Cuando Sei entró a la habitación, acostó a la chica en la cama con cuidado. Estaba a punto de quitarle la mano de la espalda, pero se detuvo al momento de verle el rostro durmiendo pacíficamente.
La observó por un largo rato y después la soltó. Con delicadeza le quitó los mechones de pelo del rostro y le dio un beso en la frente.
Al darse cuenta de que aún traía sus zapatillas, Sei se puso al borde de la cama y le quitó los zapatos de la forma más gentil posible.
El silencio en la habitación era ensordecedor, pero no para Sei. Podía escuchar la respiración lenta y suave que ella emitía, era como música para sus oídos. Además, no podía calmar su corazón y hacerlo volver a sus latidos normales.
Y después...
—Mmmmm... —gimió de repente la chica durmiente. Sei, que estaba ocupado quitándole el otro zapato, se detuvo al instante. No se movió ni un centímetro, temiendo despertarla.
Pero después...