Sacudía sus manos frente al fuego mientras conversaba con Dorothy cuando Martín, el mayordomo, entró.
—El Señor Alejandro ha pedido maderos en su habitación —le informó.
—Está bien —respondió ella rápidamente.
Con el tiempo que había pasado en la mansión, era consciente de que al Señor no le agradaban las demoras. Cati entró con cuidado en la habitación del Señor, pero se relajó al notar que no estaba. Se dirigió a la chimenea, donde arregló las maderas antes de encender el fuego. Trajo el banco del otro lado de la habitación y, subida en él, abrió las puertas del estante sobre la chimenea para almacenar los troncos restantes.
Al sentir un ligero tambaleo, recordó que su tía solía reclamarle por ponerse de pie en los bordes de los bancos. Era un mal hábito del que no se había deshecho. Buenos tiempo aquellos, recordó con una sonrisa.