El hecho de que no habíamos podido rastrearlos varias veces les dio la confianza de secuestrar a cualquier loba sin ser rastreados.
Pero esta vez, pagarían.
El tipo grande percibió mi resistencia y frunció el ceño. —Si no quieres ir, puedo hacerlo por ti.
La mirada lasciva del tipo grande permanecía en mis piernas. Su aliento fétido me rociaba en la cara. No pude evitar aguantar la respiración y sentir náuseas de adentro hacia afuera.
No había comido nada en la mañana y, después de ser sacudida por este coche, el hedor del aliento de esta persona me daba ganas de vomitar. Pero mi estómago estaba vacío, y lo único que quedaba era la incomodidad. Mi loba Mia había estado inquieta toda la mañana, rugiendo dentro de mí, intentando salir para matar al hombre.