Para cuando Zaki y Hinari llegaron a la puerta de la oficina, Zaki oyó un suspiro profundo y largo, haciendo que se detenga antes de empujar la puerta.
Se volvió y, al ver a Hinari, que obviamente estaba intentando mantener la compostura, frunció el ceño.
—¿Todavía le tienes tanto miedo y rabia? —preguntó Zaki. Su tono era el de siempre, calmado como el agua de un lago, pero, por algún motivo, parecía haber un dejo de displicencia en sus ojos.
—Eh... Realmente no le tengo rabia. Considerando la actitud y estatus de tu gran hermano, su castigo es comprensible y... —Hinari hizo una pausa, rascándose la mejilla con un dedo —Y... Me lo merecía... Así que, bueno, no te preocupes. No volveré a congelarme frente a su majestad. Aunque ese fuego azul encima de su cabeza aún me asusta, realmente ya no tengo miedo. Sólo temo que podría ofenderlo sin querer.