Pronto llegaron al monasterio de Hirana, un lugar de paz y serenidad rodeado de majestuosas montañas y frondosos bosques. Allí, Quetzulkan fue recibido con respeto y curiosidad por los monjes y los maestros que residían en el monasterio. Entre ellos, conoció a Lee Sin, el Monje Ciego, cuya sabiduría y habilidades en el combate eran legendarias. Lee Sin lo saludó con una inclinación de cabeza, reconociendo el aura poderosa que emanaba de Quetzulkan. A medida que caminaba por los tranquilos senderos del monasterio, Quetzulkan también se encontró con numerosos monjes y niños, todos dedicados a su entrenamiento y estudios.
Fue durante una de estas caminatas que Quetzulkan vislumbró a una joven que destacaba entre los demás. Tenía el cabello de un celeste plata que brillaba a la luz del sol y una mirada serena y profunda que reflejaba una sabiduría. La joven, aunque algo mayor que los otros niños, emanaba una calma y gracia que la hacían parecer etérea. Quetzulkan se sintió inmediatamente intrigado por ella, atraído por su presencia tranquila y la música suave que parecía rodearla.
Quetzulkan practicó incansablemente durante varios años, perfeccionando sus habilidades y profundizando su comprensión de sus poderes. En los breves momentos de descanso que se permitía, pasaba la mayor parte del tiempo en compañía de Zoe, quien siempre buscaba maneras de jugar y entretenerse. Sin embargo, Zoe a veces desaparecía sin previo aviso, dejándolo con la oportunidad de conocer mejor a los habitantes del monasterio.
Fue en una de esas ocasiones cuando Quetzulkan tuvo la oportunidad de acercarse a la joven de cabello celeste plata. Descubrió que su nombre era Sona y que era muda, incapaz de comunicarse con palabras. Esta revelación no perturbó a Quetzulkan; al contrario, lo hizo sentir una conexión más profunda con ella. A través de gestos y una mágica afinidad, Sona y Quetzulkan encontraron maneras de comunicarse. La magia de Sona le permitía expresar sus pensamientos y sentimientos de una manera única y hermosa, creando un vínculo especial entre ellos.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Quetzulkan dedicaba sus días al entrenamiento y sus noches a compartir momentos con Zoe o a disfrutar de la silenciosa compañía de Sona. Durante este tiempo, la relación entre Quetzulkan y Sona se fortaleció, creciendo de una simple amistad a algo mucho más profundo y significativo. Quetzulkan encontró en Sona una compañera que entendía sus luchas internas y que lo apoyaba incondicionalmente.
La presencia de Zoe, aunque a veces caótica, también se volvió una constante en su vida. Quetzulkan aprendió a apreciar la traviesa compañía del Aspecto del Crepúsculo, quien, a pesar de sus travesuras, demostraba un afecto genuino hacia él.
Con el tiempo, la vida de Quetzulkan en el monasterio alcanzó una rutina equilibrada y armoniosa. Sin embargo, la paz no duraría para siempre. Llegó el momento en que Quetzulkan tuvo que partir hacia Placidium, una decisión que no tomó a la ligera. Antes de irse, sintió la necesidad de hablar con Sona, sabiendo que su despedida sería difícil.
La despedida con Sona fue un momento cargado de emoción y romance. Quetzulkan, con una mezcla de tristeza y determinación, le pidió a Sona que lo acompañara en su viaje a Placidium. Sona, con lágrimas en los ojos, no aceptó ni rechazó su petición. En lugar de palabras, optó por el silencio, caminando junto a Quetzulkan hasta el lugar donde estaban los demás niños, a quienes consideraba sus pequeños hermanos y hermanas.
En ese lugar sagrado, Sona tomó las manos de Quetzulkan y lo miró profundamente a los ojos. Con un suave pero amoroso beso, sellaron su promesa. Sona le dijo que tenía un deber, al igual que Quetzulkan tenía el suyo con Ionia. Su deber era cuidar de los pequeños del monasterio y asegurar su bienestar. Quetzulkan, aunque con el corazón apesadumbrado, comprendió la importancia de su misión. Le prometió a Sona que, una vez terminada su tarea, regresaría por ella. Sona, con una sonrisa llena de amor y esperanza, le aseguró que lo esperaría, confiando en que su amor los reuniría de nuevo.
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Quetzulkan y Zoe se dirigieron entonces a Placidium, un viaje que marcaría el siguiente capítulo en la vida de Quetzulkan. En Placidium, continuó su entrenamiento bajo la guía de maestros como Maestro Yi, Kennen y Shen. Cada uno de ellos le enseñó lecciones valiosas sobre el equilibrio, la rapidez y la serenidad, habilidades esenciales para su rol como protector de Ionia.
A medida que Quetzulkan se adaptaba a su nueva vida en Placidium, encontró un aliado en Karma, una figura de gran respeto y poder en Ionia. Karma era una mujer sabia y fuerte, cuya conexión con los antiguos espíritus de Ionia le otorgaba una perspectiva única. A medida que trabajaban juntos para preparar a Irelia para liderar Ionia, Quetzulkan y Karma desarrollaron una relación especial.
