Desde el momento en que Miguel y yo nos sentamos a la mesa, podía sentir la penetrante mirada de Miguel fija en Teseo y en mí. Estaba escrito en sus ojos que quería que este chef se perdiera.
—¿Qué estás haciendo? —me giré para mirar a Miguel.
—No hables cuando estés comiendo —dijo Miguel fríamente.
—¿Por qué hay tantas reglas? —murmuré.
La última vez que comimos juntos, casi me subes a la mesa y me comes como un plato.
Sentía que Miguel me miraba, así que tragué la segunda mitad de mi frase.
—Teseo, quizás quieras traernos unas frutas como postre —miré a Teseo.
—Por supuesto, encantado de servir —Teseo se marchó con una sonrisa.
Sospechaba que si no le pedía a Teseo que dejara este lugar, Miguel se volvería loco y voltearía esta mesa.
—Ahora solo estamos los dos aquí. ¿Estás satisfecho? —miré a Miguel con impotencia.
Miguel bufó fríamente y cortó su bistec con calma.