En algún lugar de Australia.
En un espacioso cuarto levemente iluminado, rodeado de computadoras trabajando por sí solos, estaba Sei, viendo en silencio una gran pantalla cuando de repente vibró su teléfono.
Zaki, que estaba sentado justo en frente de la puerta luciendo como un perezoso guardia de seguridad, se puso en alerta de inmediato. Sabía que en ese momento nadie iba a llamar al teléfono personal de Sei. Ni su propio abuelo podría. Por lo que dedujo que no era otra persona más que la esposa.
Entonces voló como el viento hacia donde estaba Sei, en un intento de escuchar la conversación.
Sei, por otro lado, vio el teléfono sonar por un rato antes de contestar.
—¿H-hola?
Tan pronto como escuchó la dulce voz de Davi, lució como si acabara de oír un sonido místico y pareció olvidar que tenía que contestar.