La relación entre Quetzulkan y Karma se volvió cada vez más profunda y llena de una atracción que ambos sentían pero que inicialmente trataban de ignorar. Karma, con su gracia y sabiduría, alentó a Quetzulkan a explorar sus sentimientos y a entender la importancia de sus conexiones personales. En momentos de tranquilidad, lejos de las responsabilidades y las miradas ajenas, Karma y Quetzulkan compartían conversaciones íntimas y sinceras. Karma, con palabras dulces y miradas intensas, le hizo entender a Quetzulkan que el amor y el deseo también formaban parte del equilibrio de la vida.
Karma, con una sonrisa juguetona, a menudo bromeaba con Quetzulkan sobre la idea de formar un harén. Le recordaba que los seres poderosos a lo largo de la historia habían tenido múltiples compañeras, no solo por deseo personal, sino también para asegurar la continuidad de sus linajes y proteger sus tierras. Quetzulkan, aunque inicialmente reacio y sorprendido por la propuesta, comenzó a ver la lógica detrás de las palabras de Karma. Con el tiempo, y bajo la suave persuasión de Karma, aceptó la idea, reconociendo los profundos sentimientos que tenía por ella y comprendiendo la importancia de su papel en Ionia.
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Quetzulkan también fortaleció sus relaciones con los demás maestros y guerreros de Ionia. Aprendió de Shen la importancia del equilibrio, de Kennen la rapidez y precisión, y de Maestro Yi la serenidad en la batalla. Cada lección lo acercaba más a convertirse en el protector y guía que Ionia necesitaba.
La influencia de Quetzulkan no pasó desapercibida fuera de Ionia. Noxus, consciente del creciente poder y unidad de la región, comenzó a planear su siguiente movimiento con cautela. Las sombras de la guerra eran una constante, y Quetzulkan sabía que el verdadero desafío estaba por venir.
Mientras tanto, Quetzulkan y Karma trabajaban incansablemente para preparar a Irelia para su papel de líder. Irelia, con su determinación y habilidades, se convirtió en una figura inspiradora, ganándose el respeto y la lealtad de los ionianos. Quetzulkan y Karma, aunque comprometidos con su misión, encontraban momentos para compartir y profundizar su conexión.
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Pronto, Quetzulkan tuvo el tiempo para poder ir a ver a Sona y, además, como hombre sentía la necesidad de contarle sobre su relación con Karma. Él creía que Sona entendería, y si no, estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para convencerla. Preparado para su viaje, Quetzulkan y Zoe viajaron desde Placidium hasta el monasterio de Hirana. Sin embargo, grande fue la sorpresa de Quetzulkan al enterarse de que Sona no se encontraba en el monasterio. Desconsolado, preguntó al maestro Lee Sin qué había pasado. Con algo de alivio, Quetzulkan supo que no le había pasado nada a Sona. Con la reciente actividad de Noxus para atacar nuevamente a Ionia, los monjes que cuidaban a los niños y niñas del monasterio, junto con Sona, decidieron que lo que llegaría a Ionia podría ser peligroso. Por ello, optaron por partir hacia Demacia en busca de seguridad.
Lee Sin le entregó una carta dejada por Sona a Quetzulkan. La carta, escrita con la delicada caligrafía de Sona, contaba cómo, desconsolada y con tristeza, había decidido ir con sus hermanos y hermanas menores a Demacia. En la carta, Sona expresaba su profundo amor por Quetzulkan y su deseo de estar con él, pero también reconocía la casi imposibilidad de su reunión en el contexto actual. Sona mencionaba que, en su egoísmo, había pedido a Quetzulkan que viniera por ella a Demacia y que vivieran juntos, pero solo después de vencer a Noxus.
Quetzulkan leyó la carta con tristeza y, en silencio, se prometió acabar con Noxus. Por culpa de Noxus, todo lo que amaba desaparecía: primero su prometida y su familia murieron a causa de un ataque de Noxus, y ahora tenía que separarse de su amada porque Noxus representaba un peligro constante. Algo dentro del corazón de Quetzulkan se forjó lleno de odio hacia Noxus. Por un momento, casi perdió el control, pero gracias a su diligente entrenamiento, ese momento de pérdida de control solo duró unos segundos antes de que Quetzulkan recuperara la calma.
Calmado y respirando suavemente, Quetzulkan decidió ir por Sona, convencido de que podría regresar antes de la próxima invasión de Noxus a Ionia. De vuelta en Placidium, Quetzulkan le contó sus siguientes pasos a Karma y le prometió que volvería para ayudar a Ionia antes de la segunda invasión de Noxus. Karma entendió a su hombre y, apoyándolo, le dio un artefacto de comunicación para mantenerse en contacto a largas distancias.
El mejor curso de acción era ir por Freljord y luego llegar a Demacia. Partiendo desde las costas de Ionia hacia Freljord, Quetzulkan y Zoe se embarcaron en el viaje. Pero antes de partir, Quetzulkan se encargó de destrozar algunos barcos noxianos que encontró en su camino y de paso salvó a una joven de estatura media, con figura delgada pero atlética, piel de un tono terroso, y cabello oscuro con mechones que fluían libremente.
