Estaba estupefacta. No sabía dónde poner sus manos, las que nerviosamente se habían hecho puños, pero, finalmente, las colocó sobre su pecho.
Ese hombre siempre se había colocado por encima de los demás, como un gobernante dictador y tiránico al que nadie podía rechazar.
Así, su repentina e inesperada dulzura la cogió desprevenida. No sabía cómo responder.
Por un lado, era cruel y tiránico.
Por otro lado, podía ser gentil y cuidadoso con la forma en que la trataba, como si fuera la niña de sus ojos.
¿Cuál era el verdadero él?
Ya no podía decirlo.
Él se sumergió de todo corazón, y ella también se vio envuelta en esa ternura.
Poco a poco, ella aprendió a responderle.