Lu pasó el resto de la mañana con miedo. Al llegar las tres y cuarto, pensó que sobreviviría al resto de las horas que le quedaban en la oficina. Suspiró aliviada, pero el alivio duró solo hasta que le arrojaron sobre el escritorio algunas carpetas que contenían importantes informes de datos de otros departamentos.
Estos documentos eran para el presidente.
Y, por ser la guardiana, se veía obligada a hacérselos llegar ella misma al presidente.
Los revisó brevemente, mientras su mente pensaba en tácticas para evitar ser devorada por la hambrienta bestia que se encontraba en la oficina. Su corazón se aceleró cuando tocó la puerta y oyó ese profundo: —¡Entra!
El presidente se abalanzó sobre ella en cuanto entró o, hablando no tan figurativamente, él solo corrió hacia ella, cerró la puerta con llave, y la abrazó por detrás mientras ella intentaba escapar. Unas delgadas y húmedas carnes le hicieron cosquillas en el cuello.