La joven se presentó como Taliyah y contó que había sido engañada por los noxianos. Quetzulkan, con un corazón noble, decidió ayudarla a pesar de su deseo de reunirse con Sona. Taliyah relató cómo había venido a Ionia para controlar mejor sus poderes y así poder ayudar a su pueblo. Quetzulkan, comprendiendo la importancia de su misión, llevó a Taliyah hasta el monasterio de Hirana con la ayuda de Zoe. Una vez cumplido este deber, Quetzulkan preguntó a Zoe si podían usar sus portales para acortar el viaje. Zoe le dijo que sí, pero solo hasta Freljord, alegando que nunca había estado en Demacia y por eso no podía abrir un portal allí.
En realidad, Zoe le había mentido a Quetzulkan. Podía ir a cualquier lugar si se lo proponía, pero empezó a sentir algo que nunca había sentido antes. Decidida a investigar más, se dio cuenta de que el sentimiento solo surgía cuando estaba con Quetzulkan. Zoe, aprovechando cada minuto para estar con él, decidió hacer el viaje más largo para disfrutar de su compañía.
Quetzulkan y Zoe llegaron a Freljord, específicamente a las afueras de la Ciudadela de la Guardia de Hielo. Con magia, Zoe se cubrió del frío, mientras Quetzulkan se adaptaba rápidamente a las gélidas condiciones. En su viaje hacia la frontera de Demacia, se encontraron con una caravana donde conocieron a Layka, una mujer de aspecto fuerte y amable, y a su hijo Nunu. Layka les acompañó en su travesía, contándoles leyendas del Freljord y otras historias, en su mayoría de amor y valentía.
Zoe, escuchando atentamente las leyendas, empezó a comprender sus propios sentimientos. Quetzulkan, por su parte, recordaba con calidez a Karma y a Sona, prometiéndose encontrarse con Sona lo antes posible. Pronto, Quetzulkan y Zoe se separaron de la caravana de Layka y llegaron a una aldea nevada donde vivían Ashe y su esposo Tryndamere. Quetzulkan y Zoe se hicieron amigos de ellos, y Ashe notó la forma en que Zoe miraba a Quetzulkan. Con camaradería, Ashe le impartió algunos consejos a Zoe sobre el amor y la atracción. Zoe, agradecida, prometió dar lo mejor de sí para enamorar a Quetzulkan, dándose cuenta de que lo que sentía por él era amor verdadero.
Pronto se despidieron, y Quetzulkan y Zoe partieron nuevamente. Antes de llegar a la frontera, conocieron a Braum, un hombre gigantesco cuya altura superaba los dos metros. Su musculatura era tan impresionante como su presencia amigable y cálida. Llevaba un bigote grueso y una sonrisa que irradiaba confianza y bondad, y un escudo hecho de la puerta de una cámara fuerte que parecía indestructible.
Antes de llegar a la frontera, Zoe desapareció misteriosamente, dejando a Quetzulkan para viajar solo hasta la frontera de Demacia. Los guardias lo interrogaron sobre sus intenciones y, tras explicar serenamente su razón para estar allí, le permitieron pasar, advirtiéndole que no causara problemas. Ya dentro de la frontera de Demacia, y algo lejos del puesto de avanzada, Zoe reapareció. Quetzulkan, preocupado, le preguntó por qué se había ido sin decir nada. Normalmente, Zoe decía que se iría a pasear o a hacer algo vago, pero esta vez se había ido sin más. Zoe, actuando tímida, dijo que no quería causarle problemas a Quetzulkan como lo había hecho en Piltover.
Quetzulkan, sorprendido y luego sonriendo, le acarició la cabeza a Zoe y le dijo que no era una molestia ni nada por el estilo. Le aseguró que la veía como una hermana menor traviesa y que no pasaba nada. Lejos de estar agradecida, Zoe se quedó congelada. Las palabras de Quetzulkan flotaron en su mente, pero una palabra se repetía muchas veces: "hermana menor". Zoe se dio cuenta de que Quetzulkan solo la veía como una hermana menor y no como una mujer. Zoe repitió esto en su mente durante todo el viaje con Quetzulkan.
Incluso perdida en sus pensamientos y con la mirada vacía, Zoe no se dio cuenta de que Quetzulkan estaba luchando contra algunos bandidos que atacaban a un noble herido. Zoe, aún perdida en sus pensamientos, continuó siguiendo a Quetzulkan como una muñeca sin vida. El viaje continuó, y Quetzulkan intentó hablar con Zoe, pero ella no respondía. Preocupado, intentó moverla o incluso agitar su cuerpo, pero nada funcionó. Desesperado, Quetzulkan la llevó en sus brazos, pensando que estaba enferma o algo más, desconocedor de las enfermedades que podían afectar a los dioses.
Esperando lo mejor, Quetzulkan siguió su camino y pronto llegó a un lugar devastado donde encontró a una mujer herida y exhausta. Esta mujer era una vastaya, mitad humana y mitad dragón de fuego. Se presentó como Shyvana. Quetzulkan curó las heridas de Shyvana con su magia y la ayudó a regresar a su hogar.