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Cuando Archer se acercó al pueblo, deshizo su forma dracónica a medida que las caravanas comenzaron a disminuir la velocidad. Los guardias del pueblo asintieron al verlo entrar.
El aire estaba denso con un sentido de presentimiento, y las calles normalmente bulliciosas eran inquietantemente silenciosas y espeluznantes.
A medida que se adentraba en el pueblo, no podía evitar notar las miradas temerosas intercambiadas entre la gente y los susurros apagados.
Sus rostros estaban marcados con líneas de ansiedad, y sus pasos resonaban con un sentido de urgencia.
Susurros llenaban el aire, sus palabras apenas audibles, pero el miedo en sus voces era inconfundible.
Los comerciantes, adornados con túnicas vibrantes y tocados, se agrupaban en pequeños grupos, exponiendo sus mercancías de manera desordenada sobre las mesas.
El brillo del oro y las joyas capturó el ojo de Archer, pero su atención pronto se desvió hacia la gran cantidad de guardias que los rodeaban.