Una sombra corría por la calle desierta.
El edificio caído y las llamas cercanas formaban una escena apocalíptica perfecta.
Luo Yuan no tenía a dónde ir en su enojo, solo podía seguir corriendo. La calle estaba desierta, formando una imagen gris y miserable. Cruzó calle tras calle mientras se dirigía a la tienda de comestibles en su área residencial. Le tomó más de diez minutos, a pesar de que había acelerado su ritmo. Sus ojos se entrecerraron cuando vio la situación en la tienda.
A su entrada había ocho camiones pesados y varias docenas de soldados sacaban bolsas de comida implacablemente.
—Gracias a Dios, no se han ido —murmuró Luo Yuan para sí mismo. La expresión de su rostro era sombría.
Después de mirar por un momento, caminó hacia la tienda.