo Dy.
Su amigo había cerrado los ojos y había apretado la mandíbula. La escena que había recordado con tanta frecuencia revivía con facilidad incluso en medio de su embriaguez.
—¿Más? Ah, claro que hay más —había respondido con amargura—. Le confesé mi amor de la manera más clara y le relaté, todavía con más vigor, todos los combates que había tenido que librar antes de aparecer en su puerta a proponerle matrimonio.
—Tus combates —repitió Dy lentamente—. Perdóname, pero ¿te he oído bien? ¿Le expusiste todas las razones por las cuales tú no debías estar proponiéndole matrimonio? —Brougham había dejado la taza sobre la mesa y lo había mirado con asombro. Pero tras un instante de reflexión, había comenzado a esbozar una sonrisa, sacudiendo la cabeza para constatar aquella afirmación—. Sí, sí, ése tenía que ser el estilo Darcy, ¿verdad? No era necesario pensar en la sensibilidad de la dama, ¿no es cierto? —dijo con sarcasmo—. ¡Sus atractivos habían prevalecido sobre el inflexible código Darcy, y qué podía resultar más natural que anunciarle la increíble suerte que había tenido, y lo poco que se la merecía! —Dy se había reído con cinismo al ver la mirada penetrante de Darcy y había dado un golpe en la mesa, haciendo que las tazas tintinearan—. Sí, sólo tú, amigo mío, podías ser capaz de convertir la falta de requisitos de la dama en el tema principal de una propuesta de matrimonio. ¡Por favor, ilústrame! ¿Cuál de tus escrúpulos te llevó a hacer semejante confesión?
—La honestidad… el honor… el orgullo… ¡Llámalo como quieras! —había respondido Darcy con rabia.
—Sin duda fue uno de ellos, pero es a ti a quien te corresponde decidir, no a mí. —Dy había vuelto a agarrar su taza y se había recostado contra la silla—. Por favor, sigue. ¿Cuál fue la reacción de la dama?
Darcy había vacilado, atrapado bajo el ojo mordaz de Brougham, pero la convicción de que relatar aquellos dolorosos sucesos le serviría para aliviar la confusión que le oprimía el alma y el cuerpo, lo había impulsado a seguir.
—Ella guardó un silencio absoluto. —Darcy había cerrado los ojos mientras hablaba, pues el recuerdo de la escena todavía estaba vivo en su memoria—. Sonrojada, sin mirarme ni responder a mi oferta. Yo me quedé perplejo ante esa respuesta —continuó Darcy, levantando la vista para observar las vigas grisáceas del techo de la taberna—. No era ni remotamente lo que esperaba. Pensé que tal vez no me había creído o quizá aquella perspectiva era demasiado para ella. —Darcy volvió a mirar a su amigo—. Insistí en mi ofrecimiento, con el deseo de que ella supiera que había considerado nuestra unión durante meses, desde todos los ángulos posibles; que mi propuesta de matrimonio no era el resultado del capricho de un escolar sino una proposición bien pensada, que había tenido en cuenta la diferencia de nuestras situaciones en la vida.
Brougham había silbado en voz baja y había sacudido la cabeza.
—¡Caramba! Me atrevería a decir que no hay muchas mujeres en toda Inglaterra que se atrevan a rechazar tu oferta de convertirse en dueñas de Pemberley, sin importar la pomposidad de tu propuesta o la falta de sensibilidad al hacerla. Sin embargo, con todo eso ante ella, al alcance de su mano, la muchacha se quedó muda. ¡Extraordinario! —Dy había esperado un momento para que los dos tuvieran tiempo de pensar en eso, antes de concluir—: Y luego, a pesar de las innumerables ventajas que ella y su familia podrían obtener, ¡te rechazó! Supongo que estaba muy ofendida por algo, ¿no es así?
Darcy se había reído con amargura.
—¡No sólo estaba muy ofendida sino que inició un contraataque! Mi carácter fue puesto en duda a causa de las mentiras que Wickham le había contado meses antes y luego…
—¡Wickham! ¿El hijo del administrador de tu padre? —había preguntado Dy con sorpresa—. ¡Qué extraño que haya vuelto a aparecer después de todo este tiempo y en Hertfordshire! ¿Acaso él es el casaca roja…? Pero por supuesto que sí. ¿Ahora se dedica a la vida militar? —Darcy había asentido y bebido un poco de café—. Sigue —lo había animado su amigo.
—Luego me atacó a causa de su hermana y Bingley.
—¡Ah, entonces aquí es donde entra Bingley! ¿La inadecuada señorita de Hertfordshire a propósito de la cual pediste mi ayuda en casa de lady Melbourne es la hermana de tu Elizabeth? —Darcy había asentido de nuevo y luego esperó a que Brougham se riera, pero no lo hizo—. Ella te culpa por haber acabado con las esperanzas de su hermana —afirmó Dy con claridad.
—Y tiene razón al hacerlo, aunque recibí bastante ayuda de las hermanas del propio Bingley. Ellas no querían tener ninguna relación de ese tipo con la gente de Hertfordshire, y yo no pude sino estar de acuerdo… en ese momento.
—Lo recuerdo —había dicho Brougham. Luego se incorporó en su asiento y siguió diciendo—: Es muy desafortunado que ella haya descubierto tu participación en ese asunto. Supongo que eso significó la muerte de tus esperanzas.
—¿La muerte de mis esperanzas? ¡En absoluto! —había gritado Darcy—. Ella me expuso la opinión que tenía de mí desde nuestro primer encuentro, que le había hecho llegar a la conclusión de que, de todos los hombres del mundo, yo era la suma de la arrogancia y la vanidad. Ese encantador bosquejo de mi personalidad fue su primera objeción y sirvió de base para su resumen posterior: soy un monstruo insensible, que goza destruyendo a los hombres por capricho y acabando con las ilusiones de doncellas virtuosas.
—¡Cuánta animadversión! ¿Y tú nunca sospechaste nada? —Dy había fruncido el entrecejo.
—¡No, porque soy un idiota! —había exclamado Darcy, desplomándose sobre el respaldo—. Tal como estaba diciendo cuando entraste, «el Idiota más grande del mundo».
—Bueno… bueno —había repetido Brougham con un suspiro—. Creo que es suficiente por esta noche. Necesitas ir a casa. ¡Yo necesito ir a casa! Han sido un día y una noche muy largos, amigo mío, y están entre las más interesantes de mi vida. Pero necesitas ir a casa —enfatizó otra vez. Darcy se mostró de acuerdo. Cuando trató de levantarse de la silla, se tambaleó y parpadeó hasta que Brougham estiró los brazos para sostenerlo. Logró caminar hasta la puerta, pero mientras esperaba a que su amigo cerrara la taberna como había prometido al dueño, el aire de la noche lo golpeó como un puñetazo en la cabeza y vomitó.
—Esto sí que me recuerda los días de la universidad —había señalado Dy con sarcasmo, antes de salir de entre las sombras para parar un carruaje que pasaba.
—¿Adónde, patrón? —había preguntado el cochero, añadiendo al ver a Darcy—: ¿Su amigo está bien? ¡Les cobraré más si tengo que limpiar después el coche!
—Él estará bien —había respondido Dy, mientras ayudaba a Darcy a subirse—. A Grosvenor. Pero tome las curvas con cuidado y ¡le pagaré el doble!