—¿Te gustaría bajar a desayunar, o prefieres que te lo suba? —preguntó Miguel.
Cuando dijo esto, Miguel extendió la mano y apartó mi cabello de mi oreja. Su aliento impactó mi rostro con seducción, como un amante atento y delicado.
Me sorprendía que no hubiera notado el lado bueno de Miguel antes. Había estado tan centrada en nuestra pelea que no me había dado cuenta hasta ahora de que había una experiencia embriagadora con Miguel.
No solo era Miguel odioso y arrogante y manipulador, pero si lo escuchaba, obtendría más placer de él de lo que jamás imaginé.
—Quiero bajar a comer —le dije a Miguel con una sonrisa.
Bajé las escaleras con Miguel y mientras bajaba, imaginaba lo que había visto ayer. Una mujer extraña, una licántropa real, se había apresurado a abrazar a mi compañero. Luego, sin ningún pudor, acarició el pecho de mi compañero con su mano, que era mío.
El recuerdo avivó mi enfado, pero no vi a la pu*a en la sala de estar mientras bajábamos el último escalón.